20.
El ave depredadora
Contrastando con el silencio de la casa, solo interrumpido por el sonido de la loza en la cocina, el jardín bulle de alegría; no es la algarabía de la mañana, cuando se quiebran las sombras de la noche con sus trinos desbordantes, casi lujuriosos, no; es una algazara matizada, tenue, menos estridente, como recogida en sí misma.
Pero, ¿por qué?: A esa hora del mediodía el sol corre a latigazos ardientes a todo aquel que se atreve a plantarle cara, a hinchar el pecho y desafiarlo; por lo que cada cual, recogido en su morada, fuera del peligro del fuego, a su modo, expresa su alegría de vivir, siempre con cierto temor al dios todopoderoso del cielo.
Omar Khayyam abre la puerta de su casa. Tiene una jarra de vino en su mano derecha. Una vaharada de aire caliente lo saluda hiriéndole la cara. Mira a la izquierda: a las macetas de geranios que, a esa hora, lucen sus colores, un poco apagados; y a la derecha: aparecen búcaros con claveles, bocas de dragón, espadañas, clavellinas...; el agua de la alberca, que está enfrente, en el medio, es lo único que parece no tener miedo al sol; y además suena, bulliciosa, cuando entra en la alberca por entre unas rocas. A esa hora acuden a beber, por miles, los insectos, sobretodo abejas y avispas.
Más allá del pórtico, que da entrada al jardín, un camino, empedrado, se ensombrece, placenteramente, con un túnel formado por las ramas de los árboles que crecen a ambos lados y que se juntan, entrelazándose, en la altura; por el centro del camino, un canalillo fluye el agua hacia los adentros del jardín procedente de la alberca.
Se acerca a ella. Deja con cuidado su jarra en el borde. Hunde las manos en el agua fresca y cristalina. Se enjuaga la cara intentando espabilar su modorra. Tras beber un trago de vino, con paso cansino, traspasa el pórtico adentrándose en el jardín.
Trinan o simplemente murmuran los pájaros en la enramada; y cuando sus pasos se acercan callan por un momento.
Llegado a su rincón favorito, cubierto, por completo, por las ramas y las hojas de las parras, se sienta en el centro, dentro de una cabaña, construida con sarmientos entrelazados; desde allí observa el paisaje sin que puedan verlo a él; no le importa que lo vean, pero prefiere observar sin ser visto.
¡Qué gozo, qué placer! Ni frío, ni calor: el clima perfecto para vivir eternamente.
Sobre el vergel una nube llora. Los pájaros arrecian en sus trinos; luego enmudecen.
Abajo, a la derecha, frente a un edificio de fachada cubierta de arabescos, con arco ojival cubriéndola casi por completo y dominada por el color verde azulado, medita un imán chiíta mirando, al parecer, el agua de la alberca de su jardín, de manzanos y pinos cubierto, sin que le importe la lluvia.
En primer plano, por el centro del paisaje, las casas se esconden bajo el arbolado; y al fondo, sobre las laderas de las montañas, los pueblo gatean, envueltos en una alfombra de remiendos multiverdes.
En una era, los campesinos desafían la lluvia aventando la paja del grano.
Deja de llover. Todo es perfecto. Suspira. Los ojos semientornados. Hasta su oído llega el sordo rumor del revoloteo de miles de insectos. Las mariposas vuelan de flor a rama. Son un placer para los ojos. Unos pajarillos comen a algunas. Otras asustadas se marchan volando. Todo es casi perfecto.
El ruiseñor en el granado canta tras la lluvia. Bellísimo. Luego calla. Omar Khayyam bebe otro trago de vino. E invita al ruiseñor, que está muy inquieto, a beber con él. Y como si le hubiera oído, renueva su canto, generosamente embriagado, a las pálidas rosas. La voz se le quiebra. El espectador contempla impotente como se lo come un cernícalo.
El hombre se levanta y con la jarra en la mano dice enfurecido dirigiéndose a todos los seres vivos que le rodean:
--"Y vosotros, bebed también, bebed sin parar, beber sin tacha; y cantad... cantad... cantad... ¡cantad, malditos, cantad como locos, desbordaos, cegaos de placer!: la vida sin vino no tiene valor".
Y lanza la jarra, llorando, en dirección al ave depredadora.
3 comentarios:
"espabilar su modorra".
Hermoso paseo por el jardín y su cabaña de sarmientos. de Omar. Preciosa descripción de lo que le rodea.
La pena es que lo estropee todo el cernícalo...
Un beso, talín, snif.
Siguiendo los pasos de tu amigo Omar he recordado yo los míos propios:
Encontrándome una calurosa tarde en él jardín de la casa del pueblo, más de 30 grados a la sombra, intentaba controlar el calor con un libro entre las manos debajo de la frondosa parra que cubre el porche. El silencio sólo se quebraba por el revoloteo de los pájaros, acomodándose entre las hojas. De pronto escuché el trinar de un pájaro de una manera extraña. Fui seguiendo el píopío hasta llegar al lugar donde se encontraba. Había una red cubriendo las cerezas que ya coloreaban del cerezo y el pájaro se había introducido a través de un pequeño agujero. Estaba atrapado y no podía salir. Abría su boca sediento. Estaba al sol y era mediodía.
Corrí a casa de mi tía Josefa que vive al lado para decirle que sacara al pobre pájaro de aquél horno, -yo no me atrevía ni a tocarlo-.
Mi tía Josefa, con la frialdad que caracteriza a las mujeres campaesinas, se aproximó al pájaro. Lo sacó como pudo y yo respiré aliviada. Pero antes de que mi suspiro concluyera, miré horrorizada cómo los hábiles dedos de mi tía aprisionaban el pescuezo del pájaro hasta dejarlo seco.
Me quedé tan estupefacta que no fui capaz de decirle nada. Mientras esto ocurría mi tía dijo como hablando consigo misma: "éste ya no vuelve a las cerezas".
Y esta es la historia de aquél triste pájaro.
Y no sé por qué te la cuento hoy aquí.
La verdad es que Omar tiene un no sé qué de atávico que me provoca.
Abrazos.
Ah, ¿crees que soy merecedora de ser incluída en ese ilustre blog de poemas...?
Dime algo más al respecto.
Mi madre o mi tía Pepa o... hubieran dicho lo mismo. Solo a Omar Kahyyam y a poetas como tu le remueve las entrañas. Los demás somos esa masa municipal y espesa... que dijo no se que escritor
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