-Concha Tristán en el recuerdo-
(viene del anterior post)
-¡Mamá! Mira ese jarrón tiene una golondrina posada en su barriga.
+
Y fue como si de repente descubriera algo que todos habían percibido pero que no se habían atrevido a decir en voz alta no fuera a ser que los trataran de locos.
Efectivamente, todos se admiraron de este logro artístico, lo elogiaron, felicitaron al artesano y pujaron por comprársela. La vendió a un buen precio. Antes de que se la llevara una señora la besó en el lugar donde estaba la golondrina que sintió su beso y se emocionó.
Ya no tendría problemas económicos. Podría pagar todas las deudas, porque además vendió la totalidad de sus piezas.
Marchó alegre el alfarero y contenta así mismo se fue la golondrina por haber conseguido la felicidad de aquel hombre.
La mujer que compró el jarrón lo puso en la repisa de la chimenea del salón. Desde allí veía el avecilla un mundo extraño y limitado: sofás y sillones donde se sentaban la mujer, su marido y tres hijos; y donde dormitaban a menudo dos gatos, uno negro y otro blanco. En mesillas y aparadores había macetas con plantas de nombres que nunca había oido: spatillyum, calas, palmeras... Otras plantas de raros nombres estaban colgadas del techo.
Lo que mas le gustó fue un pajarillo. Estaba, como ella, encarcelado en una jaula. Aunque la diferencia era notable, porque él podía utilizar sus alas y ella no. Algunas veces, al ver al pajarillo volar de travesaño en travesaño se sublevaba erizándosele las plumas que, enseguida, se encontraban con la dureza de la arcilla y le dolían. Intentaba romperla. Su esfuerzo sin embargo era vano.
Al esposo de la señora le pasaba algo parecido con sus brazos. Su movilidad era limitada. Pero en la desgracia hay diferencias de mucha naturaleza: la parálisis de ella era casi total; la del hombre era parcial; y la del pájaro era relativa, solo relativa; su cárcel era de arcilla; el molde del señor era de carne; y el del pájarito era casi invisible, etérea.
Cuando se comparaba con el hombre que estaba ahí, sentado en el sillón, volvía a rebelarse contra su infortunio, porque sus piernas se movían y podía ir de un lado a otro. Ella en cambio...
(seguirá)
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