-Concha Tristán, el olvido oxidado que todo lo entoña no enterrará tu memoria-
(viene del anterior post)
Descubre que ella es así: late, nunca mejor dicho, bajo la superficie.
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Con motivo del cumpleaños de la mujer de la casa, el 27 de septiembre, los hijos le compraron un ramo de flores en el que venía una nota:
-"Tus hijos te desean feliz cumpleaños y te anuncian que tu hija ha aprobado la carrera".
-¿Si? ¿De verdad? ¿Has aprobado?... Este es el mejor regalo que he recibido en mi vida.
Lloró emocionada. Efectivamente, había aprobado. Su nota aparecía en Internet en la web de su universidad.
El ramo de flores estaba encima de la mesa del salón y los gatos subieron a oler las flores. Para que no las estropearan las puso en el jarrón quien, como siempre, estaba en la repisa de la chimenea. Llenando de alegría a la golondrina que, así, podría charlar con las flores.
El día era uno de esos luminosos de finales de septiembre. El sol calentaba con fuerza. Por el cielo volaban, con alegres chillidos, numerosas avecillas. La mujer, en un arranque de desbordada alegría, abrió la ventana del salón de par en par para que entraran los rayos de sol a raudales y colocó la vasija en el alfeizar. La golondrina y la mujer respiraron profundamente. Miraron de frente. Al cielo. Al fondo del cielo. A la calle. Al fondo de la calle. Venía mucha gente en manifestación. Se retiró de la ventana la señora para comunicárselo a sus hijos.
Como era la primera vez que habían colocado el jarrón en ese lugar la golondrina ahora veía un panorama connatural a ella: cielo azul, aves volando, nubes blancas, sol... ¡aire!, ¡libertad!... Por un momento se sintió libre de ataduras, de cárceles, de aherrojamientos... ¡de barro endurecido! Estaba en otro mundo. En su mundo...
Le sobresaltó la pregunta de un clavel:
-¡Oye!, ¿no eres tu una golondrina?
(continuará)
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