...
-¿Y yo qué puedo hacer?
-Salir de ese encierro rompiendo los muros que te aprisionan. Para ello se necesita voluntad y determinación. La inteligencia te mostrará el camino.
-Eso... es más fácil de decir que de llevarlo a cabo... Pero... ¿qué se oye?...
-Son los gritos de los manifestantes que se acercan.
-Lo oigo. Dicen: ¡27 de septiembre, justicia popular! Lo oigo...
-¡Mira, mira! Se acerca a la acera, debajo de nosotros, un hombre con una pistola.
-¿Quién es?
-¿¡Quién va a ser!? Un partidario del asesino que mató a esos cinco jóvenes, con cuyos nombres nos ha bautizado la estudiante a mi y a mis hermanos. Por cierto, que aun no les he dicho que estás aquí. ¡Eh, hermanos! ¡He hallado a la golondrina de la bandada de las 100 a quien buscaban sus cuatro amigas! ¡Está aquí!...
Se produjo un movimiento en el jarrón por la alegría de los claveles, y por el aire movido por las alas de cuatro golondrinas que se posaron en el alfeizar; alfeizar al que acudieron los dos gatos de la casa atraídos por las aves; alfeizar donde la joven llegó llorando (acababan de comunicarle que la nota aparecida en Internet era un error) a proteger las flores y el jarrón de su madre.
Alargó la mano, pero no pudo impedir que se precipitaran al vacío el jarrón y las flores.
Fueron pocos segundos, pero la golondrina se vio colmada de una dicha infinita. Sintiose cual si volara libre y soberana por el cielo azul, purísimo, de ese día soleado de septiembre.
Hasta que chocó el jarrón con la cabeza del que se disponía a herir con su arma a pacíficos manifestantes.
Ahí quedó. Desmayado. En el suelo. Entre los trozos del jarrón hecho añicos.
Mientras, arreciaban los gritos de los manifestantes:
-¡Vosotros fascistas sois los terroristas!
Manifestantes que aplaudían vueltos hacia la ventana, donde una joven, flanqueada por un gato negro y otro blanco, lloraba embargada por la pena y la emoción.
Las cuatro golondrinas revolotearon con un clavel en el pico en torno a su hermana quien, aturdida, se recuperaba libre de encarcelamientos arcillosos, los cuales quedaron esparcidos por el suelo junto al clavel rojo.
Y colorín colorado... la golondrina siguió luchando por verse libre de cárceles de barro.
Y así acaba, sin decirnos si la pobre golondrina llegó a volar alguna vez.
Ni si vivió días felices o comió jugosas perdices.
Pero... ¿qué se le va a hacer? Lo mismo que lo oímos, os lo contamos.
-Eso... es más fácil de decir que de llevarlo a cabo... Pero... ¿qué se oye?...
-Son los gritos de los manifestantes que se acercan.
-Lo oigo. Dicen: ¡27 de septiembre, justicia popular! Lo oigo...
-¡Mira, mira! Se acerca a la acera, debajo de nosotros, un hombre con una pistola.
-¿Quién es?
-¿¡Quién va a ser!? Un partidario del asesino que mató a esos cinco jóvenes, con cuyos nombres nos ha bautizado la estudiante a mi y a mis hermanos. Por cierto, que aun no les he dicho que estás aquí. ¡Eh, hermanos! ¡He hallado a la golondrina de la bandada de las 100 a quien buscaban sus cuatro amigas! ¡Está aquí!...
Se produjo un movimiento en el jarrón por la alegría de los claveles, y por el aire movido por las alas de cuatro golondrinas que se posaron en el alfeizar; alfeizar al que acudieron los dos gatos de la casa atraídos por las aves; alfeizar donde la joven llegó llorando (acababan de comunicarle que la nota aparecida en Internet era un error) a proteger las flores y el jarrón de su madre.
Alargó la mano, pero no pudo impedir que se precipitaran al vacío el jarrón y las flores.
Fueron pocos segundos, pero la golondrina se vio colmada de una dicha infinita. Sintiose cual si volara libre y soberana por el cielo azul, purísimo, de ese día soleado de septiembre.
Hasta que chocó el jarrón con la cabeza del que se disponía a herir con su arma a pacíficos manifestantes.
Ahí quedó. Desmayado. En el suelo. Entre los trozos del jarrón hecho añicos.
Mientras, arreciaban los gritos de los manifestantes:
-¡Vosotros fascistas sois los terroristas!
Manifestantes que aplaudían vueltos hacia la ventana, donde una joven, flanqueada por un gato negro y otro blanco, lloraba embargada por la pena y la emoción.
Las cuatro golondrinas revolotearon con un clavel en el pico en torno a su hermana quien, aturdida, se recuperaba libre de encarcelamientos arcillosos, los cuales quedaron esparcidos por el suelo junto al clavel rojo.
Y colorín colorado... la golondrina siguió luchando por verse libre de cárceles de barro.
Y así acaba, sin decirnos si la pobre golondrina llegó a volar alguna vez.
Ni si vivió días felices o comió jugosas perdices.
Pero... ¿qué se le va a hacer? Lo mismo que lo oímos, os lo contamos.
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