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-¡Arrancaron de cuajo el brazo del Señor!
-¡Arrancaron de cuajo el brazo del Señor!
Los que escuchaban al hablante no habían vivido aquel suceso (1) que corrió de boca en boca. Y por lo tanto no comprendían dicha exclamación. Pero lo cierto fue, aunque parezca cosa de bobos, que la radio se hizo eco de él, la prensa lo señaló en titulares destacados y la televisión mostró imágenes: gente llorando por acontecimiento tan descarnado, mohina como si sintiera el dolor, mustia como árbol al que le han desgajado una de sus ramas y la savia se derramara por el tronco abajo...
-¡Arrancaron de cuajo el brazo del Señor!
Repitió la exclamación con voz compungida, dolorosa, quebrándosele al salir de los labios. Luego pareció serenarse. Miró a los que le escuchaban dudando de que pudieran entender las diferentes inflexiones vocales. Ellos, 'como los tontos del pueblo' (sic más o menos de Machado), semejaban mirar con la boca abierta. Quizás exageraba su representación. Quizás. Y no había allí director de cine o teatro que pudiera aleccionarle.
No obstante prosiguió:
--Arrancaron de cuajo el brazo del Señor...
El traductor trasladó por cuarta vez la frase a los turistas. Sus caras estaban espectantes. Las bocas se abrieron aun más en la temida esperanza de alguna desgracia o hecho tremebundo.
--... Jesús del Gran Poder. Y siempre que lo señalo me cubro de profunda emoción... Vean, veanlo ustedes mismos. (2)
Y señaló una talla de nazareno con la cruz a cuestas que allí estaba, la cara dolorida, coronada de abundantes espinas, embadurnada con colorete marrón, y churretes por la superficie facial a modo de sudor, sangre y lágrimas, las manos llenas de cascarrías... y manca, claro.
Los turistas vieron tan lamentable figura, se miraron entre ellos y estallaron en sonoras carcajadas, mientras se decían unos a otros:
-¡Arrancaron de cuajo el brazo del Señor! ¡Arrancaron de cuajo el brazo del Señor! -sin poderse contener de la risa.
El guía del museo no por eso se sintió corrido porque los entendía y, además, ya había contemplado en otras ocasiones esa demostración de burla jubilosa. Se rió él también para sí. 'Y no se crea nadie que soy un cínico sino que de algo hay que vivir y más en estos tiempos de crisis', se dijo.
En ese punto siempre se acordaba de lo que le aconteció de niño al muralista mexicano Diego Rivera cuando fue con su padre a Guadalupe y, sorprendido, viendo postradas a unas mujeres ante una imagen, extrañado, subió al altar y les dijo a voces:
En ese punto siempre se acordaba de lo que le aconteció de niño al muralista mexicano Diego Rivera cuando fue con su padre a Guadalupe y, sorprendido, viendo postradas a unas mujeres ante una imagen, extrañado, subió al altar y les dijo a voces:
--¡Que haceis ahí, viejas pendejas, arrodilladas ante ese monigote que es una talla del maestro carpintero Fernández, amigo de mi padre!
Fue la risueña exclamación de la inocencia infantil. Si, pero casi lo linchan por ello.
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(1) http://noticias.lainformacion.com/interes-humano/sociedad/detenido-tras-arrancar-un-brazo-al-jesus-del-gran-poder_ljdpf9JHHcuhQepYJrQ9s4/
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Jesús_del_Gran_Poder
1 comentario:
No conocía esa anécdota de Diego Rivera. Muy buena.
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