domingo, 26 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 5

5-
La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
Miró por la ventana. Enfrente, en el paisaje, el Museo Minero. Reminiscencia de tiempo pasado. Como todos los museos. Pasado pero aun presente en la memoria colectiva. Todos, quien más quien menos, habían sido mineros, hijos de mineros o vivieron de los mineros. Sintieron sus estrecheces, se unieron en sus luchas, confraternizaron con sus anhelos. Anhelos obreros, luchas obreras, estrecheces obreras. El concepto de clase obrera, la conciencia de clase había estado muy arraigada.
Un ejemplo aclarará lo que es eso: una vez, hace veinte años, se convocó una huelga general en la construcción; en la mañana de un día cualquiera estaban sentados en los escalones algunos obreros, descansando, mientras miraban el paisaje; en esto una mujer grita desde una ventana:
-¡Serán esquiroles! ¿Los veis? Hay huelga y están trabajando. ¡Hijos de puta!
Inmediatamente se levantaron de sus escalones y corriéndose la voz se formó una manifestación espontánea en dirección al lugar donde estaban trabajando unos albañiles. Desde lejos vieron venir la manifestación y huyeron de la obra los esquiroles.
Los que participaron en esta acción, hombres y mujeres, no tenían ningún vínculo con la huelga, los movió la conciencia de clase que resume el dicho ‘hoy por ti mañana por mi’. A 50 o 100 kilómetros de allí, en Azcoitia, municipio de la provincia de Guipuzcoa, donde también estaba convocada la huelga, en unas obras se trabajaba y en otras no; nadie se preocupó; los esquiroles siguieron currando sin que por eso las gentes de ese lugar se escandalizaran.
Esa conciencia de clase, como se ve, no está por igual en todas partes. Y puede que incluso aquí se esté diluyendo. El que esto les cuenta fue testigo, hace unos años, en un bar de Gallarta, viendo jugar una partida de cartas, de un diálogo en el que uno de los jugadores, ya mayor de edad, jubilado quizás, mostraba esa conciencia de clase  obrera, frente a un joven que ponía en primer lugar su conciencia de nación.
Ambos eran obreros. Pero uno, de mayor edad, declaraba no tener nación ni patria; y el otro, el joven, decía ser vasco, amar lo vasco, y tener una patria o nación, Euskadi, para él lo más querido. Y muy probablemente el de mayor edad hubiera venido a este pueblo a trabajar emigrando de su lugar de nacimiento; y el otro, joven, sería hijo de emigrantes.
El uno, el viejo, viviría la miseria en su tierra natal, allende los miles de kilómetros; y así mismo aquí el duro trabajo de la mina. Si en su pueblo estaba el terrateniente, el cacique, el amo de las tierras, aquí, en la cuenca minera, se halló con la empresa minera, con el socio capitalista, al que nunca conoció, pero si al listero, al capataz, al ingeniero jefe de la mina que lo siguió explotando; el otro, el joven, en cambio, se fue haciendo hombre en una sociedad cuya explotación tenía otras formas menos ácidas; y cuando su padre, en el verano, lo llevaba de vacaciones a su pueblo natal contemplaba el atraso del lugar, los menosprecios de los riquillos del pueblo y cuando de vuelta a Gallarta, a su casa, como esta en la que había dormido, en la que estaban invitados, comparaba ambas situaciones y en su fuero interno gritaría, primero ¡Gora Euskadi! Y luego ¡Gora Euskadi Askatuta!
Habría un conflicto entre padre e hijo: el padre hacía tabla rasa de diferencias: todos somos obreros, todos somos explotados, los obreros no tenemos patria. El hijo ponía énfasis en las diferencias colocándolas en el pentagrama de su pensamiento: no todo es lo mismo, hay diferencias, mi patria es Euskadi ¡Gora Euskadi Askatuta!
Quizás ese que el invitado no había visto aun en aquella casa estuviera más de acuerdo con el punto de vista del anciano que con el del joven. Incluso si el joven lo conociera, que no es seguro, se daría cuenta, a poco de indagar en el pensamiento del personaje, que ese grito no era propio de un proletario u obrero; sino de propietario autóctono o enriquecido allí. Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
(seguirá)

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