El papel decía: "Con este Nº se te acaba la suscripción". Y una raya debajo. Así de simple. Con bolígrafo azul. No añadía mas.
Nota pegada en la portada de la revista entre dos rótulos: arriba, "¿a dónde hemos ido a parar?"; debajo, "centenario ENGELS".
Se dio por enterado y lo apuntó. En realidad se trataba de una advertencia seria, no de una amonestación para que tomara nota.
Pero la tomó. Luego reflexionaría sobre ella. El hecho material era claro. Su rotundidad manifiesta. La caligrafía firme.
El autor no había tenido duda alguna, ni temblado, a la hora de escribir con bolígrafo azul, no negro ni rojo, aquellas escuetas palabras referidas a su persona: "se te acabó la suscripción".
Ese "te" era como el de finales de agosto: postrero trayecto: se terminaron las vacaciones: fue bonito mientras duró: ahora, si te he visto, ni me acuerdo.
En este punto de la reflexión recordó "La dureza de la vida", pequeñas narraciones con las cuales se ponía punto final a modo broche de acero (o tajadura acerada que es mas pedante) en anteriores números de la revista; narraciones indiscutidamente discutibles, sin ninguna duda; y lo recordó al darse de bruces con la cruda realidad ecológica, leída, años ha, a C. Marx: no estamos fuera de la naturaleza sino que somos naturaleza misma: no eran narraciones educadoras para abrir los ojos a los amigos sino simple reflejo de una vida dirigida por esos ejecutivos de alto estandin -no sabe con seguridad lo que significa- a los que ambiciona oponerse imitándolos; consecuencia: se llevan a cabo las mismas competentes barbaridades por mor de que la supervivencia es dura; el influjo de esa sociedad capitalista (ya no está seguro de si el nombre es correcto; en cualquier caso: "una soberana mierda, una descomunal porquería") llegaba incuestionable hasta el mismo centro desde donde se elaboraba una alternativa nueva a esa monstruosa "mierda", según su propia expresión.
"Con este Nº se te acaba la suscripción", tan corto, seco, lacónico y cuasi telegráfico aserto, no podía emanar de una cálida mente propensa a agavillar conciencias en pos de un proyecto común ¡que digo transformador, se dijo, ni tan siquiera continuador de nada!; surgía de algo frío, distanciador, diseminador, desperdigador, indudablemente.
"Ya lo sabes: me importa un bledo si has pagado con creces; no te voy a mandar ni un número mas; si te he enviado este, puedes darte con un canto en los dientes; así de clarito"; de qué iba servir que le respondiera acerca de su disposición a continuar colaborando; o de qué valía decirle que en base a qué afirmaba tal cosa; o preguntarle si había realizado alguna operación matemática que le llevara a tan categórica afirmación; incluso ¿podía tener algún valor informarle de su supina ignorancia en cuanto a la consumación o finiquito de anteriores aportaciones crematísticas?; no iba a servir de nada semejantes razonamientos por cuanto no se había dignado avisarle con anterioridad, prueba evidente del desprecio que sentía hacia su persona; y se podía dar "con un canto en los dientes", efectivamente, el número recibido.
No era lo mas grave este desprecio hacia él, aunque claro está le dolía, lo mas grave es, sin duda, que alguien pueda erigirse en portaestandarte de un movimiento renovador con esas predisposiciones déspotas haciendo tabla rasa de orígenes, cuando ya lo decía el poeta "no venimos de ahora sino de siempre", queriendo significar la importancia capital de las trayectorias y de los caminos recorridos; ¿tendría que decir, aquí, que sus clásicos mentores daban un valor primordial a esas trayectorias?; esto es lo gravísimo: la pervivencia de actitudes y de individuos que, al parecer, habían sido barridos por el viento inmisericorde de la historia, pero que permanecen, no obstante, ostentando papeles psicóticos.
"Con este Nº se te acaba la suscripción", en papel de dimensiones reducidas ( 3'5 X 5), amarillo, rectangular, con aparente, solo aparente, marchamo de eficacia en sus elementos, fáciles y rápidos de manejar; barniz hipócrita en tanto en cuanto no se habían dado los plazos previos; pasos que, incluso esos ejecutivos de agresiva conformación, tan admirados por algunos, no olvidan en absoluto, sabiendo, como saben, lo nefasto del apriorismo y por lo que, antes de abandonar a un cliente, tienen que tener encima de la mesa los datos, incuestionables, referentes a la negativa, rotunda, del cliente a seguir con ellos, o los datos, igualmente fehacientes, que indiquen meridianamente la necesidad que les lleva a romper con él; premisas que no se dan en este caso por muchos motivos que sería cansado detallar; lo que le lleva a la conclusión de que debajo del escribidor de la nota se encuentra un mal gestor y un indeseable recogedor de anhelos aurorales si se le permite este palabro rojizo.
Como con ese número se le "acaba la suscripción", lo abre a fin de empaparse de algo que le ofrecen como postrimero; ya la portada le parece un tanto misérrima y siniestra, como espantable es la misma existencia, eso también es verdad y tiene que reconocerlo; no es el prolegómeno mas conveniente -piensa- para sostenerse tersos en un período de baluartes desarbolados; ni le parece lo mas pertinente como para resistir con el rescoldo encendido, desamparado y abandonado, como está; y confuso, enceguecido e indeciso, después de tanto ajetreo infructuoso; como fogata abrasando en despoblado: agotándose, consumiéndose, ensimismada en derredor...; empero como el que se descubre arrinconado por nebulosidades, desasosegado gira, manotea, ansía horadar las sombras que le acordonan, y taladrarlas, agujerearlas, hacerles una hendidura por donde penetre la claridad, mortecina aunque sea, algún escuchimizado filamento de certidumbre, únicamente tan solo, es por eso que ha abierto, algo ilusionado, no excesivamente, la publicación.
Había tenido un ensueño en el que los contemplaba a ellos y a él: "a vosotros y a mi, ojeando sin cesar por la ventana escudriñando una huella, anhelando una manifestación, algún barrunto recubierto de anhelos, de luces, de llamamientos, de silbidos, de vítores, de congratulaciones, de ofrecimientos, de convocatorias, de banderas, de estandartes en los ojos tremolando...; ¡que placentero sería vernos desaparecer de los ventanales; escuchar, un retumbar de zancadas como golpes de hachas, como toques de espadilla sobre el agua; avanzando en el universo hacia una luz que encienda un horizonte esperanzado! .. "; y lo había relatado a mas de uno.
Pero lo que no declaró fue la amargura del despertar: "fuese y no hubo nada".
Lo mismo que le ocurre en este momento con la revista: fuese y no hubo nada; como nada hay en ella mas que, la testificación de esa nada: para ese desplazamiento no se necesitaban tales parihuelas.
Tiene que confesar que no le ha acarreado excesiva extrañeza, ya el papelito amarillo era una demostración palpable (nunca mejor dicho) de lo que podía haber interiormente: nada caluroso, sino congelado y desangelado.
El escrito decía: "Con este Nº se te acaba la suscripción".
Como indicando: "hasta aquí hemos llegado; hasta aquí hemos ido a parar: Engels, 100 años; tú, ni un segundo más; el, adicionó; yo, disminuyo; renuevo así los principios perpetuándome solo; los proyectos se purifican, lo hemos dicho muchas veces, quedándose sin individuos; así, hasta la muerte; la ausencia es la idea virginal por excelencia: sin mezcolanza de nada; así resplandece mas inmaculada; sin ningún lamparón".
Y una rayita debajo de la anotación. Así de sencillo. Con bolígrafo azulado: ni negro ni rojo, azulado. No agregaba mas.
Advertencia adherida en el frontispicio de la publicación entre dos encabezamiento: en la parte superior, "¿a dónde hemos ido a parar?"; en la inferior, "centenario ENGELS".
Eso era todo.
(*) Cualquier parecido con la realidad, podría ser mera coincidencia. El papelito no
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