5) Cabo
Sus progenitores habían venido, años ha, procedentes de un pueblo o cortijo denominado algo así como Amorós, en una provincia limítrofe de cuyo nombre no se acordaba, hostigados por el hambre.
Siendo joven, el padre de Segis, que era huérfano, se escapó del hospicio ganándose la vida, en principio, como criado de labradores; este trabajo de criado, de sirviente, se apalabraba -todo hay que decirlo- en las plazas de las ciudades, a principios de cada temporada, adquiriéndose como ganado -por cuatro perras, catre y comida - , a padres, tutores o a ellos mismos; uno de los veranos fue a Amorós, a la recolección de la mies, con una cuadrilla de segadores; al finalizar la soldada, el amo, que era alcalde del pueblo, lo contrató para el período de invierno.
Siendo joven, el padre de Segis, que era huérfano, se escapó del hospicio ganándose la vida, en principio, como criado de labradores; este trabajo de criado, de sirviente, se apalabraba -todo hay que decirlo- en las plazas de las ciudades, a principios de cada temporada, adquiriéndose como ganado -por cuatro perras, catre y comida - , a padres, tutores o a ellos mismos; uno de los veranos fue a Amorós, a la recolección de la mies, con una cuadrilla de segadores; al finalizar la soldada, el amo, que era alcalde del pueblo, lo contrató para el período de invierno.
Entre sus cometidos, en jornadas de inactividad que el crudo invierno provoca en las faenas agrícolas, estaba el de llevar colleras, albardas, cinchas, coyundas, y otros aperos de labranza, al zapatero para que arreglara los desperfectos causados por el uso en esos utensilios; allí, en días de lluvia y frío, en que, efectivamente, poco o nada se puede hacer en el campo, se pasaba las horas muertas en el taller del artesano conversando con él o remendando sus propias botas, o ayudándole en su tarea, mientras escuchaban el gemido del viento sobre el tejado de la casa o encogían sus cuerpos y sus almas contemplando caer la lluvia y la nieve sobre la calle desierta; allí aprendió el oficio de zapatero.
Al morir de repente el artesano, y enterado el patrón de las habilidades del padre de Segis con la aguja y el hilo de coser media suelas, le propuso ejercitara el oficio de zapatero; poco tuvo que insistir el amo para que el padre de Segis trocara, por fin, la tarea de jornalero a cielo y campo abiertos por el currelo de remendón en zaquizamí cerrado.
Como se escapó del orfelinato sin la voluntad de sus regidores, no tenía papeles de nacimiento y nadie se los había pedido, al estar en el pueblo, como estaba, bajo la protección del señor alcalde, un rico cacique de aquel lugar; de manera que cuando decidió sacarlo a él, a Segis, de la inclusa, para adoptarlo como hijo, se puso como apellido "Amoroso" en recuerdo del pueblo o dehesa donde vivía. Y le pareció normal "amoroso"; bueno, a decir verdad, ni normal ni anormal, más bien no había reparado en su apellido, hasta que los niños de Puebla de Alcocer lo apedreaban insultándolo:
-- ¡Amoroso, cara de mocoso!, ¡Amoroso, cara de tiñoso!, ... recordó alguno de los insultos.
Y si encontraron palabras terminadas en "oso" con que injuriarle, no paró ahí la cosa ya que también hallaron, en las pocas veces que iba a la escuela, el modo de avergonzarlo cuando pasaba lista el maestro "¡Segismundo Amoroso!" ... y ellos esperaban la contestación, obligada y ritual... "¡Servidor!", para reírse a carcajada limpia y a coro, quedándose él corrido y con el rubor tiñéndole de rojo el rostro.
Como se escapó del orfelinato sin la voluntad de sus regidores, no tenía papeles de nacimiento y nadie se los había pedido, al estar en el pueblo, como estaba, bajo la protección del señor alcalde, un rico cacique de aquel lugar; de manera que cuando decidió sacarlo a él, a Segis, de la inclusa, para adoptarlo como hijo, se puso como apellido "Amoroso" en recuerdo del pueblo o dehesa donde vivía. Y le pareció normal "amoroso"; bueno, a decir verdad, ni normal ni anormal, más bien no había reparado en su apellido, hasta que los niños de Puebla de Alcocer lo apedreaban insultándolo:
-- ¡Amoroso, cara de mocoso!, ¡Amoroso, cara de tiñoso!, ... recordó alguno de los insultos.
Y si encontraron palabras terminadas en "oso" con que injuriarle, no paró ahí la cosa ya que también hallaron, en las pocas veces que iba a la escuela, el modo de avergonzarlo cuando pasaba lista el maestro "¡Segismundo Amoroso!" ... y ellos esperaban la contestación, obligada y ritual... "¡Servidor!", para reírse a carcajada limpia y a coro, quedándose él corrido y con el rubor tiñéndole de rojo el rostro.
1 comentario:
Amigo Talin. Hace días que quiero dejarte comentarios pero no puedo. Debe ser por los cambios del servidor.
Voy a intentarlo de nuevo.
Te quería decir que eres un gran narrador y que agradezco lo que me dices en mis blogs.
Y soy contadictoria. Como todo el mundo, creo yo.
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