6) Calabrote
Siguió avanzando calleja arriba en la tibia mañana envuelto por la dudosa claridad y por la neblina de los vapores etílicos.
Ya en las afueras del pueblo, se salió de la carretera para continuar campo a través, con el mismo paso inseguro, sorteando huertos y arrezafes; lo que no impidió que se cayera de bruces cerca de un escaramujo, se arañara el brazo y se manchara de barro ya que estaba la tierra blanda y pegajosa de la lluvia caída hacía dos días.
Se levantó maldiciendo su suerte: la infelicidad, como la bruma, le perseguía a todas partes.
Se sorprende de la tenebrosa oscuridad en la que se halla, pareciéndole recordar que cuando se levantó de la cama el día estaba más claro; no comprende... mira a todos los lados y alza la vista al cielo por si se estuviera nublado y no, no había apenas nubes; simplemente ha caído en la zona de sombra que proyecta el castillo.
Se levantó maldiciendo su suerte: la infelicidad, como la bruma, le perseguía a todas partes.
Se sorprende de la tenebrosa oscuridad en la que se halla, pareciéndole recordar que cuando se levantó de la cama el día estaba más claro; no comprende... mira a todos los lados y alza la vista al cielo por si se estuviera nublado y no, no había apenas nubes; simplemente ha caído en la zona de sombra que proyecta el castillo.
Un aparte: el castillo
El castillo es "una poderosa construcción sobre roca, en la cima de la sierra" y "aunque ruinoso conserva sus muros de enorme grosor"* donde -y esta fue la muerte y resurrección de la fortaleza- el tiempo, vendaval que ululó en la techumbre arañando y desprendiendo briznas, se pudrió de ausencias. Y su espíritu flotó como un globo vacío por el cosmos. La soledad reinó sobre un paraíso sin parejas, ¡loado sea el señor dios de los ejércitos!.
Mas los huesos de su esqueleto, jincados en la tierra, resistiendo, se rieron del vacuo caminante. Y un ejercito de escarchas plateadas y anacarados rocíos se aposentó cubriendo la arquitectura secular. ¡Alabadas sean las huestes invasoras!
Poco a poco fue llenándose de barro la ausencia y el llanto. Luego las flores silvestres esparcieron su arcoirisada esperanza sobre el lodazal. Las aves de rapiña anidaron en la morada que entristeció el destino dispuestas a hundir sus garras.
Ya para entonces una procesión de sombras habían huido sin comprender jamás cómo, la primavera, en ese invierno, eran sus días convertidos en escudos de humilde sencillez.
Sin embargo, y parece mentira, una floresta musical de huecas cañalejas amuralla hoy a la víbora en el paraje en que reposaron, antaño, en tálamo fecundo, penumbras primaverales.
No fue fácil la andadura de la vida donde posó la nieve -y aún posa su manto real- ocultando los hediondos estercoleros de la misma manera que lo hacen las colchas o tapices multicolores en señaladas jornadas festivas.
Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal.
Impresionante fábrica donde, a principios de verano, los espinos, cardos, lampazos, abrojos y cañahejas cubrían, con su fronda, numerosas zonas, ocultando la tierra; adentrarse en ella era una aventura arriesgada para niños y mayores; ya que, por doquier, imprevistos pozos podían proporcionarles alguna sorpresa, sino funesta, si muy desagradable; o por los movimientos de alimañas que anidaban en cualquier parte y defendían, celosas y desconfiadas, su territorio de extraños visitantes.
Mas los huesos de su esqueleto, jincados en la tierra, resistiendo, se rieron del vacuo caminante. Y un ejercito de escarchas plateadas y anacarados rocíos se aposentó cubriendo la arquitectura secular. ¡Alabadas sean las huestes invasoras!
Poco a poco fue llenándose de barro la ausencia y el llanto. Luego las flores silvestres esparcieron su arcoirisada esperanza sobre el lodazal. Las aves de rapiña anidaron en la morada que entristeció el destino dispuestas a hundir sus garras.
Ya para entonces una procesión de sombras habían huido sin comprender jamás cómo, la primavera, en ese invierno, eran sus días convertidos en escudos de humilde sencillez.
Sin embargo, y parece mentira, una floresta musical de huecas cañalejas amuralla hoy a la víbora en el paraje en que reposaron, antaño, en tálamo fecundo, penumbras primaverales.
No fue fácil la andadura de la vida donde posó la nieve -y aún posa su manto real- ocultando los hediondos estercoleros de la misma manera que lo hacen las colchas o tapices multicolores en señaladas jornadas festivas.
Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal.
Impresionante fábrica donde, a principios de verano, los espinos, cardos, lampazos, abrojos y cañahejas cubrían, con su fronda, numerosas zonas, ocultando la tierra; adentrarse en ella era una aventura arriesgada para niños y mayores; ya que, por doquier, imprevistos pozos podían proporcionarles alguna sorpresa, sino funesta, si muy desagradable; o por los movimientos de alimañas que anidaban en cualquier parte y defendían, celosas y desconfiadas, su territorio de extraños visitantes.
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