11.
Del taller de un platero, sale, maldiciendo y llorando, un hombre: maldiciendo al dueño que lo ha dejado sin trabajo; y llorando por su mujer y por sus hijos a los que no podrá alimentar hasta que no encuentre un nuevo trabajo; eso si lo encuentra, que están los tiempos difíciles. Cae de rodillas llorando, con lágrimas tan conmovedoras o más que las del llanto ancestral de un chiíta, e implorando a los cielos.
Omar Khayyam que por acaso pasaba por allí, y sin ninguna consideración (muy propio de su mal carácter) al lamento del trabajador; a ese llanto, para Khayyam estéril, le dijo:
--A esa bóveda estrellada, azulada e inmensa, a la que llamamos firmamento o cielo, bajo la cual vivimos y morimos los hombres y las mujeres, no intentes levantar tus ojos, llorosos e implorantes.
¿Para qué vas a hacer ese mínimo esfuerzo muscular?...
No lo dudes, pero ni por un momento, que ella gira y gira impotente (la impotencia es similar a la tuya y a la mía) por todo el universo.
De giros y de impotencias piensan y discuten, a veces, los sesenta y un sabios. Pero a ellos les sobra el tiempo y no tienen que trabajar para ganar el sustento diario como el pobre platero.
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