Obra: María de la Fuente
Autor: Camilo Castelo Branco
Editorial: Aguilar, SA. de Ediciones
Madrid - 1955
'¡Cállese, padre, por honra de Dios, si cree en él!'. Así acaba la obra. Con esta exclamación. Harto el autor de estrujar el cerebro contra las sandeces e ignorancias del padre Casimiro. 'Cansado, lleno de tedio... - en palabras del autor- ... por haber prostituido su atención en esas 120 páginas (donde) se siente la delicuescencia del cerebro, se jadea en el pútrido aire de los viejos detritus; se agoniza, por falta de aire, en ese laberinto de necedades. Hay ahí páginas de cruenta ignorancia y osadía, tan absurdas en un hombre nacido en este siglo, que al terminar la lectura, me abruma la tristeza de quien sale de un manicomio y ha oido declamaciones místicas mezcladas con injurias'. De ahí su exclamación: '¡Cállese, padre, por honra de Dios, si cree en él!'. Tenga un poco de condescendencia, de misericordia. Intente ser tolerante. No insulte a diestro y siniestro. 'Sed piadoso - en desesperada súplica de Jorys-Karl Huysmans- con el cristiano que duda, con el incrédulo que desea creer, con el forzado de la vida que embarcó en su galera, en la oscuridad de la noche, debajo de un firmamento en el que se apagaron los consoladores fanales de la esperanza'.
¿Quién es ese padre Casimiro que a Camilo Castelo Branco, el gran escritor portugues, le saca de sus casillas? Bien. Veamos: el padre Casimiro es Casimiro José Vieira: Sacerdote del Miño, nacido en 1817 y muerto en 1895, uno de los líderes de la guerrilla denominada María de la Fuente. Publicó un informe sobre sus actividades de guerra al frente de un grupo de campesinos, bajo el título Notas sobre la Historia de la Revolución del Miño, en 1846, o María de la Fuente (1883). La Obra es considerada importante documento histórico para el estudio de dicha revuelta. Documento que sale muy mal parado en la pluma del autor lusitano.
Antes de seguir adelante con el contenido de María de la Fuente tendríais que convenid conmigo en que traer a colación ahora a Camilo Castelo Branco no es lo mas corriente que digamos. Lo normal, lo lógico, sería reseñar algo actual y relacionado con la corrupción, la crisis, el paro, los desahucios, la represión de los estudiantes valencianos... algo por ahí. Pero siguiendo con lo lógico, con lo normal, llegaríamos a la conclusión de que mas que escribir lo lógico, lo normal sería salir a la calle, ocupar fábricas, talleres, ayuntamientos... poner barricadas al avance de las fuerzas del orden, lanzar cócteles molotov para que esas fuerzas armadas sintieran en su propia carne la caricia del fuego, proclamar la República... Mas eso no lo vamos a hacer y por lo que podemos colegir, desde este rincón, no van a producirse esas movilizaciones. Al menos con el ímpetu de lo ocurrido en Grecia. A pesar de las duras normas puestas por este gobierno de derechas.
De la misma manera que tampoco hemos visto izarse al pueblo portugués. ¿Será porque a pesar de ignorarnos, ambos pueblos, mutuamente, tenemos mucho en común? De lo que si estoy seguro es de que vivimos de espaldas a un vecino que tenemos puerta con puerta. Ni sabemos nada de él y además lo menospreciamos. Hasta ahora ha sido así. Poco se ha avanzado en conocimiento mutuo. De modo que ya que no vamos a ir con el coctel molotof en ristre esgrimamos, como los estudiantes de Valencia, el libro a fin de hermanarnos. Con Portugal. Puede que algún día, después de esa fraternidad, nos alcemos ambos contra el Capital.
Dicho esto volvamos a María de la Fuente. Surge a raiz de visitar al escritor el padre Sena Freitas que le habla del padre Casimiro. Lo que provoca el interés de Castelo Branco. Le pregunta si aun vive. Y es que en su juventud el escritor portugues fue miguelista y se enroló en las huestes de los rebeldes del Miño en el mismo bando del padre. 'En la legión formidablemente estúpida del general escocés Reinaldo Macdonell'. Allá por 1846. Han pasado ya casi 40 años. El padre Sena Freitas le habló de la existencia de un libro escrito por el padre Casimiro que habla de esa revolución. Y le atrae con la magia de la nostalgía. Se lo pide y se lo dejó.
Y del comentario de ese libro trata esta obra. La editorial la publica junto con la 'Novela de un hombre rico'. Aunque María de la Fuente no es una novela sino todo un fresco de la historia de Portugal. Por ella aparecen un sinnúmero de personajes y personajillos. Siendo cuatro los mas importantes: María de la Fuente, el padre Casimiro, Macdonell y un español carlista Santiago García y Mendoza.
La obra está atravesada de principio a fin de una ironía que hace que nos aflore a los labios una sonrisa muy a menudo. Sin esas nostálgicas ironía no hubiéramos aguantado esas necedades. Pero estando, como están, salpimentadas con el risueño cachondeo de Don Camilo nos hemos pasado unos buenos ratos.
Por ejemplo: cuando el padre Casimiro le escribe a un rey recomendándole para el ejército un arma inventada por él, la roçadoura que, en palabras del padre, 'es la misma hoz de podar las vides pero con punta aguda en la dirección de las costillas'. Añade 'puede espetar al caballo por el pecho, o cortarle las patas, las quijadas o las riendas'. El escritor apunta: 'afirmar que estos consejos respiran mansedumbre de Jesús, me parece temeridad'. Ya antes recuerda, como para indicar la solemne estupidez de la proposición, que tal carta coincidió con la aparición del Fusil Mauser, de la carabina Chassepot, de la espingarda de aguja, de la pistola Werder, de la espingarda Remington, de la Springfield y la Enfiel Snider y la ametralladora. 'Todos métodos de matar muy abreviados para uso de la Humanidad'.
Con ocasión de una batalla con fuego granizado en el que no cayó ningún guerrillero del padre Casimiro 'porque Dios los protegía', mas como tampoco hubo bajas en el ejército 'es de creer que Dios se mantuvo entre ambos partidos con honrada imparcialidad', ironiza nuestro escritor.
De entre las situaciones ciertamente cómicas esta la de la puta, según el bueno de Casimiro, que le encontró su revolver y se lo guardó entre las faldas. El escritor se escojona a reir diciendo mas o menos: 'la mujer encuentra la pistola en la calle, entre el barro, y tiene una inspiración de que es del padre y se la guarda'.
Es digno de reseñar cuando nuestro renombrado padre, después de tener que atravesar un río descalzo, se fue para su casa 'a fin de tomar un caldo de gallina bien caliente para sudar'. Apunta a continuación Don Camilo: 'aquí el estilo decae, siendo la prosa deslavazada, como corresponde a una situación anormal de dos guerreros acatarrados, estornudando, con las narices obturadas, bajo los cobertores'.
De las huestes rebeldes, desde el jefe para abajo, sale toda una galería de seres en pos de un puesto en el que medrar de por vida: 'El padre Luis y fray José de la Gracia querían ser obispos; el abad de Boaças (hermano del capitán mayor Luis de Amaral Semblano, de Nespereira) quería ser capellán mayor del rey; el dueño de la casa se contentaba con ser correo mayor del reino'. Otro se contentaba con ser 'director de las aduanas de Lisboa y que el pícaro de de su cuñado tuviese el mismo cargo en las de Oporto'.
Del Macdonell dice: 'El escocés tenía en su cuarto cierto número de garrafas escogidas y cuando hacia las diez salía de su habitación, ya venía con el contenido de una de ellas dentro de su cuerpo y mas colorado que un tomate maduro'.
La Revuelta del Miño tuvo por heroina a una tal María de la Fuente. Aunque Castelo Branco arranca su escrito con estas preguntas: '¿Ha sido María de la Fuente personificación fantástica de una colectividad de amazonas con zuecos? ¿O realmente existió en cuerpo -y no diremos en alma, pero si en guadaña arrasadora- una virago revolucionaria, con esos nombres y apellidos?'. E indaga. Halla varías. Casi todas trigueñas, desenvueltas, de mediana estatura, robustas, hartas de vino, groseras de trato, fáciles en lanzar palabras obscenas, seguidoras de misioneros, de cerrados y sacristías, cantando la canción del absolutismo 'El rey llegó', dando vivas a don Miguel y a la santa religión y periódicamente entregando niños al hospicio.
Lo que dio impulso a esa revuelta 'fue la manada de lobas, crapulosas y desmelenadas, convulsas por el espíritu de las tabernas y de las sacristías'. Y termina clavando su dardo con estas palabras: 'los poetas vagorosos a lo Ossian, de la calle de Las Flores, de aquel tiempo. cerebros bizantinos, transformaban a aquellas maritornes encostradas de estiercol en Dianas de ágiles y bellas piernas, de cabelleras ondulosas enguirnaldadas de flores, con pulseras de oro en los brazos alabastrinos, con las aletas de la nariz trémulas de cólera, irrumpiendo de sus bosques con los venablos tras los jenízaros. Así es como las idealizó también probablemente el divino Garret'.
Garret, Almeida Garret, el divino como lo define Castelo Branco, y Oliveira Martins, y Guerra Junqueiro, y algunos mas, son otros insignes personalidades portuguesas a los que cita y que nosotros habíamos visto citadas por Unamuno.
Por eso escribimos mas arriba que era este libro todo un fresco del Portugal del siglo XIX. Masones, labriegos, curas, frailes, liberales, absolutistas. Y el padre Casimiro escribiendo de todo sin saber de nada insultando a todos los que no piensan como él: liberales, masones sobre todo; al respecto tiene que decir: 'Los epítetos que usa para adjetivar variadamente a los masones -variedad necesaria a la belleza de la composición- tienen esta dulzura apostólica: rateros, ladrones, impios, salteadores, incendiarios, asesinos y salteadores de colosales proporciones. Pio IX que había sido masón y, con seguridad no fue salteador ni impio debió de resentirse de la insolencia con que el portugués le descargaba indirectamente calumnias'.
De cuando en cuando tiene que desviarse de la ironía y recurrir a su memoria para reconvenir al ignorante padre y con toda paciencia ponerle ejemplos de liberales y masones y hasta obispos generosos que murieron casi pobres para mostrarle que no tiene razón. Pero al final harto el autor de estrujar el cerebro contra las sandeces e ignorancias del padre Casimiro y como desesperado de lograr éxito en sus reconvenciones exclama eso que decíamos al principio: '¡Cállese, padre, por honra de Dios, si cree en él!'.
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