6º Orgasmo
Separó sus brazos cruzados. Paseó los dedos de las manos por los pechos tersos y finísimos. Sus pezones se elevaron puntiagudos como palos mayores de la nave. Se bajó las bragas, suavemente, como quien quita lastre inútil que estorba el navegar. Cerró y abrió sus piernas en actitud de ofrenda a las estrellas. Estiró todo su cuerpo, al tiempo que tocaba con las manos, la parte interna de sus acantilados muslos, subiéndolas hasta la rosada superficie de su piragua. Rozó sus partes; los costados de la nave, humedecidos, latían sin control; se movió a derecha e izquierda, sin saber como ponerse para que el remolino del mar, no la llevara hasta el fondo del abismo; acarició, retorció, aplastó, una y otra vez, el mascarón de proa clitoriano que dirigía la nave a la deriva; volvió a acariciarse los costados navales, labios vaginales azotados por las olas; intentó taponar la nave con un dedo para que no se fuera a lo hondo; y el agujero resultó demasiado ancho y de nada le sirvió; abrió y cerró otra vez sus piernas, donde Caribdis y Escila, protegían la nave de las inclemencias del tiempo, como acantilados protectores. Por fin metió la mano en su nave vaginal, que había aumentado de tamaño, repitiendo el mismo movimiento de ofrenda con sus acantiladas piernas; las paredes vaginales parecían tener ventosas como pulpos y se adherían a su mano.
El mundo le daba vueltas; los ojos le daban vueltas; todo le daba vueltas.
Y los pájaros le picaban y las mariposas querían comerla.
Y se retorció en espasmos.
Gritó, gimió, lloró...
Agotada del esfuerzo entregó su alma a Morfeo, pensando:
--"¡Qué hermoso joven y además ya propietario"!.
-- "¡Pobre Rosario!", pensaría, para él, el joven maestro si la oyera.
-- "La tengo dominada", concluiría, un poco sorprendido del cambio milagroso.
Aquella noche, cambió mucho, la maestra interina.
Rosario vio por primera vez la luz, abandonando, para siempre, la oscuridad de sus dieciocho años. Rosario se adueñó de los colores que contiene la luz blanca.
El joven alfabetizador se vanaglorió, ante los mozos del pueblo, diciendo:
-- "La tengo dominada. Lo que le pida. Hago, con ella, lo que quiero".
Pero eso... eso es otro cantar; y falta, naturalmente, la timbrada voz de Rosarito.
2 comentarios:
Pues sí "falta la timbrada voz de Rosarito".
El personaje principal, Rosario, queda diminuto ante tu punto de vista (y por lo tanto tu prosa) demasiado masculino.
Puede ser
Publicar un comentario