En nosotros, la Esperanza, vivió a cubierto, bien atrincherada, como en una ciudadela; y, este es el misterio, sin saber por qué, con un levísimo toque de trompetas, se nos derrumbó.
Era la Esperanza del cuento que vivía en nosotros como en una ciudadela inexpugnable. Tras puertas y postigos atrancados, las palabras eran bellas y flexibles como palmeras en la brisa nocturna.
Decíamos: la Esperanza vive en nosotros como en una ciudadela. Y tras los postigos cerrados las palabras se volvieron inmutables y eternas. Era tras los postigos cerrados donde la Esperanza vivía en nosotros cobijada.
Fuera, las uñas se limpiaban, se afilaban y se probaban cada mañana, antes de la aurora. A nosotros no nos importaba pues seguíamos protegidos. Iba pasando el tiempo, pero la Esperanza seguía viviendo segura...
Nosotros, siempre en guardia, vigilábamos. Hasta que, con un levísimo toque de trompetas, se nos derrumbó. Y salimos expulsados de la fortaleza... Y, colorín colorado, la Esperanza se ha acabado... por ahora.
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