Despierta ya
cada mañana
sintiendo
el latigazo del frescor,
un puntazo de dolor
que hace vibrar
la piel
cerca de sus riñones.
Es el estracto de pepino
colgado ahí
en la repisa del lavabo.
Y
es
que
varias horas,
ella,
inclinada sobre la tierra,
recogiendo pepinos,
uno a uno,
tiene la piel
en carne viva,
acicateada,
sin duda,
por el dolor
de sus riñones.
Y no puede
verlos
ni en pintura.
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