Sonaban
las campanadas
del reloj
del consistorio.
Las diez.
Del consistorio del PP.
Tres jóvenes
(3 marroquíes parados)
O iraquíes tal vez.
Sentados en un banco.
En la plaza.
Me acordé de la muerte
y apreté los puños.
Las campanadas siempre,
siempre me suenan a muerte.
"Y mis manos heridas
en las breñas de astros..."
-decía Aime Cesaire-
Yo seguí apretando
los puños
con el edificio tan cerca
del PP.
"Pero..."
-añadía el mismo poeta-...
Siempre, siempre
se le agrega un pero
de esperanza.
"Pero recogidas con espuma
rompen con el tiempo
el hierro de los cerrojos"
-redondeaba Aimé Cesaire.
Ojalá
los lleven
a todos
a fusilar
en pelotón
a las tapias
de la Historia.
¡Ojalá!
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