Creyó que pasaría de largo pero se acercó a su puesto. No lo habían hecho ni Él ni Ella durante años. Bueno, Ella alguna vez que otra. Pocas. Hay que decir que para El Otro eso de que no se le acercara era un alivio. Porque poner buena cara a un ser que odiaba... Porque lo odiaba, si. Le tenía un odio inmenso. Naciéndole no de razonamientos ideologicos o políticos o éticos. No, no. En absoluto. Era algo visceral. Ese odio se puede resumir en pocas palabras: le había birlado la novia y eso en un pueblo...
Así de claro. Fue hace muchos años. Si. Pero el odio del frutero se le ha quedado incrustado en el pecho. Allí está para salir en cualquier momento. Y para atizarlo más aún, supo, se lo contaron, que ocurrió por una apuesta: despues de dejar a su novia coja, juró a unos pocos y nuevos compadres, en la bodega, que le quitaría la novia a su antiguo amigo verdulero. Así, con esa palabra: 'verdulero'. Y vaya si lo consiguió. Con regalos, con halagos y hasta con engaños la conquistó. Y eso El Otro no lo había olvidado.
-Buenos días.
-¡Hombre, El! ¿Qué tal? ¿Cómo por aquí? ¡Cuánto tiempo!
-Si, mucho. Quería una lechuga y unos tomates.
-Enseguida. ¿Cómo estás? Te veo estupendo.
-Vamos tirando. Y tu, ¿cómo estás? Pareces cada vez más viejo.
-Los años pasan. Para todos... -se paro un poco y luego añadió- Lo raro es que no hayas ido a la otra verdulería.
-Es que... me ha dicho tu novia que lo comprara aquí.
-¿Novia? ¿Qué novia?
-La que ahora es mi mujer -dijo socarronamente.
-¡Ah! Pues... dale las gracias.
-Dáselas tu.
-Cuando la vea se las daré.
-¿La ves muchas veces?
-Algunas.
-¡Coño! ¿Te compra la verdura?
-Algunas veces.
-¿Aun te gusta?
-Sabes lo que te digo... Vas y se lo preguntas a tu mujer... Además... Mira... Mejor que vayas a otro sitio a comprar la lechuga y los tomates.
-¿Por qué? Quiero que tu me lo vendas.
-Pero a mi...
Iba a decirle que no le daba la gana, que era su puesto y que vendía la fruta a los que quería. Iba a decirle todo eso y mandarlo con cajas destempaldas, pero lo pensó mejor: esos escándalos no le venían bien a su negocio; es más, seguro que lo perjudicaban; y le dijo:
-Toma! ¡Aquí tienes! -alargándole la bosa de plástico con lo pedido- ¡Te lo regalo! ¡Y no vuelvas más por mi puesto!
A Él la cicatriz le temblaba. Se quedó con ganas de insultarlo llamándole verdulero y otras lindezas que sabía le molestaba, pero algo le dijo que se callara. Lo miró de reojo, cogió la bolsa y se marchó.
(seguirá)
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