12) maroma
Se separó de repente como si le hubieran dado un puñetazo; le temblaron las piernas y cayó de rodillas al darse cuenta del lugar, el pozo del Tío Mataburras donde arrojaron al Neme.
En el frente le llegó la noticia que Neme, casi curado, fue secuestrado por una de esas bandas criminales llamadas "escuadras del amanecer" y asesinado; su cuerpo lo encontraron, pocos días después, arrojado a un pozo, el pozo al que se había asomado; por las desolladuras de pecho, vientre y piernas debió ser arrastrado varios kilómetros; había sido mutilado y tenía los testículos introducidos en la boca.
Desconcertado por su debilidad se levantó sacudiéndose el barro de las rodillas y mirando en derredor por si alguien hubiera podido ver su ridículo derrumbamiento. Nadie estaba a la vista lo que le tranquilizó un poco; vio, eso si, la mole del castillo. Sin saber por qué se dirigió pendiente arriba, empinada cuesta entre olivares, dispuesto a llegar a la pingorota.
"La luz de la luna, a ras del horizonte, alargaba fantásticamente los carrascos. La aceituna apuntaba en los olivares lejos aún de granar. Y la bellota tampoco ha granado ya que su dulzor cuaja hacia noviembre. El airecillo un poco mas fresco sube desde los olivares"*.
Una vez en el castillo subió peldaño a peldaño hacia los torreones. Una piedra resbaló hasta uno de los fosos. El ruido del golpe, sobre el agua del foso, ¡plas!, se difundió en la mañana, que despertaba de su letargo, por toda la fortaleza.
Recordó por asociación otra piedra lanzada por él a uno de los niños que le apedreaban, y que sin querer, le dio en la frente; ver la sangre manar, echar a correr, mearse y llorar fue todo uno.
También rememoró otra de las veces en que su anhelo cae sin remisión, como la piedra del castillo al pozo, pero en la otra línea paralela, la de los deseos incumplidos: aquella vez fue en Badajoz, en la única ocasión que visitó la capital; tenía entonces 18 años; se metió en una manifestación obrera; y cuando la Guardia Civil y la Guardia de Asalto arremetieron contra los manifestantes hubiera deseado tirarles piedras o cualquiera otra arma arrojadiza que pillara a mano; e incluso ofrecer su pecho a las balas de los policías, generosamente, para que se acantonaran en su corazón y no dañaran a pobres mujeres y hombres y ancianos y niños que protestaban del hambre que padecían, como había padecido y padecía él; pero se marchó huyendo en carrera desesperada, como alma que lleva el diablo, y escondiéndose por el laberinto de callejas desembocó en el barrio de putas, justo donde no quería ir.
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