La sentencia ha sido así, pero podría haber sido de otra manera sin que por ello se conmovieran los ejes de la historia, tal y como está ahora: los paises ricos (sus clases dirigentes) extraerán las riquezas de los pobres, lo quieran o no lo quieran; los amos segirán sometiendo a sus criados; los patronos seguirán explotando a sus obreros; y, dentro de los obreros, los emigrantes seguirán padeciendo la explotación, aun mayor que los aborígenes, y el desprecio de estos, aunque son de la misma clase obrera.
Y con sentencia como la de hoy u otra cualquiera seguirán surgiendo individuos, dentro de esa misma clase obrera, que quieran dar una respuesta a esta situación, ponerle remedio; son individuos, jóvenes sobre todo, que estás dispuestos a todo: a empuñar las armas, a matar o inmolarse.
Y, claro, seguirán cayendo en manos de los que más voces pegan, de los que más agallas demuestran, de los que más bombas explotan; es decir: entrarán, unos en organizaciones de ideología de extrema derecha, nazi, ultra, xenófoba; otros se meterán en las que profesan el orgullo latino; y los de origen árabe en las redes de Al-Qaeda.
Todos alimentando los planes del imperialismo en la llamada lucha de civilizaciones. Más claro: luchando los explotados, sin saber, en el bando de los explotadores.
-Es lo que hay tío.
-Pero... ¿tú que dices?
-¿Yo? Que hagan lo quieran. No soy apostol de nada.
-Me refiero a tu opinión.
-¡Ah! ¡Mi opinión!
-Si. La tuya.
-Mis hermanos, salvo los hijoputas, son los de mi clase: los proletarios.
-¿De cualquier raza?
-Los explotados blancos, negros o cobrizos. Esos son mis hermanos.
-O sea que te la suda la civilización occidental, árabe o latina.
-¿Morir por eso? ¡Venga alla!