viernes, 16 de febrero de 2007

José Mª Amigo Zamorano: CAGASANGRE (2)


2.) bramante

Casi amanecía en Puebla de Alcocer.

Despertó de repente quedándose sentado en la cama, como si acabase de salir del útero materno mirando alelado, como el tonto machadiano que mira con la boca.
La ventana, abierta de par en par, dejaba pasar, confundiéndolo, la tenue y burlona luz seminal del incierto amanecer, coloreando blanquecinamente las sábanas del lecho.
Fuera, donde las calles empinadas parecían tomarse a chirigota su varonía, el cántico de los grillos, última retaguardia del verano, contrastaba con el silencio de la habitación solo interrumpido por el respirar sosegado de la hembra que dormía en su cama.
Frotó los ojos con las manos y sacudió repetidamente la cabeza; y vibró, vibró como el golpe del martillo sobre el yunque con una nota dolorosa de sorpresa en las palabras por ella pronunciadas: "Por lo que se ve no te pareces a Neme en nada; pero en nada."
Miró largo rato a la mujer con el sonido de la frase metido aun en los sesos.
Con gusto yacería con ella, se encamaría con ella, se revolcaría con ella, desesperadamente, inclusive fue a tocar con la mano el hombro que sobresalía desnudo de la sobrecama; se para en mitad de la acción: los reproches, como martillazos, le machacaban la cabeza; retiró las sábanas con el mayor cuidado de que era capaz y descendió del lecho; hizo equilibrios de borracho -aún le duraban los vapores etílicos- para no caerse; se vistió a oscuras, en medio de la habitación, sin dejar de mirar a la hembra que dormía a pierna suelta en su cama.
Caminó hacia la puerta con paso inseguro; la abrió; y mirando a la cama, nuevamente, se fue; la puerta cerró no con la suavidad que él hubiera deseado, lo que le obligó a mirar hacia atrás con un cierto temor; luego se encogió de hombros diciendo para sí:
-- "¡A la mierda!: Me importa un bledo si se despierta".
En la calle se hizo aún más perceptible, mucho mas patente, esa iluminación equívoca, difusa, vaga, que, momentos antes, penetraba, con descarada desvergüenza, en la alcoba, iluminando el tálamo esponsalicio.
Su cuerpo, -que no alcanzaba la mediana estatura, cúrvase como una ce que los brazos caídos en desmayo convierten casi en un macaco-, se estremeció erizándosele el pelo negruzco; su rostro ovalado, se escaroló, obligando a cegar sus ojos negros, bovinos, que antes se movían de izquierda a derecha encerrados en sus celdas; mas, los abre enseguida, obligado por una vivísima impresión, casi real, de que le arrancan primero los testículos, y colocándolos sobre el yunque, se los machacan saliendo disparados los restos a estrellarse en las paredes de la fragua; después hacen lo mismo con la cabeza que se le quiebra, ¡crac!, como una nuez, esparciéndose los huesos por el suelo grisáceo, casi negro, del local mientras la masa cerebral resbala a ambos lados del yunque.
Se curva aún más, y con movimientos espasmódicos, cada vez más continuados, de su barriga, vomita; la cabeza le da vueltas; todo le da vueltas a su alrededor; las calles empinadas se tornan empinadísimas como un cipote emporrado.
Vuelve a sacudir la cabeza y la golpea con las manos, emprendiendo la marcha con un cierto titubeo, por la primera callejuela empinada que se le abría a su derecha.

José Mª Amigo Zamorano: El Cagasangre(1)

Castillo de Puebla de Alcocer


El Cagasangre

"- ¿Se sabe alguna otra cosa de su conducta aquella noche?
- El novio sudaba mucho y parecía enfermo.
No conozco exactamente sus reacciones y demostraciones.
(...)
- ¿Y qué conjeturas se hicieron?
- Claro está que se habló de impotencia."

(De la novela "No sé" de Eusebio García Luengo; Editorial Anthropos; capítulo X; páginas 58, 59 y 60; Colección: Memoria rota 'Exilios y heterodoxias')




1) Corbata

Fue en septiembre.

"Virgo y Balanza se reparten este mes y, en correspondencia mitológica, Astrea hija de Zeus y Themis, hermana de Pudor, trajo a los hombres sentimientos de justicia y de equidad en la Edad de Oro, y marchó al Olimpo cuando aquellos se convirtieron en criminales"*.

Segismundo Amoroso, que no sacó conclusiones del entorno carnívoro donde desenvolvió su existencia gris, casi opaca, que conservó la inmaculada inocencia de su medrosa niñez, se mantuvo interiormente en desacuerdo y lucha permanente con sus deseos como si eso fuera tan trascendental, tan sumamente importante, que todos, absolutamente todos, los seres humanos estuvieran pendientes de su boxeo espiritual. Y, por mas que se sepa, a ciencia cierta, la inocuidad de tal conflicto en el ámbito mundial, nacional y provincial, e incluso que esa inoperancia, obviamente, tampoco iba a trastocar, lo más mínimo, al capullito de Puebla de Alcocer, no se puede esconder ese litigio, esa discrepancia entre lo que hizo y lo que pensó, ya que él era así; y porque no debe darse al olvido un desenlace que conmovió a mas de uno aunque no fuera más que el instante de un batir de párpado.
Segismundo era una contradicción plena, y, con respecto a sus anhelos más escondidos, más íntimos, más recónditos, semejante a las líneas paralelas que por mucho que se alargan nunca se juntan; caminaba partido y equidistante hacia la escisión final, hacia la desintegración fatal.
Así como dos imanes enfrentados por polos de distinto signo se juntan conformando uno solo -lo que para él podía ser evidente: madera de cajón de tabla de encina- para la realidad objetiva del mundo exterior, encarnada en sus convecinos, tal personalidad, íntimamente dividida en dos polaridades, aparecía como una sola, inconfundible e indivisible denominada, Segismundo Amoroso -- "Segis" para los exiguos amigos -- sin mas.
El desacoplamiento, no obstante, tenía que manifestarse por cojudo, por macho, ya que cuando a uno le aguijonean en su ego, salta como un muelle mostrando el poder que tiene esa esfera particular, individualísima, por demás importante, ya que no hay otra: los otros no existen llegado el momento de máxima carga eléctrica; y "Segis" saltó, sin duda: dio un brinco definitivo y se deshizo en mil pedazos.