2.) bramante
Casi amanecía en Puebla de Alcocer.
Despertó de repente quedándose sentado en la cama, como si acabase de salir del útero materno mirando alelado, como el tonto machadiano que mira con la boca.
La ventana, abierta de par en par, dejaba pasar, confundiéndolo, la tenue y burlona luz seminal del incierto amanecer, coloreando blanquecinamente las sábanas del lecho.
Fuera, donde las calles empinadas parecían tomarse a chirigota su varonía, el cántico de los grillos, última retaguardia del verano, contrastaba con el silencio de la habitación solo interrumpido por el respirar sosegado de la hembra que dormía en su cama.
Frotó los ojos con las manos y sacudió repetidamente la cabeza; y vibró, vibró como el golpe del martillo sobre el yunque con una nota dolorosa de sorpresa en las palabras por ella pronunciadas: "Por lo que se ve no te pareces a Neme en nada; pero en nada."
Miró largo rato a la mujer con el sonido de la frase metido aun en los sesos.
Con gusto yacería con ella, se encamaría con ella, se revolcaría con ella, desesperadamente, inclusive fue a tocar con la mano el hombro que sobresalía desnudo de la sobrecama; se para en mitad de la acción: los reproches, como martillazos, le machacaban la cabeza; retiró las sábanas con el mayor cuidado de que era capaz y descendió del lecho; hizo equilibrios de borracho -aún le duraban los vapores etílicos- para no caerse; se vistió a oscuras, en medio de la habitación, sin dejar de mirar a la hembra que dormía a pierna suelta en su cama.
Caminó hacia la puerta con paso inseguro; la abrió; y mirando a la cama, nuevamente, se fue; la puerta cerró no con la suavidad que él hubiera deseado, lo que le obligó a mirar hacia atrás con un cierto temor; luego se encogió de hombros diciendo para sí:
-- "¡A la mierda!: Me importa un bledo si se despierta".
En la calle se hizo aún más perceptible, mucho mas patente, esa iluminación equívoca, difusa, vaga, que, momentos antes, penetraba, con descarada desvergüenza, en la alcoba, iluminando el tálamo esponsalicio.
Su cuerpo, -que no alcanzaba la mediana estatura, cúrvase como una ce que los brazos caídos en desmayo convierten casi en un macaco-, se estremeció erizándosele el pelo negruzco; su rostro ovalado, se escaroló, obligando a cegar sus ojos negros, bovinos, que antes se movían de izquierda a derecha encerrados en sus celdas; mas, los abre enseguida, obligado por una vivísima impresión, casi real, de que le arrancan primero los testículos, y colocándolos sobre el yunque, se los machacan saliendo disparados los restos a estrellarse en las paredes de la fragua; después hacen lo mismo con la cabeza que se le quiebra, ¡crac!, como una nuez, esparciéndose los huesos por el suelo grisáceo, casi negro, del local mientras la masa cerebral resbala a ambos lados del yunque.
Se curva aún más, y con movimientos espasmódicos, cada vez más continuados, de su barriga, vomita; la cabeza le da vueltas; todo le da vueltas a su alrededor; las calles empinadas se tornan empinadísimas como un cipote emporrado.
Vuelve a sacudir la cabeza y la golpea con las manos, emprendiendo la marcha con un cierto titubeo, por la primera callejuela empinada que se le abría a su derecha.
La ventana, abierta de par en par, dejaba pasar, confundiéndolo, la tenue y burlona luz seminal del incierto amanecer, coloreando blanquecinamente las sábanas del lecho.
Fuera, donde las calles empinadas parecían tomarse a chirigota su varonía, el cántico de los grillos, última retaguardia del verano, contrastaba con el silencio de la habitación solo interrumpido por el respirar sosegado de la hembra que dormía en su cama.
Frotó los ojos con las manos y sacudió repetidamente la cabeza; y vibró, vibró como el golpe del martillo sobre el yunque con una nota dolorosa de sorpresa en las palabras por ella pronunciadas: "Por lo que se ve no te pareces a Neme en nada; pero en nada."
Miró largo rato a la mujer con el sonido de la frase metido aun en los sesos.
Con gusto yacería con ella, se encamaría con ella, se revolcaría con ella, desesperadamente, inclusive fue a tocar con la mano el hombro que sobresalía desnudo de la sobrecama; se para en mitad de la acción: los reproches, como martillazos, le machacaban la cabeza; retiró las sábanas con el mayor cuidado de que era capaz y descendió del lecho; hizo equilibrios de borracho -aún le duraban los vapores etílicos- para no caerse; se vistió a oscuras, en medio de la habitación, sin dejar de mirar a la hembra que dormía a pierna suelta en su cama.
Caminó hacia la puerta con paso inseguro; la abrió; y mirando a la cama, nuevamente, se fue; la puerta cerró no con la suavidad que él hubiera deseado, lo que le obligó a mirar hacia atrás con un cierto temor; luego se encogió de hombros diciendo para sí:
-- "¡A la mierda!: Me importa un bledo si se despierta".
En la calle se hizo aún más perceptible, mucho mas patente, esa iluminación equívoca, difusa, vaga, que, momentos antes, penetraba, con descarada desvergüenza, en la alcoba, iluminando el tálamo esponsalicio.
Su cuerpo, -que no alcanzaba la mediana estatura, cúrvase como una ce que los brazos caídos en desmayo convierten casi en un macaco-, se estremeció erizándosele el pelo negruzco; su rostro ovalado, se escaroló, obligando a cegar sus ojos negros, bovinos, que antes se movían de izquierda a derecha encerrados en sus celdas; mas, los abre enseguida, obligado por una vivísima impresión, casi real, de que le arrancan primero los testículos, y colocándolos sobre el yunque, se los machacan saliendo disparados los restos a estrellarse en las paredes de la fragua; después hacen lo mismo con la cabeza que se le quiebra, ¡crac!, como una nuez, esparciéndose los huesos por el suelo grisáceo, casi negro, del local mientras la masa cerebral resbala a ambos lados del yunque.
Se curva aún más, y con movimientos espasmódicos, cada vez más continuados, de su barriga, vomita; la cabeza le da vueltas; todo le da vueltas a su alrededor; las calles empinadas se tornan empinadísimas como un cipote emporrado.
Vuelve a sacudir la cabeza y la golpea con las manos, emprendiendo la marcha con un cierto titubeo, por la primera callejuela empinada que se le abría a su derecha.