domingo, 26 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 6

6-
Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
En Artxanda, municipio y monte cercano a Bilbao, hay un restaurante llamado Simón. Hacia el se dirigieron todos para celebrar el ágape o comida en homenaje a ese familiar que se había salvado de una muerte cierta. Ese familiar era, y es, hermana de su mujer; por tanto era, y es, hermana de su camarada cuñado. El restaurante fue el lugar elegido para la celebración de la ceremonia culinaria y sentimental. Enclavado entre pinos y otras arboledas. Restaurante casi mirador desde donde se divisaba Sondica, su aeropuerto y otras poblaciones del entorno de la capital vizcaina.
Entre el arbolado numerosos merenderos ocupados por familias enteras. Niños jugaban en el césped. A la entrada del tal Simón una terraza llena de mesas, también ocupadas, bullía de gente comiendo o esperando para comer. Salían del restaurante hombres y mujeres con bandejas humeantes con morcillas, chuletas de carne o pescados llevando su deleite al estómago camino de las napias que recibían el regalo con anticipación trasmitiendo al cerebro la orden de segregar jugos. Era prácticamente un autoservicio.
Pero ellos no necesitaban servirse. Ya lo harían camareros y camareras por ellos. No en balde habían reservado mesa para de cerca de veinte personas.
Efectivamente, en la primera planta del local estaba colocada ya la mesa. Les sirvieron espléndidamente con cambios de vajillas y cubiertos por cada plato servido: hongos, ventresca de bonito, ensalada, carne asada servida en pequeños asadores, bacalao… todo ello regado por buen vino o cerveza y postres diversos. Terminando el ágape con café, copa y el que quiso puro.
No cabe duda de que el personaje ‘desconocido aun’ por los lectores y que él aun no había descubierto flotaba en espíritu sobre aquellos comensales. Todos de la cuenca minera. Descendientes de mineros. Pero ninguno minero. A saber: informáticos, delineantes, metalúrgicos, amas de casa, licenciados de telecomunicaciones, maestros de niños y dos niños. Todos de procedencia obrera. ¿Con conciencia de clase?...
Cuando apareció el ramo de rosas blancas, si rosas blancas no rojas, para la agasajada portado por los dos niños se le llenaron de lágrimas los ojos de la homenajeada y de otros muchos presentes. Momento este que fue inmortalizado por las numerosas cámaras fotográficas y móviles. Brillaron los flaxes. El grupo se movió. Quien más quien menos quiso llevarse un recuerdo de ese familiar. Luego las fotos fueron con la mujer de uno, con los niños, con la novia, con el padre, con el cuñado, con el primo… Fotos para el álbum o panteón familiar, como alguien denominó la colección de fotografías.
De vuelta a Gallarta aun pasaron por otro pueblo de esa cuenca minera para tomar la espuela; es decir: las últimas libaciones de licores, los postreras copas. Los cuatro coches que llevaron al ágape o comida, los cuatro coches regresaron sanos y salvos. Si solo fueron cuatro coches se debió a que no todos conocían la ruta hacia el restaurante. Y no por ahorrar gasolina. No. Lo decimos porque que habría seis familias y alguna de ellas tenía más de un automóvil. Y tampoco fue la crisis la que restringió el número de coches.
(seguirá)

Él estaba allí - 5

5-
La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
Miró por la ventana. Enfrente, en el paisaje, el Museo Minero. Reminiscencia de tiempo pasado. Como todos los museos. Pasado pero aun presente en la memoria colectiva. Todos, quien más quien menos, habían sido mineros, hijos de mineros o vivieron de los mineros. Sintieron sus estrecheces, se unieron en sus luchas, confraternizaron con sus anhelos. Anhelos obreros, luchas obreras, estrecheces obreras. El concepto de clase obrera, la conciencia de clase había estado muy arraigada.
Un ejemplo aclarará lo que es eso: una vez, hace veinte años, se convocó una huelga general en la construcción; en la mañana de un día cualquiera estaban sentados en los escalones algunos obreros, descansando, mientras miraban el paisaje; en esto una mujer grita desde una ventana:
-¡Serán esquiroles! ¿Los veis? Hay huelga y están trabajando. ¡Hijos de puta!
Inmediatamente se levantaron de sus escalones y corriéndose la voz se formó una manifestación espontánea en dirección al lugar donde estaban trabajando unos albañiles. Desde lejos vieron venir la manifestación y huyeron de la obra los esquiroles.
Los que participaron en esta acción, hombres y mujeres, no tenían ningún vínculo con la huelga, los movió la conciencia de clase que resume el dicho ‘hoy por ti mañana por mi’. A 50 o 100 kilómetros de allí, en Azcoitia, municipio de la provincia de Guipuzcoa, donde también estaba convocada la huelga, en unas obras se trabajaba y en otras no; nadie se preocupó; los esquiroles siguieron currando sin que por eso las gentes de ese lugar se escandalizaran.
Esa conciencia de clase, como se ve, no está por igual en todas partes. Y puede que incluso aquí se esté diluyendo. El que esto les cuenta fue testigo, hace unos años, en un bar de Gallarta, viendo jugar una partida de cartas, de un diálogo en el que uno de los jugadores, ya mayor de edad, jubilado quizás, mostraba esa conciencia de clase  obrera, frente a un joven que ponía en primer lugar su conciencia de nación.
Ambos eran obreros. Pero uno, de mayor edad, declaraba no tener nación ni patria; y el otro, el joven, decía ser vasco, amar lo vasco, y tener una patria o nación, Euskadi, para él lo más querido. Y muy probablemente el de mayor edad hubiera venido a este pueblo a trabajar emigrando de su lugar de nacimiento; y el otro, joven, sería hijo de emigrantes.
El uno, el viejo, viviría la miseria en su tierra natal, allende los miles de kilómetros; y así mismo aquí el duro trabajo de la mina. Si en su pueblo estaba el terrateniente, el cacique, el amo de las tierras, aquí, en la cuenca minera, se halló con la empresa minera, con el socio capitalista, al que nunca conoció, pero si al listero, al capataz, al ingeniero jefe de la mina que lo siguió explotando; el otro, el joven, en cambio, se fue haciendo hombre en una sociedad cuya explotación tenía otras formas menos ácidas; y cuando su padre, en el verano, lo llevaba de vacaciones a su pueblo natal contemplaba el atraso del lugar, los menosprecios de los riquillos del pueblo y cuando de vuelta a Gallarta, a su casa, como esta en la que había dormido, en la que estaban invitados, comparaba ambas situaciones y en su fuero interno gritaría, primero ¡Gora Euskadi! Y luego ¡Gora Euskadi Askatuta!
Habría un conflicto entre padre e hijo: el padre hacía tabla rasa de diferencias: todos somos obreros, todos somos explotados, los obreros no tenemos patria. El hijo ponía énfasis en las diferencias colocándolas en el pentagrama de su pensamiento: no todo es lo mismo, hay diferencias, mi patria es Euskadi ¡Gora Euskadi Askatuta!
Quizás ese que el invitado no había visto aun en aquella casa estuviera más de acuerdo con el punto de vista del anciano que con el del joven. Incluso si el joven lo conociera, que no es seguro, se daría cuenta, a poco de indagar en el pensamiento del personaje, que ese grito no era propio de un proletario u obrero; sino de propietario autóctono o enriquecido allí. Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
(seguirá)