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Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
En Artxanda, municipio y monte cercano a Bilbao, hay un restaurante llamado Simón. Hacia el se dirigieron todos para celebrar el ágape o comida en homenaje a ese familiar que se había salvado de una muerte cierta. Ese familiar era, y es, hermana de su mujer; por tanto era, y es, hermana de su camarada cuñado. El restaurante fue el lugar elegido para la celebración de la ceremonia culinaria y sentimental. Enclavado entre pinos y otras arboledas. Restaurante casi mirador desde donde se divisaba Sondica, su aeropuerto y otras poblaciones del entorno de la capital vizcaina.
Entre el arbolado numerosos merenderos ocupados por familias enteras. Niños jugaban en el césped. A la entrada del tal Simón una terraza llena de mesas, también ocupadas, bullía de gente comiendo o esperando para comer. Salían del restaurante hombres y mujeres con bandejas humeantes con morcillas, chuletas de carne o pescados llevando su deleite al estómago camino de las napias que recibían el regalo con anticipación trasmitiendo al cerebro la orden de segregar jugos. Era prácticamente un autoservicio.
Pero ellos no necesitaban servirse. Ya lo harían camareros y camareras por ellos. No en balde habían reservado mesa para de cerca de veinte personas.
Efectivamente, en la primera planta del local estaba colocada ya la mesa. Les sirvieron espléndidamente con cambios de vajillas y cubiertos por cada plato servido: hongos, ventresca de bonito, ensalada, carne asada servida en pequeños asadores, bacalao… todo ello regado por buen vino o cerveza y postres diversos. Terminando el ágape con café, copa y el que quiso puro.
No cabe duda de que el personaje ‘desconocido aun’ por los lectores y que él aun no había descubierto flotaba en espíritu sobre aquellos comensales. Todos de la cuenca minera. Descendientes de mineros. Pero ninguno minero. A saber: informáticos, delineantes, metalúrgicos, amas de casa, licenciados de telecomunicaciones, maestros de niños y dos niños. Todos de procedencia obrera. ¿Con conciencia de clase?...
Cuando apareció el ramo de rosas blancas, si rosas blancas no rojas, para la agasajada portado por los dos niños se le llenaron de lágrimas los ojos de la homenajeada y de otros muchos presentes. Momento este que fue inmortalizado por las numerosas cámaras fotográficas y móviles. Brillaron los flaxes. El grupo se movió. Quien más quien menos quiso llevarse un recuerdo de ese familiar. Luego las fotos fueron con la mujer de uno, con los niños, con la novia, con el padre, con el cuñado, con el primo… Fotos para el álbum o panteón familiar, como alguien denominó la colección de fotografías.
De vuelta a Gallarta aun pasaron por otro pueblo de esa cuenca minera para tomar la espuela; es decir: las últimas libaciones de licores, los postreras copas. Los cuatro coches que llevaron al ágape o comida, los cuatro coches regresaron sanos y salvos. Si solo fueron cuatro coches se debió a que no todos conocían la ruta hacia el restaurante. Y no por ahorrar gasolina. No. Lo decimos porque que habría seis familias y alguna de ellas tenía más de un automóvil. Y tampoco fue la crisis la que restringió el número de coches.
(seguirá)