1. Éxodo
Efraím Angaua, mas conocido por El Rabino, no estuvo nunca de acuerdo con quedarse en Tlemecen, pero no pudo evitarlo; después tergiversaron las palabras, mil veces repetidas por él, del poeta sefaradí Yehuda Ha-Leví:
-- "Mira como por tu causa me revisto de venganza: te amo".
Como también torcieron la figurada comparación con que acompañaba esas palabras en los sermones rabínicos.
-- "Lloro por mi pueblo y por mi linaje, lloro por las personas de mi estirpe" y lloro por mi y " por los días felices que ya pasaron". Así pensaba Efraím Anqaua, en un instante de decaimiento moral, caminando hacia el exilio, con palabras de Ha-Leví.
El sol enviaba inexorable e inclemente sus rayos. Estaba cansado de la larga travesía y del peso insoportable de verse desposeído, porque si, razón que no comprendía. Alzó la vista al frente contemplando una larga fila de tristes caminantes, como él, hacia una costa a la que no terminaban nunca de llegar.
Gordos lagrimones le rodaron por sus mejillas.
Quería tener fe, lo deseaba ardientemente y se aferraba a los versos del poeta como naufrago a clavo ardiendo:
-- "Mejor es un día en tierra de Dios que mil en tierra extraña", "hacia ti me dirijo, mis ojos vuelven hacia tu morada".
Si bien lo de "tierra extraña" no lo entendía del todo, valía como soporte espiritual; y los versos eran un alivio momentáneo, fugaz; airosas palabras, bellísimas como vuelos de las mariposas de Hervás; pero poco consistentes, pensaba, para estos momentos de dolor infinito ¡Yavé le perdone!.
¡Ah, Hervás! ... está prendida en su recuerdo la villa de Hervás; como en el alamar la gaya; hermanece de la oscuridad como la luz del pozo oscuro de la noche y con nombre claro de mujer: Sara. Y le vienen otras palabras del poeta: "paloma que entre las frondas anidas afligiose mi corazón por tus lamentos"; lamentos que martillean sus oídos desde que se despidieran en el puente que da paso a la judería. Lágrimas en los ojos tenía ella y temblaba su cuerpo acongojado por la ida de Efraím. Su familia ha decidido quedarse desafiando el decreto de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.
Repite para él, encarnizándolos, otros versos del tudelano:
-- " Saboreo una roja manzana cuyo aroma es como la fragancia de tu rostro y tu atavío".
Sara se le aparece en el puente alargándole la mano temblorosa. Se consuela imaginándola musitando aquellos versos: " solo pido que recuerde el día de su partida cuando hicimos un pacto de amor junto al manzano". Otra vez las lagrimas brotan: "no te olvidaré mientras v ...".
Han cortado bruscamente el hilo de sus recuerdos las voces y risotadas de un jinete que les insulta a voces:
-- "¡Marranos!" - y escupe - "¡idos a vuestra tierra!".
Lo de "vuestra tierra" entendida como patria espiritual podía comprenderse; se lo podía aceptar a Yehuda Ha-Leví; pero en el sentido grosero de este destripaterrones parecíale varapalo arreado al ganado para que salga del corral y vaya al matadero.
La caravana ha interrumpido su marcha para dejar pasar una manada de toros que, pensativos y cabizbajos, caminan hacia un destino incierto como ellos.
Uno de los animales se vuelve, los mira, brama y se lanza embistiendo contra el caballo que tiene al lado, sacándole las tripas; los otros vaqueros acuden en auxilio del compañero; montado como está, teme que, el derrumbe inminente del caballo, sea aprovechado por el toro para extraerle, a él, las entrañas y pasearlas en la encornadura, al viento, como blasón victorioso. "Bien merecido se lo tendría", piensa; ¡Jehová no tenga en cuenta sus pensamientos!.
La interminable columna reanuda su andadura.
Está pronta a avistarse Granada.
"Al pasar junto a Granada palpitando", como ha latido por otros pueblos y ciudades por donde pasó, se dice:
-- "No he de encontrar, para mis pies, sosiego".
Le vienen, llanamente, unos versos muy amargos; versos que le brotan, como agua, de un venero acibarado llamado Sara: "todo surge de la nada; todo nace absurdamente".
Cada vez les era mas difícil el camino, cuando ... Almería se les abrió ante ellos.
Desorden en el puerto. Huestes castellanas escarbando el contenido de los bultos; los ojos codiciosamente abiertos como platos. Por si acaso alguna moneda de oro al oficial de turno; convenía precaverse. La embarcación que leva anclas, parte; y numerosas personas, de todas las edades, que se introducen a la desesperada. Abrazar los baúles y clavarse en el reducido espacio para no ser desalojados a empujones y hundidos en el mar.
Sollozos, gemidos y rezos.
Y el aire fecundando las velas que se hinchan embarazadas.
Y las gaviotas que chillan.
Y el mar que se rebela contra el extraño entremetido oponiéndole resistencia.
Y las olas que castigan azotando sus flancos.
Y el barco que no obstante, sin hacer caso, avanza mar adentro.
-- ¡Abur, Sepharad!, ¡Shalom, Sara!. No te olvidaré jamás, astado de Sepharad.
Efraím mira en derredor. El griterío se ha ido calmando y ahora reina, soberano, el silencio. Temerosos del ruido del mar, las miradas convergiendo interrogativas hacia la proa del barco, se apretujan unos contra otros. Anhelan llegar cuanto antes y pisar tierra firme.
Los balanceos del mar hacen mella en algunos que se marean y devuelven.
Efraím se ha adormecido. Sueña: " Flota en las aguas, muerto; las algas le acompañan, le hablan, le acarician; el acantilado le cierra la salida que el esperaba; en aquel momento se calma el mar que lo sostiene en vilo entre sus aguas; no reanuda la marcha clavado, como está, por el espanto de haber sido desposeído, porque si, razón que no comprende; admite, sin embargo, su condición, como las algas que le acompañan tenazmente en su camino; y que aceptan la suya en su asidero sencillamente acuático; y, aunque se viera libre de su angustiosa situación, miraría a uno y otro lado hasta darse, una y otra vez, con el muro que siempre le cercó, como el acantilado que, ahí y tan cerca, se levanta con mirada insensible y le clausura el paso a la esperanza; solo le queda continuar ahí flotando hasta que la vida del mar lo libere de su materialidad humana o ... ; se determina por fin a escalarlo; araña sus paredes; sube reptando como una culebra, como lo que es; a lo alto el toro brama esperanzado ... "
Se despierta nervioso. Están llegando a Marruecos.
-- "Ya no temeré ninguna pena, ni me alegraré por ninguna dicha". "Hacia ti me dirijo, mis ojos vuelven hacia tu morada". "Mejor un día en tierra de Dios que mil en tierra extraña". La Tierra Prometida está cerca. Lejos quedó Sepharad -- exclama no muy convencido.
2. Exilio y primer aparte
Efraím Angaua, El Rabino, no encontró, efectivamente, paz ni sosiego en tierras marroquíes como el mismo había presentido. Su afán proselitista topaba con barreras infranqueables, aparte del idioma y las costumbres, de muy diversas formas: cuando no era la animadversión, el vilipendio o el menosprecio; eran la persecución o la agresión física. De manera que decidió ir más hacia el sur: a Tumbuctú, tierra de negros, tierra virgen.
Ni la ciudad, ni el clima, ni las gentes, fueron propicias a él ni a su palabra. Halló un terreno yermo.
Se quebró el ánfora sagrada, cayendo al suelo rota en mil pedazos.
El árbol, que daba sombra a los ancianos y a los niños en los días abrasadores y que presidió las añaceas durante siglos, se secó.
Huyeron las mariposas cuando el tam-tam, rasgando su vientre sonoro, enmudeció, ¡mal augurio!. El gallo tutelar permaneció solo, silencioso y perplejo, en la penumbra del puerto.
Francas las cancelas la conciencia se encogió y agrandó para añorar la pérdida del alba; poco remedio para tan grande mal.
Si columbró la enriquecedora diferencia, la consideró erizada de rejones y con los fosos atestados de hambrientos cocodrilos. Mas no ha arribado para volverse atrás, sino al origen.
Sin embargo se halla preparado para todo: respirar el aire que le otorguen, hacer de tripas coraje y con la nostalgia que le queda (su bien mas preciado) erigir una garbosa morada que algún día pintarán las mariposas.
Después acaecerá el menosprecio y el hostigamiento, color mierda, o la indiferencia facinerosa, de tintura nauseabunda.
Mas, con los suyos, ya habrá plantado un nuevo árbol que presidirá las añaceas del regreso, a la tierra comunal abandonada.
Regreso y parada en Tlemecen. "Detúvose junto a la gruta donde nace el manantial hoy sagrado y dedicado a él". El murmullo del agua le entregó la remembranza de Hervás en Sepharad.
Siempre el agua, los manantiales, las fuentes, los ríos.
El agua que corre, que acaricia, que fecunda, que se escurre, que se esparce; o se desborda en el intento de sojuzgarla, de enmaromarla, de aherrojarla.
Un manar cantarino del agua le devolvió el recuerdo. Y otro fluir sonoro fue testificador de la despedida de su amada Sara; allá en Hervás; en el puente de Hervás sobre el río Ambroz. ¡Cuántos años habían pasado!.
Las imágenes se aglomeran, riñen, se empujan, se atropellan por salir; por ser las primeras en salir al escenario de su memoria; se entremezclan y confunden con otras mas recientes igualmente asociadas al agua:
En Un Yunaiba, una localidad separada una semana desde Fez, en caravana, hay un río que, según la creencia del lugar, tienen que orillar los peregrinos bailando, de lo contrario las fiebres cuartanas harán presa en ellos. Efraím, de guasa, se puso a bailar, primero con embarazo, se sentía ridículo; luego el rumor del agua, acariciando el cauce, animó sus pasos, sus saltos, sus cabriolas; comenzó a correr frenéticamente; sintiose sacudido, embriagado, hechizado, trastornado como un demente; y empezó a hablar y a vocear; a gritar y a cantar; y a pronunciar su nombre que el eco repetía de peñasco en peñasco; conversaba con si mismo; se maravilló de que alguien le llamara o le hablara, a voces, en el idioma de su querida Sepharad; creyóse transportado a otro tiempo y otro lugar:
-- ¡claro!, él era Efraím, judío de Sepharad, y ella Sara.
Y gritó hasta desgarrarse la garganta:
-- ¡SARA!
Y la pared roqueña del teatro africano le devolvió, ¡SARA, SARA ...!, multiplicado.
Con un gran sobresalto, impresionado, miró hacia atrás: otras voces en lengua diferente a la suya le nombraban: la áspera realidad, de un golpe, lo sentó.
Con las manos en la cabeza comenzó a llorar amarga y desconsoladamente.
A la vera del fontanar de Tlemecen, El Rabino se dormía acunado por nostalgias, por añoranzas entrañables, y soñaba: subía y subía y subía reptando cual serpiente, acantilado arriba, porque era una serpiente; y el justiciero astado lo aguardaba esperanzado; y le acercaba su chita; y reptaba por ella; y se encaramaba a su cuello; y se hacia brida; y, el toro, bramando, emprendía una rápida carrera; y Efraím se asía a la serpentina brida para no caerse y ...
Segundo aparte
Se fue para conocer otras flores sencillas, sin esconderse entre la fronda lujuriante que las rodea, volando a lomos de raudas libélulas o flotando en la suave brisa de las noches machihembradas donde brota la vida, alumbrado por la tenue luminosidad de millones de luciérnagas, antes de que el tiempo se le consuma.
Desde que años ha deseó saltar las tapias del corral donde habitaba la higuera y ésta lo desaprobó "frotando la lija de sus ramas", le intrigó ese mundo que surgía milagroso cada nueva primavera.
Ambicionaba caminar a la hora del rubor: en el primer relámpago en que la esperanza da a luz, para embriagarse de reconocimientos unánimes.
Era un desafío que se había hecho.
Un día, poco antes de alborear, cuando el sicómoro duerme, profundamente, arropado por "la lija de sus ramas", brincó la tapia y emigró.
Recorrió las alboradas de la tierra descubriendo, en las zarzamoras del camino, una dual gentileza insospechada: estallaban en abrazos de pájaros cantores y en besos de brisas matinales; en tremendos rugidos de cocodrilos y en traicioneros silbidos de culebras.
Nada especial, salvo la independencia conseguida de peregrinar sin amparo o protección.
Así circunvenía su anhelo, en soledad, caminando, corriendo o huyendo, en el fulgor inicial, única manera de romper las erizadas alambradas que por doquier se alzan, al parecer eternas.
Durante un tiempo creyose libre, como los pájaros.
Tuvo que traspasar neblinas, enceguecedoras y fascinantes, que le proyectaban como ensoñación embaucadora una única, singular flor gris escondiéndole el horizonte arcoirisado. Pero no se dejó engatusar por el señuelo. Y continuó su camino.
Discurrió por los caminos de la existencia como el agua por el lecho.
Conoció por fin la fragancia y coloración de las otras flores. Mas no quiso perpetuarse entre ellas.
Su impulso de regresar emanó del agua de la vida; de los cauces de la supervivencia.
Está seguro que fueron bosquejados, ya para la fuga que en carraña se acaba, o bien para el regreso, pigmento de esperanza.
Ha derrochado media vida y ... ¿qué le queda? ...
Ya de vuelta, corre a refugiarse en el cobertizo desde el cual, antaño, divisaba el horizonte de tierras recorridas que las tapias del corral, adonde moraba la higuera, le ocultaban siendo niño.
¿Por qué, si conoció el perfume y el color de otras flores, le escurrían como el aceite?
Ha visto y ha oído: todo le parece hermoso, cruel y fugaz , como la vida y el vuelo de una mariposa.
Se sacude el polvo del camino. Y erguido comienza a caminar por los alcorces de su infancia. Contempla las flores, oye con renovada querencia a los pájaros y escucha a los hombres, henchidos aún hasta las cejas de una porrada de telarañas que les enmascaran las diferentes tonalidades de las flores silvestres, traídas por el viento, antiguamente, desde los más remotos rincones de la tierra.
Se tiende a dormitar a la vera del agua de la fuente y muere.
Epílogo
Los musulmanes respetaron a aquel desconocido taumaturgo que recomendaba a sus parroquianos ser indómitos, vigorosos y bizarros como un toro, ante los agresores; y cautelosos y escurridizos, como los culebras, ante los poderosos:
--"Debemos comportarnos como jinetes en toro embridado de serpientes; es decir que la sagacidad y el entendimiento encaucen nuestra voluntad de contrarrestar la poderosa injusticia: así seremos invencibles" - solía rematar su sermón el rabino Efraím.
Hay que decir, en consideración a la verdad, que lo del toro bravo no lo entendieron, cabalmente, las gentes de aquel lugar, donde no había toros así, pero le permitieron vivir en la ciudad.
Efraím hizo de Tlemecen una Hervás particular: una detención momentánea: una alto en el camino.
Algún día volvería a su alfoz judío en Shefarad.
Y continuó estudiando el Talmud.
Fue asimismo un competente galeno y como sanó a la hija del Sultán, consiguió en recompensa la autorización, para sus hermanos de España y otros territorios, de poder congregarse en Tlemecen y así reflexionar sobre sus palabras; palabras, en momentos, dulces y en otros instantes indignadas por la inicua y obligada dispersión del albergue comunitario, de la que, él y los suyos, fueron objeto, acordada por los serenísimos Isabel y Fernando; palabras que se resumían en un verso de su admirado poeta, Ha-Leví, una y mil veces repetidas:
-- "Mira como por tu causa me revisto de venganza: te amo".
A Sara no volvió a verla jamás; los versos "todo fluye de la nada; todo nace absurdamente" le vinieron a las mientes, ¡Jehová el Misericordioso lo sabrá comprender!. Su familia, ahora conversa, la había casado con un noble cristiano.
Efraím recordó, con pena, las palabras del poeta:
-- " Víboras son tus mejillas, mas de ellas fluye bálsamo"
Lo sepultaron donde no deseaba: en Tlemecen; no pudo evitarlo.
Con el tiempo las virtudes del sacerdote hebreo crecieron, su aureola se agigantó en cuantía tal que se le llegó a conocer por El Rabino que Montaba un León Embridado de Serpientes o El Rabino que Jineteaba un León Guiado por Culebras; así su figurada equiparación con el toro con que rubricaba sus sermones quedó sangrienta y brutalmente falsificada.
Y es que por aquellos lares no entendían de toros bravos.
Ya muy viejo y retirado dicen que se soñaba toro cubriendo de astucia a su añorada Sara para que así, de esa guisa, pudiera liberarse de "esos bestias cristianos".
Y cuentan que cuando pasaba su arrebatada y ardorosa lucubración le venía al recuerdo, con nostálgica tristeza, un vejete del barrio judío de Hervás al que por la mañanas preguntaban:
-- ¿Qué tal el despertar hoy, Solomo?
-- Emporrado como siempre. Por no perder las buenas costumbres - contestaba invariablemente.
-- Es triste y desconsolador, decirlo a mis años, -- recapacitaba el Rabino -- pero es así: siempre pensando en Sepharad.