lunes, 20 de noviembre de 2006

Manifestándose contra la tala



El promotor de la macrourbanización "La Ciudad del Golf" con la connivencia del Ayuntamiento de Navas del Marques y ante la pasividad de la Junta de Castilla y León, hace caso omiso de la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León e inicia la tala de pinos.

Iswe Letu: Un alcalde en la cuerda floja

Este es Gerardo Pérez, alcalde Las Navas del Marqués. Pueblo que fue actualidad hace mes y medio, porque él consintió que comenzaran a talar un pinar en contra de la sentencia de un juez. Luego salieron cientos de casos como el de este pueblo que está situado a medio camino entre Madrid y Avila. Si no os acordáis mirad la página de la asociación ecologista 'Centaurea'. Tiene un dossier completo.

Bueno, ahora ha vuelto a ser noticia pues varias asociaciones ecologistas lo han denunciado por varias trapacerías: prevaricación, tráfico de influencias, falsificación de documento público, contra la protección de la fauna, malversación de caudales y bienes públicos, fraude público... No extraña nada a los vecinos estas acusaciones sabiendo como saben que este individuo era un ganadero que no tenía donde caerse muerto y ahora se ha construido una casa, un chalet para un hijo, una carnicería para otro, compra un audi... Suya es esta frase genial: "Queríamos vender golf y pinos. El golf es bueno para el monte. La urbanización favorecía el medio ambiente porque el golf es zona verde". Puede ir a chirona o hundirse en la miseria (y yo me alegraré al no gustarme nada los chorizos, solamente me gustan los de la matanza) pero esto que no cree a nadie ilusiones ¡los grandes ladrones pocas veces acaban en la cárcel!

José Mª Amigo Zamorano: Fin de una feminista radical



Fin de una feminista radical

Es una mañana tibia de septiembre. El llanto de la vejez brilla con nostálgica otoñada. A la verde ladera le han brotado florecillas morado amarillentas. Por la cercana autopista raudos pasan los coches. Pero él, acostumbrado, como está, a su trajín, no les presta la menor atención.

El sol calienta su cuerpo. Se estira. Gira la cabeza poligonal y se interna decidido entre el follaje. Ha salido a pasear para demostrar y demostrarse que es el centro del universo. Está en la cumbre de la vida. De cuando en cuando se para a ver el movimiento del entorno: el balanceo de la hierba, el brinco de los saltamontes, el vuelo de la mariposa...

Luego sigue un sendero sin parar y se desvía sorteando una hilera de hormigas.

Sabe por instinto que, aunque pequeñas, son peligrosas. Mas adelante el agua que corre le envía su cántico. Se detiene. Escucha arrebatado su murmullo. La necesidad de contemplar su fluir para emborracharse de permanencia y beber un poco de caducidad le impulsa a su encuentro; no para humedecerse de humildad, falsa humildad por otra parte; no, sabe que va a vivir eternamente; impulso que le brota a modo de burla hacia los que se van y no vuelven pues no saben asirse a su ego; pero para acercarse hasta el arroyo tiene que atravesar una extensión de hierbas elevadas que en este momento rugen amenazadoras movidas por el viento; por una ráfaga de viento que le sale al paso desafiándolo.

Mas él es joven y le tienta la aventura; le llama clamoroso el peligro a su regazo; y presto acude. Se interna en la espesura orientándose por el ruido del agua cada vez mas bronco. Las hierbas que el viento azota le precipitan de un lado a otro como si fuera una brizna de paja.

Pero él sigue avanzando a trancas y barrancas.

Una abrigada del terreno le invita a descansar. El viento se calma. Las hierbas se apaciguan. La serenidad, el sosiego, la paz reinan al parecer eternamente

El silencio solo es violado por el profundo caminar del agua que pasa, ya muy cerca de él; su sonido, sin embargo, le arropa, le oculta, le envuelve, le enerva: se siente tierno, voluptuoso: es otra manifestación del yo que...

Alguien le mira.

Gira su cabeza triangular: Es una hembra: Una hermosa hembra que conmueve todo su ser. La sigue. Caminan hasta el regato.

Y a la vera del agua transparente, con cuidado, con sumo cuidado, casi con primorosa delicadeza, se le aproxima.

Y con sumo cuidado, con esa exquisita delicadeza, la tienta, la acaricia, la encabalga y la cubre; sin importarle, lo mas mínimo, la ruidosa algarabía de los niños que salen al recreo de una escuela cercana y que, barrunta, se le pueden echar encima.

No le importa la vergüenza, no conoce la vergüenza, porque no tiene vergüenza.

Y no le afecta ya nada, absolutamente nada, porque la hembra, la hermosa hembra, desalmada, le ha seccionado la cabeza; y lo que experimenta, eso si, es como una cuchillada agudísima, un dolor horrible y velocísimo que desciende desde la cabeza -- que ya no tiene y rueda por el suelo verdeciéndolo -- por todo el abdomen, hasta sus órganos genitales que se sublevan latiendo sin control, enfurecidamente, casi con igual bestialidad, con parecida saña conque le ha cercenado la cabeza triangular su amada; por el contrario ella nota un fuego que le corre con deleite, con gozo, con regalo, con satisfacción infinita, por todo el abdomen hasta la cabeza y saliéndole por los ojos en una explosión arcoirisada, al multiplicar él su reciedumbre sexual en los estertores de la muerte.

Goce que le dura un instante, un breve instante, un efímero instante, pues los niños, los infantes, pasan corriendo y saltando --sin entender de cubrimientos amorosos, ayuntamientos carnales, ni cópulas generatrices-- y han pisado despanzurrando, desconsideradamente, a Santateresa; enviando sus restos al agua que los lleva corriente abajo para fecundar la vida.

José Mª Amigo Zamorano: ¡Adelante, mariposa zapatista!




Adelante, mariposa zapatista


A priori:


Está dividida su personalidad entre el sueño de querer y la realidad de no poder. El espacio, separando ambos hemisferios individuales, es un muro que posibilita la independencia al uno del otro; de modo que se ignoran; o como mucho llegan tan solo a conocerse de vista sin saber lo que hace uno del otro; desconocimiento que le salva la vida; si fuera consciente de la rotura le explotaría el cerebro en los morros con lo que la capacidad o posibilidad de supervivencia sería nula; a no ser que se transformara en un cínico

¡Cosas mas increíbles se han visto! Entonces ...

Alguno, pocos, piensan, y lo dicen, que es un resentido y que está loco. Apreciación superficial. Su estado natural es el sueño; su cosmos, cosmos suavísimo, está edificado de labil mayólica. Por eso, cuando se le fracture, si es que no se le ha fracturado ya, no les va a pillar de sorpresa a los demás.

Él, sin embargo, no entiende del todo la situación objetiva.Ve, eso si, fantasmas que le acechan en torno. Enemigos que le tienden trampas por doquier. Eso es todo.

-- No hay cordialidad -- exclama.

Y se maravilla, se asombra, se empequeñece, tiene miedo del finísimo y sibilino movimiento que cree percibir a su alrededor.

-- Hacen como que cantan, ¡hipócritas!; pero su voz es acerada y cruel -- se expresa íntimamente enfurecido.

-- Pero a mi no me engañan aunque me creen estúpido porque no pienso como ellos -- es la conclusión que extrae mirando a diestra y siniestra.

Y envía disimuladas anacondas a los quebrantadores sin un mandato rotundo ni una dirección precisa. Luego, claro, se le enroscan al cuello echándole la culpa a los demás del bumerán que le maltrata.

Se defiende preparando la venganza. La justifica engalanándola con angustiosas guirnaldas: es su recinto, espacio íntimo donde las doladeras aguardan afiladas y relucientes el gozo infinito de hender o rasgar en carne viva: ¡qué regocijo, qué júbilo contemplar los ojos brillantes empañarse poco a poco entre dolores de agonía!.

Sufre continuas rachas amargas que paga el que está por debajo, el mas débil, arrinconándolo contra las cuerdas y arremetiendo contra él. Construye, edifica, con ingrediente etéreo, sus anhelos a la manera de todo lepidóptero -- mariposa u otra materia volandera -- que, como él, está fraguado de ensueños. Y, por qué no, abrigado de concupiscencia.

-- ¡Oh, mariposas!: escarpada libertad -- suele prorrumpir, engrandeciéndose, cuando nadie le oye.

Es su recóndita filosofía: volar montado a lomos de hermosos lepidóptero; ser libre como las mariposas.

-- ¡Adelante, mariposa zapatista!: te seguiré; quebraremos las corrupciones con el ...

Ha paralizado su vuelo un bocinazo:

-- ¡José Luis! ¡Venga inmediatamente a mi despacho!

Vuelto brutalmente de la Selva Lacandona a la realidad vulgar de la oficina del ministerio donde trabaja, las alas se le desprenden de inmediato, siendo disueltas en el aire viciado por el humo y los sudores de los numerosos funcionarios que, a esa hora, están soñando ya con el plato de comida y la tarde libre.

-- Dígame Ilmo. Sr. Subsecretario.

-- ¿Ha preparado el pliego de cargos?

-- Si señor; está ya hecho.

-- ¿Y ...?

-- Falta grave al rebelde: un mes sin sueldo y ...

-- Bien; le felicito. En estos momentos hay que ser enérgicos con los disidentes, ¿no? ... Puede retirarse.

Ha sido un instante esclavo. Pero nadie, absolutamente nadie, piense que, aunque cierra la puerta del despacho con al cabeza baja, ha renunciado a volar libre como las mariposas. En absoluto: pronto se interna decidido en la naturaleza indomeñable de sus sueños: la guerrilla le espera.


A posteriori:


Nota 1: el carburante esconde un singular y primoroso destino.

Nota 2: renacerá del plebiscitario viento democrático: las elecciones se acercan.

Nota 3: cuando esté en el puesto del Ilmo. Sr. Subsecretario desplegará aún más soberano sus majestuosas alas .

Iswe Letu: ¡A la mierda! Escatologías varias



Rubor

Es estremecimiento y denuncia y no tiene el mas mínimo poder para imponer su ley, ajena a la marcha que otros le dictan.

Va a remolque, incluso frenando, cuando es posible hacerlo.

No sabe si esa es la expresión justa, quizás si; pero su voluntad no es frenar el vehículo sino mandarlo al precipicio; para ser mas preciso: enviarlo a la mierda que es donde debería estar.

Está atado a la madera corrompida, como la herrumbre al clavo y no puede liberarse a si mismo, aunque lo intenta, sin irse él al basurero y traicionar su esencia: al que le huele en el culo lo tiene. Tampoco esa es la explicación cabal... Es su servidumbre y ... su grandeza. Es demasiado grande decir grandeza, valga la redundancia. Redundar suena a abundancia. Abundancia no es la palabra adecuada pues es mas pobre que las ratas.

Se perdería el contraste que produce, en el paredón, el rebelde y el pelotón de ejecución; o dicho de manera pedante: la mierda y la escatología que la estudia, disecciona, vive de ella y por lo tanto la oculta justificándola.

Justificar no es palabra que concuerde con la mierda. La mierda no necesita justificación es una entelequia ... relativa, pues, por lo general, huele.

No existe como tal singularidad. Ya lo decía Goethe "la teoría es gris y el árbol de la vida es verde y mucho mas rico"; así de la mierda: la escatología la define marrón pero la torre de canela de la vida es mucho mas variopinta.

Vivimos tiempos plurales; nos alimentamos de pluralidad; de manera que la escatología no puede reducir de manera escolástica las heces a un solo excremento.

Tal vez puede hablarse de la defecación a la variopinto zurullo que, según el alimento engullido o el individuo que lo produce, se expulsa por el antifonario; es decir: se defeca.

Se evacua, la expulsan, los individuos singulares: por eso es plural.

Pero no vamos a dejarnos embaucar, a saber: no es lo mismo, caca, suciedad, porquería, asquerosidad, guarrería, basura, que chorizo, zurrete, excremento, o truño; ni cagada, cagajón, cagalita, cagarruta; o meconio, zurullo, alhorre, deyección, defecación, boñiga, sirle; inmundicia, deposición, bosta, mugre, cochambre, fiemo, estiércol, desperdicios, despojos, sobras, restos, escombros, escoria, roña, sirria...

No, no es lo mismo.

Ni tampoco Somalia o Alemania, son el vino o el mal.

En conclusión:

es excremento porque es estremecimiento, denuncia y reflexión;
reflexión que debe ser reflexiva y recíprocamente impecable:
el dos en uno que es la suma porquería: la divinidad creadora;
¡ah, Dios mío! basta ya de mierdas que huelen que apestan.

José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) y VI - FIN



6º Orgasmo


Separó sus brazos cruzados. Paseó los dedos de las manos por los pechos tersos y finísimos. Sus pezones se elevaron puntiagudos como palos mayores de la nave. Se bajó las bragas, suavemente, como quien quita lastre inútil que estorba el navegar. Cerró y abrió sus piernas en actitud de ofrenda a las estrellas. Estiró todo su cuerpo, al tiempo que tocaba con las manos, la parte interna de sus acantilados muslos, subiéndolas hasta la rosada superficie de su piragua. Rozó sus partes; los costados de la nave, humedecidos, latían sin control; se movió a derecha e izquierda, sin saber como ponerse para que el remolino del mar, no la llevara hasta el fondo del abismo; acarició, retorció, aplastó, una y otra vez, el mascarón de proa clitoriano que dirigía la nave a la deriva; volvió a acariciarse los costados navales, labios vaginales azotados por las olas; intentó taponar la nave con un dedo para que no se fuera a lo hondo; y el agujero resultó demasiado ancho y de nada le sirvió; abrió y cerró otra vez sus piernas, donde Caribdis y Escila, protegían la nave de las inclemencias del tiempo, como acantilados protectores. Por fin metió la mano en su nave vaginal, que había aumentado de tamaño, repitiendo el mismo movimiento de ofrenda con sus acantiladas piernas; las paredes vaginales parecían tener ventosas como pulpos y se adherían a su mano.

El mundo le daba vueltas; los ojos le daban vueltas; todo le daba vueltas.

Y los pájaros le picaban y las mariposas querían comerla.

Y se retorció en espasmos.

Gritó, gimió, lloró...

Agotada del esfuerzo entregó su alma a Morfeo, pensando:

--"¡Qué hermoso joven y además ya propietario"!.

-- "¡Pobre Rosario!", pensaría, para él, el joven maestro si la oyera.

-- "La tengo dominada", concluiría, un poco sorprendido del cambio milagroso.

Aquella noche, cambió mucho, la maestra interina.

Rosario vio por primera vez la luz, abandonando, para siempre, la oscuridad de sus dieciocho años. Rosario se adueñó de los colores que contiene la luz blanca.

El joven alfabetizador se vanaglorió, ante los mozos del pueblo, diciendo:

-- "La tengo dominada. Lo que le pida. Hago, con ella, lo que quiero".

Pero eso... eso es otro cantar; y falta, naturalmente, la timbrada voz de Rosarito.


José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) I




1º Gozo

Rosario, con dieciocho años, aún no estaba segura de como había venido al mundo. Y como quién se ve acorralada por las sombras e inquieta manotea hasta intentar horadarla, abrirles una brecha, pequeña aunque sea, así intentaba hallar una luz la joven y tímida moza. Las amigas se lo habían dicho, pero en su cabeza no cabía (nunca mejor dicho) que hubiera emergido al mundo por ese diminuto y rosado agujero.

Se lo había mirado varias veces:

--"Nada, que no; que por ahí no puede ser: ¡Imposible!", exclamaba siempre.

Ellas se reían diciéndole:

-- Que si, mujer; no seas inocente; anda, vuélvete a mirar el coñito.

Esta vez se miró la vagina en un espejo que reflejó una forma piraguada y rosada en agua negra; con mascarón de proa dirigiendo el rumbo en ese oscuro y proceloso mar. Separó las manos como para abarcar el volumen de un recién nacido y las fue acercando a su órgano genital para comparar medidas y ajustar volúmenes; después metió el dedo en el conducto vaginal, que entró a duras penas no sin cierto dolor; al sacarlo se lo quedó mirando con gesto dubitativo, y suma incredulidad.

No les volvió a comentar nada en absoluto, para que les condujera a la conclusión de que, por fin, había aceptada su vulgar e increíble explicación, ante el temor de sufrir las bromas de todas ellas. Bromas crueles que empujaban las valvas de su tímida actitud a cerrarse aún más, ante esa vida de relación interpersonal que la mortificaba.

No lo entendió, o lo entendió a medias.

José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) II




2º Alborozo

Era hija única; pequeña de estatura; cara redonda; mirada a veces miedosa, a veces huidiza, sobre todo ante unos ojos masculinos que la miraran descarados; ojos castaños; pómulos ligeramente salientes; tez morena y pelo lacio; su padre que trabajaba de albañil y su madre que fregaba escaleras todos los días por las tardes, habían venido de un pueblo, recién casados, a trabajar a la ciudad; los primeros años fueron muy duros, hasta que pagaron todas las letras del piso; luego comenzaron a ahorrar algunos durillos; durillos que se incrementaban, todos los años, con el dinero del arriendo de las tierras del pueblo; poco era, pero ayudaba; esto les permitió pagar los estudios de la única hija; "ya que nosotros no hemos podido estudiar, que lo haga ella", se dijeron.
Llegaban cansados a casa, pues a nadie dan el pan por dormir, y no tenían tiempo para hablar casi ni entre ellos, cuanto más con la "niña"; niña que, inadvertidamente, había ido modelando su cuerpo, hasta adquirir curvas propias de zagala; de manera que hablaban poco; con lo necesario bastaba.
"Rosarito tienes que estudiar mucho, para ser una mujer de provecho", era la frase favorita y casi única de sus padres; así, la hija, fue creciendo en una atmósfera, agradable, cordial, pero silenciosa; sus inquietudes, sus interrogaciones, se las tenía que contestar ella misma; y si avanzaba, lo hacía con verdadero esfuerzo; los escollos alzaban por doquier su barricada inexpugnable, indiferentes a la mirada del viajero que impotente se detenía ante ellos..
De las "cosas de la vida", ¡ah, las cosas de la vida!, no tuvo oportunidad de intercambiar ideas con los seres más queridos y allegados: los padres; y, por desgracia, hermanos que le iluminaran el camino, no había querido, Alá El Misericordioso, darle alguno.

José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) III



3º Alegría

Los estudios entreabrieron muchos mundos de insospechada existencia, entre ellos el del sexo; era un entreabrir envuelto en una nebulosa que lo dejaba difuminado; costándole muchísimo esfuerzo descifrar los dibujos grises que ilustraban explicaciones abstrusas, frías; trasladarlos, trasvasarlos, superponerlos y encajarlos a un cuerpo y carne cálidos en los que ella moraba inquieta, angustiada, era labor ingente; cuerpo y carne que era ciertamente difícil sacar de las hojas de los libros donde, obviamente, no está la vida; o si lo está, es una pálida imagen, congelada, muerta, disecada y aplastada; sin el volumen material que puede tocarse; y mas, teniendo en cuenta, que a veces, muchas veces, eran simples esquemas; en una palabra: rayajos o burragatos como lo definen los niños.
Años después, estudiando para maestra, cuando su cabeza había asimilado teóricamente su origen primigenio, en un debate impulsado, dirigido y encauzado por la profesora de Pedagogía, declaró sinceramente, con brutal y descarnada inocencia lo tardío del descubrimiento aquel que tanto le angustió; y de las perplejidades que conllevaba la asunción de esas ideas, cuya realidad tangible se le escapaba; lo que la situaba en una irresoluble contradicción, pensaba ella, entre idea y materia; algunos compañeros y compañeras se burlaron de ella, empero la profesora tuvo la suficiente sensibilidad para amonestarlos severamente; y cortó el debate que intuyó se le podía marchar de entre las manos como pez, con las consecuencias lógicamente negativas para su carrera, si llegaba a oídos de la dirección del centro; se lo agradeció sobremanera, pero jamás volvió a suscitar el tema a pesar de las dudas que le quedaron flotando como peces muertos.

José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) IV




4º Deleite

Rosario llevaba algunos meses trabajando de maestra interina en un pueblo, cuando nombraron, por enero, a otro maestro, para clases de alfabetización; era un joven simpático, delgado, alto, de pelo ligeramente rubio y piel fina y pálida, al que veía poco; comían y cenaban juntos, no siempre; después de cenar, ella se encerraba en su habitación, situada en el piso de arriba, estudiando oposiciones para sacar la plaza en propiedad; él se marchaba, al bar, con los mozos del pueblo; retornaba ya de madrugada; dormía en una cama que colocó la patrona en un ensanche del pasillo muy cerca de la puerta de su habitación; ella, para salir o entrar, tenía que pasar junto a su cama; cama que no estaba separada del pasillo, ni por celosías, ni mamparas, ni biombos, ni cortinas ... y que, durante los meses de invierno, debía hacer bastante frío sin la protección de paredes; como se acostaba tarde, le oía llegar, acostarse, respirar, roncar, ... la pared que les separada estaba construida de rasilla, delgadísima; a veces, por la noche, intercambiaban algunas frases de saludo; y sin querer, aunque sus relaciones, al principio, no pasaron de la simple cordialidad, llegaron a tener cierta amistad y confianza, que se traducía en bromas inocentes alterando gozosamente su rutina.

Ya bien entrada la primavera, un sábado por la noche, regresó él joven maestro de la capital de la provincia, a la que había acudido por la tarde a ver el estreno de una película; y como otras veces la saludó al llegar, al ver la luz encendida de la habitación; como Rosarito mostrara interés por la película, se la fue contando, paso a paso, teniendo la prudencia de preguntarle, de vez en cuando, si quería seguir escuchando el relato o bien dormirse; se dio perfecta cuenta que su compañera no se estaba comportando de manera habitual; era más receptiva; más abierta; y le pedía que detallara esta u otra escena, a cual más erótica, cuasi pornográfica, ajena por completo a la pudibundez que emanaba; ante su insistencia en que continuara, lo hizo primero, con una cierta timidez; timidez que pasó en poco tiempo, al regodeo descarado, recreándose en escenas pornográficas que se iba inventando al hilo del relato, algo así como si se hubiera decidido a magrearla, a sobarla con ánimo de provocarle una incontrolada excitación sexual, cuyo fin no sería otro que llevarla al huerto, como se dice coloquialmente, al tiempo que se excitaba contándoselas.

De súbito le espetó sorprendiéndola:

-- Rosario, ¿no me digas que esto no te excita?

La negativa de la maestra interina, de la tímida Rosarito, fue clara, pero poco convincente; luego, la confianza y la amistad se confabularon con la intimidad de la noche, para que la verdad se impusiera por encima de timideces o hipocresías que no conducían a nada; y terminara afirmando, como afirmó, que efectivamente se hallaba bastante excitada, "caliente" fue la palabra que utilizó para ser mas exactos y no pecar de subjetividades:

--Voy a pasar a tu cama. Yo si que tengo la picha emporrada, dura y caliente como hierro al rojo, dijo sin poderse contener.

--¡No, por favor, no pases! Si lo haces, gritaré. Te lo pido de rodillas y por lo que mas quieras: por favor, no pases.

Ignorando las protestas verbales, penetró en su habitación, sin hacer el menor ruido que hiciera sospechar a la patrona algo de lo que después podría arrepentirse; levantó las sábanas y se acostó junto a ella, quien prudentemente, apagó la luz; ocultando así su intimidad a posibles miradas que bien pudieran poner en entredicho su honra por el pueblo; cruzó sus brazos para ocultar sus pechos y apretó sus piernas, aprestándose a una resistencia cordial, sin alharacas, ni aspavientos; que no les convenía a ninguno de los dos dar un escándalo, a no ser que se pusiera, claro está, muy pesado y agresivo.

El joven maestro, no logró derruir sus murallas, ni derribar celosías, biombos, mamparas o puertas, ni menos introducir su infantería y romper los cerrojos; y eso que puso todo el empeño posible y todo el arte aprendido en las películas; su experiencia amorosa, en la vida real, no era mucha; poco a poco el deseo se le fue retirando como las mulas al establo; tuvo que volver a su cama, como un perro derrotado y con el rabo entre las piernas, eso si, con un cierto dolor en sus testículos. Y su orgullo varonil, malherido y arrastrado. Mas tarde pensó si no estaría ella enferma aquella noche, pues a veces, cuando la acariciaba o la besaba, se le ponía la carne de gallina.

José Mª Amigo Zamorano: La Tímida Interina (Relato Erótico) V



5º Arregosto

Sin embargo, y aunque él no lo sabía, aquella noche, cambió mucho a la maestra interina. Sus esquemas cobraron todo el valor carnal que los rayajos le habían escondido. Su carne hizo la luz en su cerebro como atravesado por un prisma. Y explotó saliendo todos los colores del espectro solar.

Nada mas retirarse él a su cama, viéndose sola y libre de ataduras varoniles, de miradas extrañas, bajó la guardia, guardia inútil, ya que no obedecía a necesidad alguna; derrumbó su resistencia heroica; su baluarte quedó desarbolado; circundó su cabeza una arcoirisada crestería, pájaros cantores embriagaron sus oídos, mientras millones de mariposas acariciaban su cuerpo.
Se ofreció al universo. Comulgó con el cosmos. Desnudó su inocencia al sol primaveral. Y abrió, poco a poco, sus pétalos de rosa: