¡Ah, cuántas ofensas en los labios del aguacero y cuántos elogios en las cuerdas del viento avivando de ambigüedad la luz del cielo en el fresco aliento de la bruma!
El crepúsculo tiene destellos ambivalentes y una cierta determinación de acabamiento en el vaivén lógico de las trahumancias hacia unos territorios dominados por la nada.
Y en ese duermevela pasan los acontecimientos sin un desgarro trágico en las entretelas del alma y del cuerpo que se van marchando ya sin ofensas en los labios del aguacero.
Sin embargo, cuánto elogio en el pentagrama del viento que se hace eco del compromiso que un día de antaño fue avivando de luminosidad la oscuridad del firmamento.