martes, 26 de enero de 2010

Recordando a Haití en sus poetas (*)


http://trovadorsinsuerte.blogspot.com/2010/01/poesia-en-haiti.html

Quién no duda ante el esfuerzo por cumplir

ante la ostentación de un mundo por construir o reconstruir
cuando la podredumbre febril lo roe hasta su síntesis
hasta su profundo desdoblamiento.

No basta tener sed para hacer brotar la fuente.
Es necesario escarbar la tierra hasta lo más profundo
de sus entrañas, y con los propios dedos.

Tres veces cantó el gallo
Pedro no traicionó:
se hizo diplomático.

Tengo la angustia de las tinieblas en mi nuca
Tengo el calor de los golpes
ignorado bajo mi piel.
Que se levante al fin el sol
y ahuyente mi miedo.

Rony Lescouflair, poeta Haitiano

Oh país mío, tan triste es la estación
Que ha llegado el tiempo de hablarse en señas.

Todo un pueblo agobiado de silencio
Se desplaza en el mutismo arcilloso de los abismos
e inscribiéndose en las retinas
el movimiento verbalista reemplaza al verbo
Dondequiera la vida se queda en suspenso.

Anthony Phelps, poeta Haitiano


No escribiré sobre el dolor en Haití, a raiz del cataclismo reciente. Su dolor tiene larga data, de país bloqueado, invadido y saqueado por las mismas potencias que ahora llenan de aviones cargados de víveres su aeropuerto en ruinas, a la vez que pueblan el país de marines, o asilan tiranos sanguinarios como "Baby Doc" Duvalier, que sigue disfrutando de sus sucios millones en París.

Tampoco colocaré imágenes de muertos a la intemperie, como si fuera periodista sensacionalista que antes del terremoto viajaba a Cancún o Punta Cana, pero jamás a Puerto Príncipe, ciudad de eternas hambrunas biafreñas.

Prefiero colocar la voz del pueblo haitiano, reflejada en dos poetas de distinta y a la vez aciaga suerte: Lescouflair murió en las mazmorras de "Papa Doc", Phelps pudo exiliarse. Ambos lucharon contra dictaduras con esa arma cargada de futuro que es la poesía comprometida.

Y ese pueblo haitiano renacerá de sus cenizas y escombros: solo necesita que el mundo no le dé la espalda después de pasada la euforia de la caridad, ni lo explote con deudas externas impagables o TLC abusivo, mucho menos derrocar presidentes como Aristide, cuyo único pecado fue querer un Haití justo, sin desigualdades extremas ni fuerzas ocupantes.
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(*) El título es nuestro, todo lo demás es del blog citado