martes, 7 de septiembre de 2010

José Mª Amigo Zamorano: Una persecución muy racial


Estaba echado dormitando. La mañana era soleada, suave, moderada en todo, como sueño de paraiso terrenal. Levantó la cabeza y la siguió con los ojos. Gesto que, salvando las distancias de todo tipo, había visto a unos jóvenes sentados en la terraza de un bar. Pasaban tres chavales. Uno de ellos altísimo. Y los siguieron con la vista. Como el medioadormilado a ella. Los siguieron con la vista y se quedaron cuchicheando. Los tres chavales eran moros. Nada mas. Bueno, nada más no: eran moros. Y eso en España marca la diferencia  con el resto de emigrantes. Pero seguro seguro que el que estaba dormitando no pensaba nada en ello. Su gesto de izar la cabeza se debió a un acto instintivo porque la sintió pasar. El que lo está contando, un servidor de ustedes, ha hecho un paralelismo casi absurdo.

De momento no ha notado más que eso: un movimiento de cabeza y un seguimiento hacia el femenino ser con sus ojos semicerrados, soñolientos. Nada más. Si este se fijó en ella fue también quizás, está elucubrando un servidor de ustedes, por su color; un colorido entre negro y marrón; eso que llama la gente color café con leche. 

En fin, tiene que reconocer ante ustedes que son extraños paralelismo, extravagantes asociaciones de imágenes en el momento de contarlo porque los chicos, los tres chicos moros, uno de ellos muy alto, tenían la tez blanca, eran blancos. ¿Qué quiere decir eso de blanco o blanca? Bueno, pues que no se diferenciaban lo más mínimo del común denominador racial del resto de españoles... Me paro un poco aquí porque he puesto 'racial'. Ha sido sin querer. Perdón. Ahora tengo que remediar esta metedura de pata. He pecado de antihistórico, anticientífico y contrario a lo que los ojos ven diariamente: españoles blancos, también morenos, casi negros algunos, aceitunados, rubios, ensortijados, aterciopelados y... canarios que viven cerca de África. Esto en cuanto a varones. A las hembras les ocurre el mismo variopinto color de la tez. De modo que si a las palabras escritas anteriormente se les termina en 'as'... ya está arreglado el problema, porque es el mismo pluriracial  femenino. Dicho lo cual se llega a la conclusión de que los españoles o las españolas, lo que se dice tener rasgos raciales comunes... Como que no, que cada uno es hijo de su padre y de su madre.

Esto en cuanto a lo que vemos. Si lo leemos en las páginas de la Historia vemos aparecer pueblos y más pueblos: íberos, celtas y celtíberos, que fue una mezcla de ambos, luego godos, alanos, visigodos,  vándalos, cristianos, árabes, benimerines, judíos, bereberes... También de su padre y de su madre. 

O si nos acercamos a la ciencia antropológica nos muestra bien a las claras que el origen del hombre está en el mono y nos remonta al África como cuna de la Humanidad... De modo que eso de 'racial', de común denominador 'racial', no tenía ni pies ni cabeza. 'Racial' salió desmembrada palabra. 

Y desmembrado relato el que está saliendo, el que se está convirtiendo esta descripción de la actitud de él, por el simple hecho, en el duermevela, de ir mirando hacia ella. Mas por necesidades de la verdad, un servidor de ustedes, se tiene que desviar hacia estos derroteros. Porque es que, además, cuando introducimos la palabra 'racial', que nunca la debimos de meter, queriamos decir que esas miradas de las terrazas confluyendo en los tres muchachos moros, uno de ellos altísimo, tenían un brillo... ¿para qué negarlo?... de odio. Un odio a lo que viene de fuera (que en este caso tenía el agravante de alto), un odio a la lengua que hablan (que como no la entienden le parecen ladridos), a su escritura que, aun siendo tan hermosa, a ellos le parece garabatos, odio a unas costumbres como venidas de alguna galaxia. Pero, sobre todo, un odio ancestral, odio acumulado de siglos de luchas de moros y cristianos, odio trasmitido de padres a hijos, odio del subconsciente porque, tal vez, esos que miran, no sepan nada de Historia; un odio venido de luchas fraternales durante siglos (8 siglos) por el mismo suelo, los mismos pastos, la misma agua... una lid en la se derramó sangre, mucha sangre de hermano contra hermano... En 800 años ¿quién puede decir que es puro? ¿quién puede asegurar que él era el primero en ocupar aquellas tierras?... Y más recientemente, los que quedaron, los llamados cristianos, tienen el recuerdo de que igualmente contra los moros lucharon sus abuelos y padres derramando sangre en abundancia en el Desastre de Annual; o que esos mismos moros traídos por el dictador fascista Franco llenaron de salvajadas sangrientas el suelo patrio aterrorizando a los españoles republicanos. 

Es un odio, por cierto, dificil de combatir. Y más ahora, con la crisis, porque el parado español odia al moro que trabaja. Odio que el patrono atiza, que la patronal alienta. Al tiempo que emplea al emigrante en detrimento del aborigen porque éste trabaja por un sueldo más miserable. Dentro de su inmersión en el sistema capitalista, en su rueda de la competencia, se beneficia con esa transación casi sin querer.  Como este servidor de ustedes que observando a él y a ella con toda la mirada objetiva y neutral que es, porque estos ojos míos no miran más que con objetividad, también se beneficiaria de la derrota de ella en caso de que él la atacara. Que eso está por ver. 

Y no vayan ustedes a creer que a mi me gustan ellas... ¡uf, qué asco! Asco me debe de venir de la intrahistoria porque, y siguiendo con esas asociaciones de imágenes extravagantes, o como se dice ahora extrapolándolas, recuerdo un verano en el barrio chino de Salamanca que arrendé los servicios de una joven negra, más bien café con leche, y al verle su seta, 'seta' decíamos entonces, tan rosácea en medio del pinar café con leche, me paralizó las ganas de hembra. De modo que con esto les indico que no es beneficio sexual. Aunque ahora no sabría decirles si he superado aquel racismo coñocutáneo. 

Decía antes que el patrono se ve obligado a contratar emigrantes, pero fuera de eso patrono y parado español son españoles. Y se abrazan en una bandera. Y se entusiasman con La Roja ondeando la bandera; una bandera que para unos es la de la abundancia y para los otros la de la escasez. Pero españoles al fin. ¡Ahí es na! ¡Se dice pronto: españoles!

Ahora, una vez aclarado lo erróneo de intrroducir la palabra 'racial', quería decir que a esas miradas, siguiendo el curso de los tres jóvenes moros, uno de ellos altísimo, les separa un delgado hilo de la agresión física.

Todas estas ideas se me pasaron por la cabeza al ver izar la suya a él, para ver pasar a la otra una y otra vez. Hasta que sus ojos se le abrieron del todo. Y enseñando su boca. Desperezándose. Y luego echando chispas, brillándole los ojos como dos ascuas, mirándola fijamente, se puso en pie. Dio primero un salto y a continuación corrió tras ella. Saltaba, brincaba y corría. Como ya habíamos barruntado con anterioridad. Siempre con la limpia mirada de la objetividad beneficiosa. Durante un buen rato ella huyó de aquí para allí. Pero él no se dio tregua y siguió corriendo, saltando o brincando. 

Mas las fuerzas llegan siempre a su agotamiento. Ella paró un momento. Siendo imitada por él, fijos los ojos en ese ser extraño de color marrón o negro o cafeconleche. O del color que fuese. Eso no le importaba. Su instinto le decía que no era de su especie. Y había venido a invadir su hábitat. A competir con él. No podía consentirlo ni por lo más remoto. 

¿Que estaba ella cansada? Sin duda. Por eso se había detenido. Pero él acezaba y todo su cuerpo se  conmovía. Abría la boca intentando meter la mayor parte de oxígeno en el menor tiempo posible. Pues en cualquier momento podía reanudarse la persecucuión y... o ella se iba o... terminaría con la destrucción del más debil y... y no había comparación porque... el más fuerte era él. 

El final estaba determinado de antemano. 

El mundo no es justo. No. Siempre vence el más fuerte.

Como ella reanudara su huida, desesperadamente, no por ello el perseguidor se compadeció sino que siguió erre que erre, lamiéndose los labios con anticipación mientras saltaba, brincaba y corría de acá para allá.

El desenlace se desarrollaría en pocos segundos.

El destino de ella estaba marcado en la casilla de los perdedores.

El día era tibio, agradable, moderado en todos los aspectos como sueño de un edén. La brisa corría de cuando en cuando agitando las cortinas. Respiré profundamente. 

Se barruntaba ya el dulce otoño.

Por fin él dio un salto a la cortina aprovechando que ella volvía a descansar. La boca abierta, las uñas sacadas. Dio un salto como solo un felino sabe hacer. El gato saltó hacia la mosca que, efectivamente, se había posado en la cortina. Cortina que movida por la brisa de finales de verano dejó un espacio, un pequeño resquicio, por donde la mosca huyó, volando, a la calle.