sábado, 31 de diciembre de 2011

Olmedo Beluche: Para leer el Quijote (*)


Olmedo Beluche (Desde Panamá. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)


A pesar de los pesares, pese al casi nulo apoyo oficial a la cultura y el conocimiento, pese a la promoción de lo chabacano y lo mediocre por parte de los medios de comunicación de masas, pese a los valores mercantiles, los egoísmos, la codicia, la banalidad y la venalidad de la clase gobernante; pese a todo ello, en este país hay gente que trabaja con esfuerzo propio para el desarrollo cultural y científico de Panamá.

Este año que muere, haciendo balance, y por no referirme a tantos ámbitos y personas que habría que mencionar con justicia, mi mente se concentra en un libro recién publicado por el Prof. Rafael Ruiloba.

Rafael Ruiloba, docente del Departamento de Español y conocido escritor nacional, publicó su ensayo “Claves para la interpretación del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”. Libro de apenas 73 páginas, pero de mucha enjundia, que me entregó casi clandestinamente en un pasillo de la facultad y que no pude parar de leer hasta el final. En él desarrolla las reflexiones sobre este clásico de la literatura mundial que antes había publicado como artículo en la revista Cátedra No. 7, en 2006, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha y la crítica a la lectura”.

Para quien simpatice con el enjuto hidalgo, la lectura del ensayo de Ruiloba constituye un importante apoyo, ya que abre ventanas insospechadas sobre aspectos de la novela que suelen pasar desapercibidos o que se toman de manera literal. Las “claves” de Ruiloba nos permiten avizorar un Cervantes mucho más grande del que suele admirarse, a la vez que captar el sentido de la novela tanto en su conjunto como en sus pasajes más famosos.

Puede que para los expertos de otros lares en la obra de Cervantes los aportes de Ruiloba sean conocidos, pero para el panameño común, incluso el universitario, constituyen una novedad estas claves. Lo único que tendríamos que criticar es cierta desprolijidad en la edición. De más está decir que el autor fundamenta sus apreciaciones no sólo en la propia lectura del Quijote, sino en estudios realizados por conocidos intelectuales a quienes cita: Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Gregorio Marañón, K N Togeby, entre otros.

Ruiloba parte por las claves literarias y deja las claves históricas recién para el acápite III. Partamos nosotros al revés porque quien no esté al tanto del contexto histórico en que surgió la novela no podrá captar su esencia y el por qué de su estilo.

Entre 1520 y 1648, época en la que se gestó y publicó la primera y segunda parte del Quijote, el centro dinámico de la historia de Europa es el desastre producido por las guerras religiosas”. Es el choque entre la reforma protestante y la contrarreforma católica. Choque que no fue meramente conceptual, sino social y político, que derivó en múltiples guerras civiles (La Guerra de los Treinta Años).

La reforma protestante constituyó la primera fase de las revoluciones burguesas contra el sistema medieval, sus instituciones, sus clases sociales y sus valores espirituales. Estas revoluciones cambiarían el panorama político de Europa, pero no a favor de los campesinos, que al cabo fueron derrotados. 

Socialmente las ideas reformistas prenden en el campesinado. Engels tiene un conocido ensayo sobre las revoluciones campesinas en Alemania. En España la revolución campesina tomó la forma de la revolución de los comuneros, luchando por los derechos democráticos y los fueros de las comunidades adquiridos a lo largo de la Edad Media y que estaban siendo pisoteados por la Corona.

En todas partes el instrumento ideológico de los sublevados lo fue la Epístola de San Pablo a los Romanos, la cual aducían había sido alterada por la jerarquía católica en su parte medular: “Siervos, servid a vuestros amos, como a Cristo”. En realidad, bajo el manto religioso, estaba el hartazgo de las clases productivas de la sociedad contra los abusivos impuestos que debían sostener a la miríada de parásito sociales y su boato, empezando por los curas, los nobles y los reyes.

Entre las élites intelectualizadas el discurso ideológico iba más allá de lo meramente religioso para apoyarse en el humanismo renacentista, representado sobre todo en la obra de Erasmo de Rotterdam, quien proponía que “el hombre solo se salva por la verdad”, por lo cual era proclive a un cristianismo ecuménico no reñido con el saber científico.

Del “cismaEuropa saldría transformada, fundamentada en la derrota de las revoluciones campesinas, dejando atrás la sociedad medieval, asentando un nuevo régimen político: la Monarquía Absoluta. Monarquía absolutista en todos los sentidos, es decir, basada en la represión de las libertades más elementales, cuyo instrumento fundamental serían la Inquisición (aprobada por el Concilio de Trento, 1545-1563), la cacería de brujas, la represión, la censura y las cárceles llenas.

Con la Inquisición quedaron legitimadas la tortura y la expropiación de bienes a quienes se calificara de herejes. Ruiloba cita a Rodrigo Manrique, que describe la situación en la época de Cervantes en España: “no puede producirse ninguna forma de cultura sin hacerse sospechoso de herejía, error o judaísmo”.

Las víctimas de esta “cruzada” inquisidora lo fueron la verdad, la libertad, la justicia, la honra y la dignidad de la personas, nos dice Ruiloba. Justamente éstos son los valores que defiende con su adarga Don Quijote. Pero, ¿Cómo defender esos valores en un país con 30,000 espías pagados por el Santo Oficio para escarbar por todos lados cualquier amago subversivo? Pues la única forma es haciéndose el loco.

Ruiloba cita a Erasmo cuando afirma que “los insensatos tienen la cualidad maravillosa de decir la verdad y de ser oída con agrado”. Este es el primer truco de Cervantes para eludir la censura y la represión, y cantarle sus verdades al gobierno y a la sociedad, usando de personaje a un supuesto loco, pero que no está tan loco nada. Y por ahí la suelta Don Quijote a la cara de todos los autócratas que hay y han sido: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres le dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros, que encierra la tierra, ni el mar encubre, por la libertad así, como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Cervantes estudió retórica y poética con Lope de Hoyos, conocido erasmista español, por lo cual con toda seguridad conocía la afirmación de Erasmo (Elogio de la locura) de que existen dos tipos de locura: la locura de la ilusión (“la locura como sabiduría de la inadaptación, como dice Carlos Fuentes”); y la locura por estulticia, es decir, por la estupidez humana. La primera la que supuestamente padece Don Quijote (aunque “solamente disparataba en tocándole a la caballería”), la segunda la que padece la sociedad, y que va dejando expuesta el Ingenioso Hidalgo.

La lanza del Quijote apunta a la locura social como violadora de la condición humana. Y esto es lo que hace al Quijote, una obra vigente hoy día, porque aún se sigue violando la condición humana”, dice Ruiloba.

La clave principal para leer el Quijote, en una época de censura y represión, la da el propio Cervantes al decir que su libro es hijo del “discreto entendimiento”. Ruiloba remonta el concepto discreto entendimiento, al “El Convivio” de Dante, y a “El Cortesano” de Baltasar de Castiglione.

Para el primero es una “cualidad del lector, que tiene que comprender las diferencias producidas por las apariencias contrarias, para acrecentar su conciencia por medio del entendimiento”. Para el segundo, “la discreción tiene cuatro sentidos: el de la oportunidad, el de la moderación, el de la discreción y el de la inteligencia”. “Significaba que existía otra cosa o asunto debajo de lo evidente o racional” (sub alicua ratione), agrega Ruiloba.

Cita a Víctor Hugo: “a Cervantes hay que leerlo entre líneas porque tiene su aparte”. Y agrega Ruiloba: “Por lo que el lector de El Quijote tiene que asistir a un teatro de la reconstrucción en una novela que contrapone el texto con la realidad por medio de procedimientos retóricos como la sátira, la parodia y la ironía”.

Las tres claves con las que hay que leer El Quijote, haciendo uso del “discreto entendimiento”, son: la relación entre la novela y la historia; la búsqueda de la verdad en medio de las apariencias contrarias; y la defensa de la dignidad como principal valor de la condición humana.

Por ejemplo, el más famoso pasaje del libro es el encuentro con los molinos de viento, a los que al Quijote le parecen gigantes monstruosos. Resulta que en la época de Felipe II la producción agrícola entró en crisis, de ahí que la monarquía decretara la instalación de molinos de viento para hacer acopio de la producción de granos y su distribución. Pero a partir de ellos se desarrolló una gran cantidad de roedores que propagaron la peste por España entre 1596 y 1602, que exterminó a una tercera parte de la población. Ya se entiende mejor la rabia del Quijote con los molinos.

Otro: “… cuando el Quijote ataca unos odres de vino parodia el conflicto entre los productores de vino y la Corona Española , por el aumento de los impuestos, pues los primeros prefirieron apuñalar los odres de vino antes de pagar los nuevos impuestos”.

También salta la ironía cuando confunde rebaños de borregos con ejércitos; o cuando da consejos a Sancho sobre cómo gobernar su ínsula, esta parodiando a Carlos V que le escribió a Felipe II unos consejos sobre como gobernar; o “Cuando Sancho recurre a una receta de sentencias y refranes para gobernar, está parodiando a Felipe II que gobernaba y hablaba por medio de sentencias y refranes”.

Según Rafael Ruiloba, Cervantes tiene una nueva concepción del papel que la literatura debía jugar, criticando a la moda literaria porque solo buscaba entretener. Para él, la literatura debía entretener pero también concienciar acerca de la realidad. Hacer pensar al lector sobre su condición. Por ello el Quijote no solo se burla de las novelas de caballería, sino también de todos los géneros de moda, como los romances de la época, del teatro, de las autobiografías y de la novela pastoril. En ello residió gran parte de las animadversiones entre Cervantes y su alter ego, Lope de Vega.

Respecto a la dignidad humana, destaca Ruiloba que la sátira y la ironía en el Quijote son completamente opuestas a como las usa Quevedo, que se lanza contra los defectos de las personas. Por el contrario, Cervantes apunta a las taras sociales y, por más debilidades que haya tenido el personaje, al final de una manera u otra, éste acaba recobrando su dignidad. En particular, respecto de los personajes femeninos, todos los cuales son rescatados y dignificados, muy lejos de la misoginia vigente en la época, que sobrevive hasta el presente todavía.

El recurso de las apariencias contrarias, a más de ser usado en algunos pasajes, se expresa en todo su desarrollo en el contraste entre la primera y la segunda parte del Quijote, donde una es espejo de la otra y marchan en sentido contrario. “En la primera parte la realidad es trágica porque implica el choque brutal de la locura con la realidad. En la segunda, la realidad se hace comedia para que todos los personajes hagan que la realidad coincida con la imaginación de don Quijote”.

Tenemos entonces que hay un contraste entre la locura de la primera parte y la cordura de los personajes de la segunda; pero en la medida en que recobran su cordura se acentúa la locura de la sociedad; lo contrario sucede en la primera parte, la sociedad está cuerda y los personajes, locos”, señala Ruiloba.

Y solo en este contexto cada uno de los personajes logra una victoria sobre sí mismo, uno se cura de la locura y el otro, se cura de la estupidez producida por la ignorancia y el conformismo; las dos caras de la locura erasmista…”, concluye Ruiloba.

Ruiloba cierra citando a Carlos Fuentes que dice que “… su crítica de la lectura trasciende lo político, destila verdades fundamentales del hombre y se centra en la condición humana., por lo que la lectura del Quijote implica algo más que la crítica de la historia por medio de burlas verbales. Implica la transformación del lector por medio de la verdad, implica su purificación por medio del ideal. Por eso Cervantes es el creador de la novela moderna, y su crítica sigue siendo la única crítica válida que puede hacerle la literatura a la sociedad.”