-Concha Tristán, no te olvidaremos-
(viene del anterior post)
Cuando se comparaba con el hombre que estaba ahí, sentado en el sillón, volvía a rebelarse contra su infortunio, porque sus piernas se movían y podía ir de un lado a otro. Ella en cambio...
+
Eran momentos de rabia y de impotencia para el ave emigrante. Y si no fueran amortiguados por el trato amable, casi amoroso, que recibía el jarrón golondrinero siempre acariciándolo, o besándolo, o aseándolo... no sabe qué habría hecho.
Lo peor fue cuando colocaron un ramo de flores, al recordar de pronto, dolorosamente que, ella, había sobrevolado campos cuajados de esas mismas flores. Fue un ramalazo de nostagia que recorriera su ser. Y volvía a encender su rebeldía contra la injusta situación en la que se encontraba. Luego, se iba aquietando. Por otra parte, no podía acusar a nadie de su estado.
-¡Maldito Destino!, exclamaba.
Y se ponía a soñar que volaba.
Tantas y tantas veces pusieron flores en el jarrón que, paulatinamente, lo fue tomando como un regalo natural para ella.
Las flores le traían aire fresco y noticias del mundo exterior. En cierta ocasión, recordaba, una de las flores se curvó cayendo cerca de sus ojos. Era un clavel rojo de aroma profundo y muy agradable. Sintió deseos de charlar con él porque, antaño, aprendió el lenguaje de las flores:
-Hola Clavel, ¡qué olor tan penetrante tienes!
-¿Me conoces?
-Claro, yo antes volaba por encima de los campos donde había muchas flores.
-¿Antes?... Y ahora, ¿por qué no lo haces?
-Es que estoy encerrada en este jarrón.
-No te entiendo... Lo que si sé es que estás como yo: me han metido a la fuerza en este recipiente. Y menos mal que el agua que tiene en el fondo alivia el dolor, porque cuando me cortaron con las tijeras sentí un dolor horrible y comencé a sangrar. Ahora ya me duele menos.
-¿No lo entiendes?... En fin, sería muy largo de contar... Cada uno tiene su cruz... Oye...
-Dime.
-A mi el color de tus pétalos me recordó la sangre de una amiga que se sacrificó por una causa noble.
-No serás tú una de las 5 del 75...
-No. Que yo sepa. No conozco esa historia. Soy, eso si, una de las 100.
-¿Si? ¿De la bandada que encabezó la hija de aquella que se sacrificó por los hombre y que se cuenta en El Príncipe Feliz?
-Una de ellas. ¿Has oído la aventura?
-Algo se contaba por los campos de claveles. Pero me gustaría oirlo con tus propias palabras. Tú, que fuiste protagonista.
-Vale. Te la contaré con la condición de que no me interrumpas. Si lo haces se me corta el hilo y me pongo a llorar.
-De acuerdo.
(seguirá)