De nuevo otra relectura. En este caso la novela del nigeriano Ben Okri ‘La carretera hambrienta’, editada por Espasa Calpe en 1994. Traducción de José Luis López Muñoz. La obra obtuvo el prestigioso premio de las letras británicas Booker.
¿De qué trata esta narración? De la vida de un abiku. Y más de uno preguntaréis, ¿qué es un abiku?: En las leyendas africanas los abikus son niños-espíritus que, al parirlos sus madres, no han roto por completo sus vínculos con el mundo idílico de donde se cree que proceden y ansían retornar a él. Los progenitores, por tanto, viven en una continua zozobra ante el peligro de perderlos de nuevo.
En este caso, es la lucha del niño abiku Azaro entre los cantos de sirena del mundo inmaterial y paradisíaco original y el mundo real de sus padres con sus alegrías y tristezas. Más tristezas que alegrías, más penalidades, necesidades, hambrunas, violencias, brutalidades… que regocijos. Ese combate se mantiene entre el anhelo de huir de lo que le rodea como calor insoportable, inundaciones, lluvias torrenciales, destrucción de bosques, trabajos mal remunerados, insectos picadores, cucarachas, serpientes, matonismo político, egoísmos, hedores, basuras y demás fealdades y la realidad de los sacrificios que por él realizan sus padres con su riada de fiestas, ternuras, abrazos, amor, amistad, belleza, regalos… En esa lid lo último citado puede más que esos manantiales de aguas puras, esas músicas celestiales, esos oasis donde reina eterna la primavera cubierta de perfumes, señuelos todos con que quieren obligarlo a irse de sus padres, del mundo de los vivos. Triunfa por tanto la tierra, el hombre, frente a los dioses.
La novela está narrada desde el punto de vista del niño, del abiku, quien, como tal, ve más que las personas del mundo de los vivos y se introduce en el espíritu de otros seres que, aunque se disfracen de mil formas humanas, él descubre que son de otro espacio y tiempo. Así, según bailan en el bar de Madame Koto (un personaje de la obra que comentamos) diferencia claramente a los humanos de los otros pues ve que, debajo de sus máscaras, por ejemplo de los pies, hay en realidad pezuñas de caballo o de yegua, uñas de gato, garras de tigre, ojos de víboras, patas de gallo…
A veces, esos seres tiene un poder de atracción tal que le llevan hasta el centro de sus maldades en sueños que son pesadillas horribles y de las que solo sale liberado por el recuerdo o caricia de sus padres.
La novela narra, sin duda, en muchas de esas pesadillas o sueños, leyendas africanas. Nosotros, que no somos especialistas en leyendas africanas, hemos hallado alguna de ellas que ya aparece, por ejemplo, en ‘El bebedor de vino de palma’ del también nigeriano Amos Tutuola. Por cierto, se bebe mucho más vino de palma en esta novela que en la de Tutuola.
Pero aparte del relato, y ya para terminar, el autor nos viene a dar una visión de Nigeria, de África, del mundo, como un abiku que nace y muere continuamente. Y aun doliéndose con el sufrimiento de los hombres, del Hombre con mayúscula en general, y de los más humildes en particular, tiene que dejar que la vida continúe. No le queda más remedio, si quiere reflejar la verdad de lo que ve. De todas las maneras la vida seguirá fluyendo. Y continuará así eternamente entre esperanza y desesperación, en un fatal tira y afloja. Según hemos querido desprender de su relectura. Alá, Dios o Jehová nos perdone si nuestro desprendimiento es erróneo.