lunes, 27 de noviembre de 2006

Iswe Letu: Ensueño esperanzado


Desenlace


... y apareció lo que anhelábamos... apareció de improviso envuelto en sirenas, en salvas, en silbidos, en cánticos... con invitaciones, con convocatorias, con llamadas, con saludos...

... y las banderas, estandartes, confalones, pendones, oriflamas... tremolaban, flameaban, ondeaban en los ojos y en el viento y en la tierra y en el cielo...

... y sin decirnos nada y de común acuerdo desaparecimos todos --todos: vosotros y yo-- de las ventanas y corrimos escaleras abajo para abrir puertas y cancelas y salir al aire renovado...

... se oía un resonar de pasos que aumentaba por momentos... toques de clarines de ilusión... o golpes de esperanzados remeros, avanzando hacia una luz que se veía ya en el horizonte... hacia la aurora...


Y me desperté de un salto y... y no era nada mas que un sueño...


4. Epílogo


Nos lanzamos al mar de las palabras,


como si estas no fueran más que viento,


y, claro, ofendidas, nos ahogaron, huyendo.


René Philombé: Rotura

Rotura

Para una antología contra el racismo

"Me traerás asilo
consciente de los tormentos de la noche
"
Joseph Miezán Boñini

Llamé a tu puerta,
palpé tu corazón,
para obtener un lecho
y disfrutar del fuego
¿por qué rechazarme?
Ábreme, hermano mío.


René Philombé

Iswe Letu: ¡Evohé!

Sobre el día oscuro
se ha posado el sonrojo del alba,
¡evohé!

Iswe Letu: La Verdad del Zigzag

El vehículo, con sus faros, alumbra la señal que, en zig zag, nos advierte, premeditadamente, sobre la solemne estupidez que, en circunstancias determinadas, es de encaminarse rectamente.

En la carretera, un rótulo en zigzag, nos manifiesta que, a veces, muchas veces, caminar rectamente, es arriesgado, peligroso, ... pudiéndonos ir la vida en ello.

Iswe Letu: Abierto y cerrado

Una ventana cerrada
puede ser
muy desoladora.

Y una abierta
puede serlo
aún más.

Iswe Letu: El Miedo

El Miedo
tiene una entelequia
huidiza.

El Miedo
tiene un cuerpo concreto:
el Cobarde.

Iswe Letu: Por decir algo

"Querer es poder",

dijo el caracol al galgo;

por decir algo.

Iswe Letu: El Florero

A pesar de las apariencias
el florero no es amigo de las flores

Iswe Letu: Algo más

En la arcilla
el artista
no solo trabaja la idea.

Iswe Letu: El de siempre

"Yo soy el de siempre",
dijo y tal vez mintió
sin darse cuenta.

Iswe Letu: Dos que tal baila

Es inútil hablar
pensó el mudo.

Y el conformista dijo:
es inútil protestar.

Iswe Letu: Los vientos

"Los vientos y tormentas de la lucha" nos sucedieron...

mas en el cuadrado del papel, que en el cuadrilátero

Iswe Letu: Huir

Aquel que ante un solo gesto huyó,

al corazón no llegó sino al caparazón.

Iswe Letu: El Tic Tac

El tictac del reloj

está hecho

de sonoras carcajadas.

Iswe Letu: La Nostalgia

La Nostalgia

es la gran sembradora de culturas.

Y la gran destructora también.

Iswe Letu: El Futuro

El Futuro: muy oscuro,

cantaba Antonio Molina.

Iswe Letu: Homenaje a la madre

En la monotonía de los días que pasan,

el fuelle, en las manos callosas de la anciana,

es telar de recuerdos siempre vivos,

es baúl de ilusiones no logradas.

¡Cuanta lágrima vertida! ¡Cuanta tristeza enterrada!.

Iswe Letu: Canta la muerte

En la pingorota de la existencia,

la muerte, compañera inseparable,

canta, desenvolviendo el confalón,

para desesperación del oropel.

Iswe Letu: Al venero

Al venero llegó.

Del agua bebió.

Ni agua acarreó

ni a casa retornó.

Iswe Letu: Circunvenir

¿Quien que circunviene
con bajez, cintazo y clavel
a la hermosa sobreflor?

Felipe "El Corrompedor".

Iswe Letu: Juramento

Lo juro en este momento:

si vuelve a tocarme un sapo

o lo espanzurro y lo mato

o reviento allí en el acto

Iswe Letu: MIERDA



Mierda

Opulenta;

Nimiedad

Alambicada y

Resurrecta.

¡Que

Unte

Indicativo!

Arrasará el porvenir...

¡si puede!


Iswe Letu: Llaman

llaman a mi puerta
y espero yo al amor:

siniestro aldabonazo
me rasga el corazón

José Mª Amigo Zamorano: Trastumbar la pendiente



Trastumbar la pendiente,

La tarde antes de dejar su pueblo, rumbo a no se sabe donde, recogió los barruecos que guardaba celosamente, dirigiéndose hacia la poza, ese lugar recóndito que había arropado sus anhelos día tras día.

El sol animaba su decisión de partir; y el aire también; envolviendo el atardecer con una brisa agradable. La arena del camino se puso suave para besar sus pies. Las voces, provenientes de las eras, amortiguadas por la distancia, llegaban acariciándolo. Los motores le saludaban entregando su energía a las feraces huertas que, de vez en cuando, surgían como oasis en el yermo del llano.

Un olor a humedad le salió al paso al par que el vecino, que regaba su huerta, levantó la mano:

-- ¡Ale! -- dijo, tras quitarse la gorra y enjugar el sudor de la frente con el reverso de su mano.

Trastumbar la suave pendiente, un sendero se abre a la izquierda, flanqueado de juncos y hierbas altas; seguía el curso de un arroyuelo, donde los cangrejos bailaban con sus pinzas al aire y los cocodrilos les animaban dando palmadas, al tiempo que enseñaban, risueños, sus dientes rugiendo divertidos.

Se internó entre la maleza del sendero; y las sombras de los chopos, álamos y negrillos, se inclinaban hasta besar la tierra ante los pasos del futuro emigrante, cuya meta estaba ya muy cercana.

Unos metros mas arriba el sendero se estrechaba empinándose; el terreno comenzaba a ser irregular, alfombrado de piedras que había que salvar agarrándose a ellas con las manos; allá, en lo alto, los árboles circundaban la poza, de agua limpia y fresca, alimentada por la fuente que surgía de entre las peñas; el silencio solo era violado por el cántico de los pájaros.

Llegado a ella, bebió agua de la fuente, azolvó su caz con los barruecos que, tan celosamente, había guardado hasta ese momento, resuelto a retornar; y no pasando mucho tiempo.

Se sentó a la sombra de uno de los árboles. ¡Qué a gusto se encontraba!

Contempló la charca hallándola como desconocida: como si la hubiera visto por primera vez.

Se vio reflejado en ella, como en un espejo: estaba como muerta; lo que nunca le había ocurrido.

Comprendió que, al haber cegado el cauce nutricio, había cortado de raíz su pervivencia, su perenne movimiento, y por tanto el bullicioso fluir de la vida a su alrededor; no había calibrado la trascendencia, en toda su amplitud ecológica, de la simbólica ofrenda a la tierra que había llevado a cabo.

Se acercó al caz. Hurgó en él con el objetivo de corregir el error cometido y conseguir así la permanencia en el tiempo como poza mediante el paso continuado del agua, aunque tan solo fuera un hilillo.

No quedó muy conforme con su labor, al salir mas agua de la que deseaba; no obstante lo dio por bueno embriagado por el cantarino rumor del agua sobre el agua.

Otra vez el agua corría: otra vez el mundo se movía.

Sin poderlo resistir se desnudó para darse un chapuzón, el último chapuzón; ¡bueno!... último antes de emigrar, luego, cuando volviera, que volvería, ya lo haría muchas mas veces.

Se lanzó a la poza donde tantas veces se había bañado desde que, siendo niño, se escapaba entre mediodía, después de comer, huyendo de la odiada siesta; escapada que, casi siempre, con otros amigos, planeaban por las mañanas.

Huida que, todo hay que declararlo, no siempre era coronada con éxito, ya que, a veces, muchas veces, en el momento que salía de la cama le sorprendían sus padres, obligándole a volver a ella llorando.

Allí se había iniciado en "las cosas de la vida". "Las cosas de la vida" era un modo de decir, dando un rodeo, para no aludir directamente al sexo: el pene, los testículos, la masturbación, etc., etc.; y que entre ellos no los denominaban así, sino la picha, los huevos... Más tarde comprendería que, rodeo o no, eran sin duda "las cosas de la vida" y que sin ellas, ésta, no seguiría fluyendo como el agua.

-- ¡Qué tiempos! -- pensó para él.

Braceó con energía en la charca, como para eliminar esos pensamientos, esos malos pensamientos, que le estaban carcomiendo la moral.

Al pasar nadando frente al caz, obstruido con los barruecos, éste se desatascó, viniendo sobre él, que nadaba placenteramente, una tromba de agua, un tanto violenta por el agua retenida, y que, debido a la altura desde donde caía, le incrustó los barruecos en la cabeza dejándole sin sentido.

El agua lo ocultó, entrañablemente, como solo una madre sabe hacerlo, llevándolo hasta su fondo.

Allí se quedó, para siempre, sólo, soñando con otras tierras mas propicias.

MORALEJA:

Sueño del héroe emigrado:
caz con barruecos azolvado.


José Mª Amigo Zamorano: EL VIEJO QUE TENÍA EL ALMA JOVEN



Calidad de vida

1) cuerda

Tomó el desayuno en la cafetería que tenía frente al hospital y salió a la calle.

Eran la nueve de la mañana. La ciudad despertaba de su letargo y se le iba el sudor de la noche por las cañerías y otro sudor aún mas pegajoso venía ya acercándose a los poros: Se barruntaba un día infernal.

Pero a esa hora, en que las calles estaban recién mojadas y los jardines lucían su riego matinal, él se sentía un hombre nuevo.

A pesar de su bienestar sabía que sus reflejos habían perdido velocidad: llevaba unos días ingresado en el hospital y se abandonó un poco.

Se dio cuenta de ello fumando, sentado en la taza del water, viéndose las uñas de algunos dedos del pie jincadas en la carne; sus piernas delgadurrias y peludas y sus calzoncillos manchados de semen, orín y mierda. Terminó de fumar el cigarrillo con el propósito de adecentarse inmediatamente.

Y así lo hizo duchándose y cambiándose de ropa.

Estaba en una edad en la que tenía que hacer constantemente, según él, "examen de conciencia y propósito de enmienda"; o de lo contrario caería en el pozo oscuro de la vejez prematura, o en el mas oscuro aún de la muerte prematura.

Por supuesto que no iba a morir, por lo menos de momento; pero le gustaba jugar con las palabras de significación extrema y la muerte era una de ellas; no, evidentemente, no iba a morir de momento eso estaba claro:

-- "Está Ud. como un mozo; puede dar algún paseo por los alrededores; sin excesos, que luego se pagan" - le indicó el doctor.

Sabía que no era un jovenzuelo, pero también sabía que le quedaban suficientes atractivos para encandilar a más de una hembra que se le pusiera por delante.

Ya adecentado, encamina sus pasos al quiosco de la esquina con el fin de comprar la prensa. Para ello tiene que atravesar un paso de cebra, ya que, el puesto de periódicos y revistas, está del otro lado de la acera. No bien iniciaba la travesía oye el chirrido de un frenazo y alguien desde un coche le grita: "¡Imbécil, mira por donde vas!"; inicia un corte de mangas que interrumpe enseguida por su inutilidad: el coche arranca veloz de inmediato.

2) soga

Reconoce que se había distraído un poco pensando en las hembras.

Y quién no: solo los ambiguos, esos que ahora llamaban homosexuales; ¡homosexuales!, le dio gracia la palabreja al considerar que el vocablo escondía a la palabra más antigua, la que todo el mundo conocía: "¡maricones! ¡mariconazos!", subraya; no, en eso él no podía ser moderno; y no podía serlo porque nunca ha comulgado con la hipocresía: si uno es maricón, es maricón y punto, "¿o no?"...

-- Perdón señor ¿me decía algo?


-- ¿Qué? ... O no, no, disculpe. Deme el diario.

Y se da la vuelta, avergonzado, pensando que tal vez ha estado hablando solo por la calle. Si así fuera no se lo perdonaría nunca. ¡Qué vergüenza! ¡Qué eso lo hiciera un viejo o un tarado, se le podía perdonar!

¡Y se le perdonaba!

Y es que la Humanidad, el Hombre -- quería recalcar lo de Hombre; sin que con eso se quieran sacar conclusiones machistas: él no era de esos machistas; era un macho, eso sí, ¡y muy macho!, de eso no cabía la menor duda; si usaba Hombre era en razón del uso tradicional referente a todos los seres humanos; tampoco en eso podía ser moderno; tampoco en eso podía ser hipócrita; lo sentía: la Humanidad, el Hombre, decía, son comprensivos con una parte de los seres humanos que nacieron con taras congénitas: maricones, locos, pervertidos ...; o perdona las anormalidades que los viejos puedan causar; lo que no perdona son las transgresiones que sus iguales hacen, sin motivo aparente, a las normas establecidas; un ejemplo claro: el automovilista que le insultó por su distracción y con razón. Una razón relativa, claro: él -- el automovilista -- no podía saber, no sabía, que había estado varios días en el hospital, deshidratado y con suero intravenoso; y las enfermedades queman, ¡vaya si queman! que se lo digan a él que había perdido una cierta velocidad de movimiento, de reflejos, de fuerza...

3) nudo corredizo

Tropieza en el bordillo y se tambalea. Sin duda hubiera caído y dado con sus huesos en tierra a no ser por una dama que lo sostuvo.

Se indigna consigo mismo y comienza a patalear de rabia.

-- Tranquilícese usted y no se enfade; eso le ocurre a cualquiera.


-- Señora, es que me encorajina mi torpeza. Ya sé que las enfermedades debilitan, pero, que a mi edad me ocurra esto, es para cabrear al mas tranquilo.


-- Bueno, bueno: ande y vaya con cuidado.


-- Lo haré pero es que parece mentira, ¡coño! ...


-- Ale, ale; ya se ve, ya se ve; está usted muy bien para su edad.

Piensa que su interlocutora le debe echar más años de los que tiene; en el espejo vio, cuando se adecentaba, la palidez del rostro y las arrugas pronunciadísimas.

Y con todo y con eso la señora le ha dicho que está muy bien.

-- "Y ella también. ¡Caray con la señora! ¡Qué pechera tan hermosa tenía!".

Suspira y regresa poco a poco al hospital que se veía a doscientos metros.

El hospital era una casa de dos plantas que destacaba de las construcciones que lo rodeaban - modernas, de ladrillo rojo de cara vista y mucho mas altas - por el tipo de materiales utilizados en su edificación como las piedras y el granito, por la pintura en algunas zonas del exterior de un amarillo pálido y por estar circundada de jardines y árboles frutales y rodeada por una tapia. La entrada, que daba acceso a la finca, tenía a la izquierda un escudo de cemento con el águila imperial, reliquia de la dictadura franquista. Para llegar a la puerta del vestíbulo, donde estaba la portería, había que atravesar un jardincillo cruzado por dos senderos semicirculares contrapuestos que bordeaban setos bien recortados pero ya un tanto entrados en años; en medio del circulo el busto de un hombre, es de suponer ilustre, mostraba señales claras del paso del tiempo sin que el esculpido personaje, ensimismado como estaba, se diera cuenta de ello.

Por esos senderos entraban y salían hombres y mujeres con un denominador común: todos caminaban con desgana, como cansados de vivir.

Por allí salió él y por allí entraría dentro de poco: ciento cincuenta metros de acera y cincuenta entre paso de peatones y sendero hasta el portalón de entrada y ya estaba otra vez en el recinto hospitalario. Y otra vez a oler ese insoportable olor a desinfectante, insecticida, detergente o... ¡sabe dios que potingues!. Pero pronto saldría.

4) ahorcamiento

Se cuidaría mucho de confiar demasiado en sus fuerzas; la enfermedad le había dado pruebas sobradas de que aún no podía brincar como un potrillo.

Al llegar a ese punto se felicitó de que su mente comenzara a dar muestras de buen funcionamiento: acababa de unir hechos y sacar conclusiones del primer paseo por las cercanías del hospital: A) estaba aún débil; B) comenzaba a recuperarse.

La conclusión primera, (A), surgió de sus tropiezos y despistes; la segunda, (B), a causa del renacimiento del macho, desaparecido, durante días, entre las paredes hospitalarias, entre esos vejestorios en fase terminal; pero... se había conmovido solo de pensar en las hembras... ¡Dios y qué hermosas que estaban!; sin ir mas lejos la que acababa de recibirlo en sus brazos o ....

O la que veía caminar frente a él por uno de esos senderos semicirculares: joven, de mirada tímida, que por los pasillos del hospital le había sonreído varias veces; estaba claro, para él, que quería guerra; aunque, lo reconocía, él no hubiera podido enarbolar el fusil: a partir de ahora ya sería harina de otro costal.

Se dispuso a atravesar la calzada por el paso de cebra.

Mira a la derecha: a lo lejos, se veían venir algunos automóviles. Luego a la izquierda: nada.

Adelanta un pie y avanza, lentamente, erguida la cabeza e hinchado el pecho.

La joven lo mira y él muy digno desvía la vista a ambos lados: un coche se le acerca.

Aviva el paso. A un tiempo oye gritos de gente y pitidos de coche casi desesperados.

Un vehículo le pasa rozando.

El cerebro, a pleno rendimiento, aprovecha la confusión para ordenar un traspiés y abrazarse a la joven.

-- ¡Viejo de mierda! -escupe la moza y se lo quita de encima.

La exclamación, "¡Viejo de mierda¡" "¡Viejo de mierda!", suena y resuena en su oído como si hubiera chocado en alguna pared haciendo eco y multiplicándola.

-- Viejo ¿por qué? ... Eso lo puede decir el escritor Eusebio García Luengo con ochenta y nueve años con los orgullo; pero yo que no he llegado a los ochenta... ¿por qué viejo?.

Mira hacia atrás: la joven se aleja indiferente por la acera.

-- ¡Bah!, ¡Qué entenderá una burra cuando es día de fiesta! -se dice- Lo que tengo que hacer otra vez después de tomar el desayuno es ...

Una monja le sale al encuentro.

-- Pero... no le había dicho el doctor que podía dar una vuelta por el jardín como todos los del psiquiátrico. ¿Por qué ha salido fuera?

Como no quiere discutir con ella -sería inútil- inicia un corte de mangas y casi sin mirarla se adentra en...