Calidad de vida
1) cuerda
Tomó el desayuno en la cafetería que tenía frente al hospital y salió a la calle.
Eran la nueve de la mañana. La ciudad despertaba de su letargo y se le iba el sudor de la noche por las cañerías y otro sudor aún mas pegajoso venía ya acercándose a los poros: Se barruntaba un día infernal.
Pero a esa hora, en que las calles estaban recién mojadas y los jardines lucían su riego matinal, él se sentía un hombre nuevo.
A pesar de su bienestar sabía que sus reflejos habían perdido velocidad: llevaba unos días ingresado en el hospital y se abandonó un poco.
Se dio cuenta de ello fumando, sentado en la taza del water, viéndose las uñas de algunos dedos del pie jincadas en la carne; sus piernas delgadurrias y peludas y sus calzoncillos manchados de semen, orín y mierda. Terminó de fumar el cigarrillo con el propósito de adecentarse inmediatamente.
Y así lo hizo duchándose y cambiándose de ropa.
Estaba en una edad en la que tenía que hacer constantemente, según él, "examen de conciencia y propósito de enmienda"; o de lo contrario caería en el pozo oscuro de la vejez prematura, o en el mas oscuro aún de la muerte prematura.
Por supuesto que no iba a morir, por lo menos de momento; pero le gustaba jugar con las palabras de significación extrema y la muerte era una de ellas; no, evidentemente, no iba a morir de momento eso estaba claro:
-- "Está Ud. como un mozo; puede dar algún paseo por los alrededores; sin excesos, que luego se pagan" - le indicó el doctor.
Sabía que no era un jovenzuelo, pero también sabía que le quedaban suficientes atractivos para encandilar a más de una hembra que se le pusiera por delante.
Ya adecentado, encamina sus pasos al quiosco de la esquina con el fin de comprar la prensa. Para ello tiene que atravesar un paso de cebra, ya que, el puesto de periódicos y revistas, está del otro lado de la acera. No bien iniciaba la travesía oye el chirrido de un frenazo y alguien desde un coche le grita: "¡Imbécil, mira por donde vas!"; inicia un corte de mangas que interrumpe enseguida por su inutilidad: el coche arranca veloz de inmediato.
2) soga
Reconoce que se había distraído un poco pensando en las hembras.
Y quién no: solo los ambiguos, esos que ahora llamaban homosexuales; ¡homosexuales!, le dio gracia la palabreja al considerar que el vocablo escondía a la palabra más antigua, la que todo el mundo conocía: "¡maricones! ¡mariconazos!", subraya; no, en eso él no podía ser moderno; y no podía serlo porque nunca ha comulgado con la hipocresía: si uno es maricón, es maricón y punto, "¿o no?"...
-- Perdón señor ¿me decía algo?
-- ¿Qué? ... O no, no, disculpe. Deme el diario.
Y se da la vuelta, avergonzado, pensando que tal vez ha estado hablando solo por la calle. Si así fuera no se lo perdonaría nunca. ¡Qué vergüenza! ¡Qué eso lo hiciera un viejo o un tarado, se le podía perdonar!
¡Y se le perdonaba!
Y es que la Humanidad, el Hombre -- quería recalcar lo de Hombre; sin que con eso se quieran sacar conclusiones machistas: él no era de esos machistas; era un macho, eso sí, ¡y muy macho!, de eso no cabía la menor duda; si usaba Hombre era en razón del uso tradicional referente a todos los seres humanos; tampoco en eso podía ser moderno; tampoco en eso podía ser hipócrita; lo sentía: la Humanidad, el Hombre, decía, son comprensivos con una parte de los seres humanos que nacieron con taras congénitas: maricones, locos, pervertidos ...; o perdona las anormalidades que los viejos puedan causar; lo que no perdona son las transgresiones que sus iguales hacen, sin motivo aparente, a las normas establecidas; un ejemplo claro: el automovilista que le insultó por su distracción y con razón. Una razón relativa, claro: él -- el automovilista -- no podía saber, no sabía, que había estado varios días en el hospital, deshidratado y con suero intravenoso; y las enfermedades queman, ¡vaya si queman! que se lo digan a él que había perdido una cierta velocidad de movimiento, de reflejos, de fuerza...
3) nudo corredizo
Tropieza en el bordillo y se tambalea. Sin duda hubiera caído y dado con sus huesos en tierra a no ser por una dama que lo sostuvo.
Se indigna consigo mismo y comienza a patalear de rabia.
-- Tranquilícese usted y no se enfade; eso le ocurre a cualquiera.
-- Señora, es que me encorajina mi torpeza. Ya sé que las enfermedades debilitan, pero, que a mi edad me ocurra esto, es para cabrear al mas tranquilo.
-- Bueno, bueno: ande y vaya con cuidado.
-- Lo haré pero es que parece mentira, ¡coño! ...
-- Ale, ale; ya se ve, ya se ve; está usted muy bien para su edad.
Piensa que su interlocutora le debe echar más años de los que tiene; en el espejo vio, cuando se adecentaba, la palidez del rostro y las arrugas pronunciadísimas.
Y con todo y con eso la señora le ha dicho que está muy bien.
-- "Y ella también. ¡Caray con la señora! ¡Qué pechera tan hermosa tenía!".
Suspira y regresa poco a poco al hospital que se veía a doscientos metros.
El hospital era una casa de dos plantas que destacaba de las construcciones que lo rodeaban - modernas, de ladrillo rojo de cara vista y mucho mas altas - por el tipo de materiales utilizados en su edificación como las piedras y el granito, por la pintura en algunas zonas del exterior de un amarillo pálido y por estar circundada de jardines y árboles frutales y rodeada por una tapia. La entrada, que daba acceso a la finca, tenía a la izquierda un escudo de cemento con el águila imperial, reliquia de la dictadura franquista. Para llegar a la puerta del vestíbulo, donde estaba la portería, había que atravesar un jardincillo cruzado por dos senderos semicirculares contrapuestos que bordeaban setos bien recortados pero ya un tanto entrados en años; en medio del circulo el busto de un hombre, es de suponer ilustre, mostraba señales claras del paso del tiempo sin que el esculpido personaje, ensimismado como estaba, se diera cuenta de ello.
Por esos senderos entraban y salían hombres y mujeres con un denominador común: todos caminaban con desgana, como cansados de vivir.
Por allí salió él y por allí entraría dentro de poco: ciento cincuenta metros de acera y cincuenta entre paso de peatones y sendero hasta el portalón de entrada y ya estaba otra vez en el recinto hospitalario. Y otra vez a oler ese insoportable olor a desinfectante, insecticida, detergente o... ¡sabe dios que potingues!. Pero pronto saldría.
4) ahorcamiento
Se cuidaría mucho de confiar demasiado en sus fuerzas; la enfermedad le había dado pruebas sobradas de que aún no podía brincar como un potrillo.
Al llegar a ese punto se felicitó de que su mente comenzara a dar muestras de buen funcionamiento: acababa de unir hechos y sacar conclusiones del primer paseo por las cercanías del hospital: A) estaba aún débil; B) comenzaba a recuperarse.
La conclusión primera, (A), surgió de sus tropiezos y despistes; la segunda, (B), a causa del renacimiento del macho, desaparecido, durante días, entre las paredes hospitalarias, entre esos vejestorios en fase terminal; pero... se había conmovido solo de pensar en las hembras... ¡Dios y qué hermosas que estaban!; sin ir mas lejos la que acababa de recibirlo en sus brazos o ....
O la que veía caminar frente a él por uno de esos senderos semicirculares: joven, de mirada tímida, que por los pasillos del hospital le había sonreído varias veces; estaba claro, para él, que quería guerra; aunque, lo reconocía, él no hubiera podido enarbolar el fusil: a partir de ahora ya sería harina de otro costal.
Se dispuso a atravesar la calzada por el paso de cebra.
Mira a la derecha: a lo lejos, se veían venir algunos automóviles. Luego a la izquierda: nada.
Adelanta un pie y avanza, lentamente, erguida la cabeza e hinchado el pecho.
La joven lo mira y él muy digno desvía la vista a ambos lados: un coche se le acerca.
Aviva el paso. A un tiempo oye gritos de gente y pitidos de coche casi desesperados.
Un vehículo le pasa rozando.
El cerebro, a pleno rendimiento, aprovecha la confusión para ordenar un traspiés y abrazarse a la joven.
-- ¡Viejo de mierda! -escupe la moza y se lo quita de encima.
La exclamación, "¡Viejo de mierda¡" "¡Viejo de mierda!", suena y resuena en su oído como si hubiera chocado en alguna pared haciendo eco y multiplicándola.
-- Viejo ¿por qué? ... Eso lo puede decir el escritor Eusebio García Luengo con ochenta y nueve años con los orgullo; pero yo que no he llegado a los ochenta... ¿por qué viejo?.
Mira hacia atrás: la joven se aleja indiferente por la acera.
-- ¡Bah!, ¡Qué entenderá una burra cuando es día de fiesta! -se dice- Lo que tengo que hacer otra vez después de tomar el desayuno es ...
Una monja le sale al encuentro.
-- Pero... no le había dicho el doctor que podía dar una vuelta por el jardín como todos los del psiquiátrico. ¿Por qué ha salido fuera?
Como no quiere discutir con ella -sería inútil- inicia un corte de mangas y casi sin mirarla se adentra en...