jueves, 15 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam


Omar se refugió, después del entierro, en la biblioteca de su palacio, otra vez a vueltas con el significado de la vida.

Se sentó. Enfrente tenía las estanterías donde había colocado sus poetas favoritos. En el canto podía leer sus nombre. Cogió uno. Al azar. Sabía, no obstante, que en los libros no estaba el secreto de la vida. Eso lo tenía claro. Si algo sabía de la vida, era que ella era movimiento, y fluía y cambiaba... Y en los libros eso no se daba... Le gustaba... le gustaba... leer los libros de los poetas al sentirse como reflejado en lo que decían... Y, a pesar de la quietud que emanaba de ellos, algún hálito de vida había... bueno, mejor dicho... una reflexión congelada del tiempo vivido por el poeta.

Abrió el libro que había cogido: <<"... pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, // ni mayor pesadumbre que la vida consciente. // ... Ser, y no ser nada, y ser sin rumbo cierto, // ... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, // ...y la carne que tienta con sus frescos racimos // y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, // y no saber a dónde vamos, // ni de dónde venimos..."(*)>>

Estuvo leyendo un rato. Luego se levantó y se fue a la bodega. El vino procedía de unas viñas donde se encontraban, de vez en cuando, huesos de seres humanos. Decían que, antiguamente, en esas tierras, se había dado una gran batalla y la carnicería fue atroz. Allí mismo enterraron a los muertos en combate.

Abrió la espita. Llenó una jarra y se sirvió una copa.

Al sentir, como él sentía, el anhelo de encontrar el secreto de la vida, posó con suavidad sus labios en el borde de la copa de vino modelada por su amigo, el alfarero, con arcilla del terreno de sus viñas. Una voz, que parecía surgir de dentro mismo de la copa, susurrole:

--"En tanto que vivas, bebe, que los muertos nunca vuelven, nunca; me has oído: no vuelven nunca de ese otro mundo que nos predican los meapilas".

Entonces, recordó a aquel sabio que estaba en la taberna, meditabundo, delante de una jarra de vino; y con el respeto que dan los sabios y los ancianos se acercó a él y le interpeló de la siguiente manera: 'Maestro, ¿que me puede decir, si no es mucha molestia, de aquellos amigos que se ha ido de nuestro lado?'

Y no se le olvida que lo miró con lástima, a él, que tenía toda la vida por delante, y le dijo: 'Siéntate y bebe conmigo, joven inquieto y sensible, que muchos, muchísimos, incontables... han muerto (o los han matado), pero ninguno a vuelto para contarlo'

Y bebiendo se encamina, a su rincón favorito en el jardín

(*) Rubén Darío: 'Cantos de vida y esperanza'.