-¡Qué jamada de coco! -pensaba.
Un pensamiento amargo pues era el 1º de Mayo. Día Internacional de la Clase Obrera. Y primer año que no había acudido a la manifestación. Su amigo, camarada y compañero de CC.OO, José Mª Sánchez Hernández, murió. Ya no era lo mismo.
Había más razones. Muchas más. Tenían relación con el comunismo. Cuyo filo se había desgastado y deteriorado por la misma erosión del devenir histórico y del quehacer humano. Él fue comunista. O eso creía. Si, lo fue. Militó. Se desgastó y... aunque no renegaba de sus principios, tenía que reconocer que los que ahora se apellidaban así (al menos los que más se hacían oír) eran todo menos lo que él consideraba auténtico, legítimo comunismo. Más bien, representaban el tipo de persona, vividor de la política, que siempre había odiado.
No fue a la manifa. Es cierto. ¿Para qué ir? Procesiones ya las hacen los meapilas, los católicos, a a menudo. Para gritar, para 'orear su adrenalina' como le había leído a un antiguo camarada, se iba al campo y le gritaba a los gusanos. O al aire. No tenía necesidad de hacerlo entre banderas de sindicatos vendidos al estado del Capital.
Se puso a cortar esa mañana las uñas de las manos.
-Un remedo simbólico de mellar el filo ideológico -murmuró bromista sonriendo.
La vida seguía cocinando su protesta a pesar de que un garbanzo no quiera entrar en la olla.
Otros continuaban con las uñas bien afiladas. También comunistas. Comunistas, si. Pero libertarios. Y jóvenes. Con la sangre ardiendo en sus venas. Se enfrentaban a las fuerzas del orden capitalista. Con estandartes diferentes. También. Colores rojo y negro. Igualmente.
¿Y el estilo? El mismo que él aprendiera a lo largo de los años: puños en alto, banderas ondeando, pecho erguido, armas empuñadas. La rebeldía que inundaba todos los rincones del orbe, porque la realidad sobresale a pesar de bonzos sindicales; la crisis impone su ley machacando a millones de parados; pero no todos se paran, hay quien sigue adelante exigiendo la continuación de la lucha obrera. Con tanta o más energía que antes.
Dejó las tijeras encima de la mesa. Otros las tomarán del cajoncillo. No sabe si se llamarán a ellos mismos comunistas. Aunque lo sean. Se nombrarán, eso si, anarquistas. Y a mucha honra, proclamarán; sin que nadie les pueda llevar la contraria, pues, al fin y al cabo, los que fueron ahorcados, allá, en Chicago, los obreros asesinados en 1886, era anarquistas. Y en su honor y homenaje se instituyó el 1º de Mayo. Son los continuadores de la vida. Los combatientes por un mundo mejor.
¿Sería tan sectario de no reconocer a los que seguían en la brecha porque no se llamaran comunistas?
Cogió las tijeras y, andando pasillo adelante, las fue a colocar en el estuche. Le costaba el andar. Arrastraba sus piernas. Se tambaleaba como un borracho, mientras la televisión seguía comiéndole el tarro, el coco, la molondra, a sus hijos.
En fin, esperaba a la muerte. Como todos. Pero mientras llegaba, no pudo remediarlo, se alegró de que alguien hubiera querido liquidar la monarquía holandesa. Tanto si era comunista, socialista, anarquista o cualquier otro valiente cualquiera. ¡Qué mas daba! Su júbilo fue como un homenaje. Se lo había leído, en un cuento, a Gorki:
-Honremos la locura de los valientes. Es la única sabiduría.
O algo así.
Pues eso. Hagamos algo. ¡A la acción!
Ya hasta Goethe había dicho:
-"Hazme caso: un tío que especula es como el animal al que un espíritu malo lleva en círculo de acá para allá sobre una hierba seca; en tanto, todo alrededor se extienden bellos y verdes pastos."