31.
Muchos días que Rustem no fue por la taberna. Contaron que, muy sigilosamente, casi a escondidas, había montado en su yegua hacia un lugar desconocido. Luego, que lo vieron volver con cara de enfermo, llorando; que se había encerrado en casa y no quería recibir a nadie.
Todo esto había sucedido en Primavera, como ahora, del año pasado.
Un día, a primeros de verano, llamó alguien a casa de Omar Khayyam. Era Rustem. Y en su rostro no asomaba lágrima, ni enfermedad alguna. Estaba radiante. Sonreía. Eso le sorprendió a Omar. Y se lo dijo:
--Ya, ya, pero lo he pasado mal, muy mal.
--¿Lo has pasado? Pues, lo pasado, pasado. Yo te veo bien.
--Si, ahora, si.
--Pasa a la terraza y siéntate. Vamos a beber unos vasos de vino.
Desde ella se veía el ir y venir de los campesinos, muy atareados por el comienzo de la recogida de la cosecha: en una tierra segaban la cebada, en otra recogían algarrobas, más allá regaban el maíz; por un camino se veía venir un carro lleno de bálago; en unas eras desparramaban la mies, o trillaban...
--Me contaron que te fuiste por ahí, sin decirle nada a nadie.
--Me dio un repente. Y me marche al lugar donde había caído muerta la mujer que tanto quise. Hablé con gentes de aquel pueblo. Entablé amistades y algunos me llevaron al sitio. Horrible. Era un muladar... Ironías del destino... en ese momento florecían... allí mismo... violetas...
Se le mudó el color de la cara. Se le humedecieron los ojos. Omar lo miraba pensativo:
--Te lo he dicho más veces... y te lo repetiré miles de veces más: no renuncies al vino Rustem... Anda, bebe otra vez. Mientras te sea posible... Yo, algunas veces, antes de acercar la copa a mis labios le digo a mi amada: "Voy a tomarme un trago de optimismo"... Y me bebo una copa... ¡Oh, lamentaciones sin cuento se sucederían sin el dorado o morado brebaje venenoso!
Rustem le escuchaba y bebía con ganas, con ansiedad, casi con pasión. Desbordaba de alegría, después del mal trago, comulgando con las palabras del amigo.
--Mira el jardín. ¿Tú crees, ahora que la rosa entreabre sus capullos y canta desbordando de alegría el pájaro en la enramada; ahora que, como quien dice, comienza la aurora; ahora que brillan apetitosos los colores de los racimos en las viñas... Tu crees... que es el momento propicio a la renuncia?
--No.
--Pues bebamos.