jueves, 2 de septiembre de 2010

Iswe Letu: Menos que el pedo de una hiena vieja (3)

 3.
Cuando regresó Recio de su pesquisitoria el salón de la casa estaba en silencio. Los rostros de Beatriz, de su madre y de las dos vecinas semejaban propios de un velatorio. Y los ojos de las que velaban, al abrir este la puerta, se lanzaron ansiosos pidiéndoles explicaciones. Y se las dio: lo que había podido averiguar era que Ángel estaba vivo y sin herida alguna; que al parecer si había intentado matarse, aunque él asegura que no, que había seguido a un halcón peregrino (cosa que nadie ha creido) hasta el risco del suicida y nada más; que lo misterioso del caso está en que lo vieron hablar por teléfono y que al poco tiempo se subió a un coche con alguien y que desde entonces, hace ya casi cuatro horas, nadie lo ha vuelto a ver.

Beatriz se puso a llorar, la madre acompañó su llanto, llanto al que se unieron las dos vecinas.

Este cuadro se encontró Ángel cuando abrió la puerta de la casa de sus suegros. Miró, sorprendido, todas y cada una de las caras, sin comprender nada. 

Beatriz, tras la sorpresa, se lanzó a sus brazos. El padre le reprochó a voces el disgusto causado a su hija. La madre miraba alelada. Las vecinas, temerosas de Recio, que por algo lo llamaban así, se despidieron. Ángel, en un principio, no entendía nada, por lo que oscilaban sus ojos del padre a la hija pasando por la suegra. Poco a poco fue aclarandose la neblina en su cerebro por lo que tuvo que volver a contar su historia, como ya la había contado por el pueblo, pero más pormenorizada: desde las seis o siete de la mañana, cuando salió a pasear, hasta las doce en punto que marcaba, sonoro, en esos momentos, el reloj de pared del salón. 

Y comenzando por desmintir lo del suicidio, una vez más.

-Yo no tengo por qué suicidarme. Soy feliz con Beatriz. La quiero. Y me hallo a gusto en la vida. -Pero... ¿por qué fuiste a dar un paseo tan temprano? Y recién casado. No lo entiendo. -No sé. No lo sé. Me gusta pasear. Me dcesperté a la hora de siempre. Contemplé el rostro de vuestra hija. Ta hermosa. Y no sé... me fui a dar una caminata. Tal vez a decirle a los campos, a las aves, a las plantas... lo feliz que era. El pueblo estaba en silencio. Solo un perro ladraba. Ya en corrales se oía el trajinar de los labradores. Y alguna que otra chimenea ahumaba. Comenzaba debilmente a amanecer. Y andando andando, no sé, llegué al pinar. Los pájaros se desperezaban. Se oía bullicio entre las ramas de los árboles. Un halcón peregrino cruzó el cielo. Lo conozco desollado. Me gusta ese animal. Y seguí su vuelo con la vista hasta donde se posó. Me adentré en el pinar llegando hasta el Risco El Suicida. Allí tenía su nido. El Risco es imponente. Había oído hablar de él, pero una cosa es eso, que te lo digan, y otra muy distinta verlo. Sobrecogía. Tan alto. Di una vuelta entorno a él. Subí por una parte, la del oeste. Por allí la subida facil. Cuando llegué arriba comprobé que el nido se hallaba en la parte este y que por donde había subido no podía alcanzarlo. Volví a bajar. Brincaba de roca en roca como un mono. Me encontraba a gusto, muy a gusto. Era feliz. Poco más les puedo decir. Por la parte este se podía llegar justo hasta el nido. Pero por esa parte la pared caia a pico. Era pura pared. Observándolo bien hallé que tenía numerosa grietas y salientes y que podría salvar el obstáculo. Lo había hecho en otras partes. De modo que emprendí la subida por esa pared rocosa. Poniendo todo el empeño de que era capaz. Y más. La alegría me salía por los poros del cuerpo y del espíritu. Después de un rato de subida, tengo que decirles, comencé a notar que me faltaban las fuerzas. Paré un rato. Miré hacía el nido y aun estaba lejos, por lo que decidí abandonar el empeño. Mas cuando cuando me disponía a descender miré para abajo: ¡Jesús! ¡Casi me mareo! Demasiado lejos del nido y del suelo. Además me entró un cierto miedo:  bajar no se podía. Solo tenía una alternativa: subir, la cima estaba mas cercana. A no ser que quisiera matarme bajando...

-¿Y lo querías?... -apostilló Recio.

-Otra vez con eso... ¡Qué no !... ¡Joder!... ¿Me deja continuar?...

-Perdón. Sigue sigue.

-Y no, no quería matarme pero...

Miró a su suegro. En el rostro vio reflejada la incredulidad. Pensó que era inútil continuar porque su palabra era como humo... Valía menos que humo... 'menos quizás que el pedo de una hiena vieja'. Frase que leyó en un libro sobre animales africanos y repetía a menudo para indicar el poco aprecio que se tiene por una cosa.

-Me voy a duchar. Lo necesito -dijo interrumpiendo su relato.

... y ya en la habitación recien duchado le contó a ella aquel miedo que le entró al mirar para el suelo por lo que se vio obligado a seguir trepando pared arriba sin ocurrírsele por nada del mundo volver la vista abajo que por otra parte en el abajo ya solo se veía pinos y tiene que decirlo en esos momentos no se piensa ni en esposa ni en padres ni en nadie ni en nada solo en salvar el pellejo que estaba en peligro cierto de rasgarse para siempre y que cuando vio el nido más cerca casi al alcance de la mano lo que menos pensó era en el nido pues su mente estaba invadida por la idea fija de llegar a una plataforma que a la parte de la derecha se veía a pocos metros aunque se alejara del nido del halcón peregrino al notar que se le agotaban las fuerzas y que si ocurría eso era su final y que ese pensamiento esa  plataforma le insufló fuerza optimismo valentía para seguir  y entonces en esa preciso momento el halcón peregrino que estaba acechando hizo acto de presencia en un vuelo rasante que casi lo hizo desprenderse de la roca y caer al vacío y ¡joder desde casi cuarenta o cincuenta metros! empequeñeciósele el corazón lo que produjo un movimiento decidido por agarrarse a las rocas con más fuerza lo que hizo metiendo sus dedos en unas grietas con la fuerza de la desesperación y desde allí descubrió que poco más hacía la derecha en dirección a esa plataforma salvadora había un arbolito y  que pensó cómo podría llegar hasta su tronco porque si lo lograba treparía por el tronco cuya cima daba casi a un saliente que tenía algo de tierra y desde allí a la plataforma había calculaba unos pocos metros fáciles de escalar y eso hizo si bien antes el predador peregrino volvió a asomar su vuelo peligroso en varias pasadas aunque con menos peligro porque ahora se hallaba ojo avizor y cuando veía aparecer su pico ganchudo apretaba su cabeza casi ocultándola entre las rocas en el hueco de ellas y el halcón no lograba alcanzarlo a riesgo de romperse la crisma en la roca y que quería decir que fueron pocos escasos metros y pocos escasos minutos en el tiempo hasta subir conquistando la plataforma pero que a él esos metros y minutos le parecieron infinitos de tal manera que cuando arribó a la dichosa plataforma nunca mejor dicho dichosa se sentó apoyando su espalda contra la pared de una roca y allí estuvo un rato largo hasta que logró aquietar sosegar tranquilizar su cuerpo y su alma y que podía dar fe constatar que ambos cuerpo y alma lejos de querer quitarse la vida habían hecho esfuerzos sublimes para consagrarla...

-¿De verdad, cariño?

-Esa es la realidad.

Su mujer le acarició el pecho recostándose la cabeza en él. Ángel mientras tanto acariciaba su pelo. Beatriz movió su cabeza y con la lengua le lamió un pezón haciéndole estremecerse visiblimente: se le puso la carne de gallina. -¿Te gusta? -Si -respondió casi tímidamente. -¿No estarás quejoso de mi? 

Ella paseó su mano pecho abajo hasta llegar a su pene y testículo. Arrimó su boca y le comenzó a lamer el miembro que se endurecía a ojos vistas. -¿Te gusta hacerme esto? -preguntó Ángel extrañado porque no había visto nunca hacer semejante a cosa a una mujer. A una mujer nunca. Si a los hombres. O a los niños. O a los animales. Pero a una mujer... -Bueno... Tampoco me disgusta. Es suave a los labios como un helado de fresa. Agradable.

Y se echó a reir. Sorprendiéndole a Ángel la risa de ella. Y esa sorpresa no pasó desapercibida a ella que después de lamerle el glande lo miraba sonriendo. -Verás... no te mosquees... es que me hace gracia ver como se te empina cada vez que te la chupo. Y volvió a reirse. -Si no te gusta no tienes por qué hacerlo. -Lo que quiero es que estés contento. Que no sufras por mi...

No recuerda ahora cuantos días estuvo en casa de sus suegros hasta volver a su pueblo. Menos de cinco. En esos días tuvo que contar su aventura del halcón peregrino muchas veces. Generalmente la narracción empezar así:

-Anda, Ángel, cuéntanos lo del pajarraco ese -le animaba uno. 

Luego el círculo de oyentes prorrumpía en sonoras carcajadas antes de comenzara a hablar. Y al final siempre los mismos comentarios sobre el gatillazo y sobre el suicidio del anterior marido de Beatriz, su esposa.

Hasta que un día le animó a narrar su ascensión al Risco El Suicida un individuo que, estaba seguro, ya se lo había contado días antes. Entonces se fijó en su cara burlona mientras hacía alusión a la impotencia del primer amante de su mujer. De repente Ángel le dijo:

-Si... Eso... Eso debe de ser tremendo para la hombría de un recién casado.

Y se levantó dejándolo con la palabra en la boca.

Marchó a casa de sus suegros y no volvió a salir a la calle.

(seguirá)