Como no me gusta el césped de la derrota, pensando y soñando, quedé para errar por la sabana... Y en ella y en esto estaba: rumiando, meditando, reflexionando, ensimismándome... bueno, como queráis decirlo: soñando y pensando... cuando se me quebró la certeza, único báculo de apoyo que tenía.
De modo que me quedé tan sólo con palabras que se me adherían pastosas al cielo de la boca, y me bailaban en la cabeza preñadas de dudas. Y ya, cojeando en el camino, con la mustia flor de la tristeza en el rostro, pedí a gritos: ¡Dadme pólvora y fusil: mañana partiré! Fue sin convicción y por inercia.
No sólo volveré a vagar por la sabana -añadí- sino que llegaré hasta los países más lejanos para tratar de explicarme el por qué de tan dramática rotura. Pondré -proseguí- al desnudo, en primerísimo lugar, hambre y miedo, miedo y hambre que, hoy por hoy, rompen con facilidad las telarañas del sueño...
Y mas, ahora, cuando las babosas, que con la escarcha del otoño, se han reproducido como setas tras el muro derruido, están destruyendo, voraces, lo que aun queda en las huertas del octubre.
--¡Dadme pólvora y fusil -repetí mas convencido- mañana partiré! Lo juro, fue por inercia en un principio. A nadie le gusta morder el césped de la derrota. Comenzaré otra vez la vida, dispuesto a la pelea. ¡Qué se le va a hacer!: no hay más remedio. Yo no he inventado la necesidad de defenderse.