miércoles, 28 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 24

24.
Caballo y Mujer Galopando con Ritmo de Romance

Rustem fue a saltar el arroyo, como ya explicamos en otro seguimiento de Omar, con el caballo una noche enlunada de primavera. Mientras el caballo salta sujeta él a su amada. La luna tiembla de gozo y la moza grita de miedo. El caballo se estremece y falla su cabalgar. La mujer se salva empujada por el hombre. Rustem queda debajo. El caballo se levanta y la mujer, al ver su hombre inmóvil, echa a correr.

El queda allí desangrándose. El caballo fiel acompaña su desangrar.

Vuelto en si, ordena al caballo que comunique su caso, su percance.

La madre que está durmiendo, oye su cabalgar.

Ya se levanta del lecho. Pide socorro. Acuden presto amigos y familiares y siguiendo a su caballo lo hallan con mucha sangre derramada. Lo llevan pronto a curar. Por el camino pregunta qué fue de su amiga. Alguien dice haberla visto correr el campo a través.

Ella, en efecto, corrió, corrió, corrió... corrió a campo traviesa. Quiere avisar a los conocidos de todo lo sucedido. Pero la luna se esconde tras de las nubes y oculta todo el camino. Ella se para asustada.

Cuando la luna regresa ve cuatro sombras acercándose. El corazón le brinca en el pecho. No son gente de fiar. Y, muy asustada, vuelve a correr. Azuzando vienen las sombras y ella se esconde en el arbolar. Tras un momento de silencio una voz llega a su oído. Un mozo se halla en el soto. Y la llama a su lugar. Ella lo conoce y acude, grande es su confiar. Las sombras muy cerca están. Él las enfrenta y se marchan. Ella se arroja en sus brazos y, aterrorizada, lo premia hasta gozar.

Mas tarde recuerda a Rustem y retorna, enloquecida, a su lugar. Solo un charco de sangre halla. El arroyo, sin embargo, seguía su sonoro caminar.

Ella regresa al pueblo. Ojos acechando están.

A la mañana siguiente todos hablan de traición: y la insultan, la apedrean y tiene que abandonar el lugar de sus ancestros...

Él mozo acudió al arbolar y en recuerdo de ese deleite fugaz, mandó plantar un almendro. Del almendro nació zarza mala, zarza infecunda, sin mora en el ramaje.

El día que Rustem vuelve sin pierna ya, a la vera del arroyo su madre corrió a plantar un cerezo, que se transformó en pino albar.

Rustem luchó por la vida.

Ella vagando el camino va.

Él vivió con sus amigos.

Ella muere en un muladar.

El lugar donde murió unas violetas nacieron para guardar su recuerdo y ocultar un orgasmo tan fugaz.

Y dice Omar Khayyam:

--En la tierra donde, hoy, nace una radiante y explosiva rosa roja, antaño vertióse la sangre de un príncipe. Y el color del lunar que adorna, embelleciendo, la cara de un efebo, muy bien pudiera proceder del pétalo de esa violeta que florece a la vera del muladar hediondo. Las corolas del jacinto que por doquier crecen en parques o jardines donde se aman los jóvenes nacieron de unas frentes que, un día, fueron tersas y brillantes.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 23


23. Un Padre Levitando

Erase una vez de noche. Y un padre que tenía tres hijos se fue, muy contento, cuando ellos se fueron de fiesta, a acostarse, pues ellos se llevaban bien y eran buenas personas. Solo le inquietaba, un poco, el hecho de no verlos trabajar con más ahínco. Pero ya se corregirían. Y se durmió. Pero, fuera por esa inquietud o por lo que fuese, a las cinco de la mañana se despertó muy intranquilo:

--¿Estarán ya acostados?... ¿Les habrá pasado algo?...

Corrió a la habitación del mayor: había venido ya y estaba durmiendo; se acercó a la otra: el mediano acababa de llegar y además le informó de que el más pequeño también estaba bien, divirtiéndose, y que pronto regresaría.

Ya, tranquilo y sosegado, volvió a la cama y se durmió. Pero, ay, soñó que a su hijo más pequeño lo traían, herido, a casa y se levantó dando voces:

--¡Hijo!, ¡hijo!, ¡hijo mío! ¡¿Qué te han...?!

Se cortó en seco pues, en la habitación, su hijo, medio dormido, le decía:

--¡¿Qué!?, ¡¿Qué!?, ¡¿Qué!?... ¡¿Qué!?

--Nada, hijo, nada. Duérmete. Cosas mías.

El padre se sentó en una silla del salón. Encendió un cigarro puro. Pensaba que, en pocas horas, había ido pasando de la alegría a la tristeza, del sosiego a la intranquilidad, sin saber quién infundía esos estados de ánimo tan continuados y seguidos.

Tenía la sensación de ser como una pelota que los pelotaris lanzan a derecha e izquierda, o de abajo a arriba; pero él, como la pelota, nada pregunta al que la arroja.

Sufría en esos momentos una depresión de caballo y el corazón le latía desbocado.

En semejante situación estaba, cuando se vio desdoblado: estaba en la silla fumando y al mismo tiempo se contemplaba, desde fuera, como un extraño, preguntando: '¿quién es?', '¿qué hace aquí?', '¿quién lo ha traído?'...

El que lo haya traído, sabrá las razones: Él no. Y nadie más las sabía. Tan solo, ese personaje imaginado por algunos... Si es que existe que muchos lo niegan y otros tienen serias dudas... Ese ser quimérico, fabuloso, podría saberlo... Los demás, lo ignoran todo, aunque pregunten constantemente.

Entonces aparece, de improviso, Omar Khayyam que intranquiliza más al padre diciéndole que algo parecido le pasó a él, a Omar Khayyam, el otro día: vio en la plaza a un niño como si estuviera acorralado por otros. Y lo zarandeaban de un lado para otro.

Omar se acercó a preguntar la razón de la riña: unos daban una explicación inexplicable, sin dejar de tirar hacia un lado y lo acusaban de algo; los otros lo desmentían, arrastrándolo hacia el lado contrario defendiéndolo. Como no quedó nada claro, preguntó al niño en cuestión:

--Yo no sé. Acabo de llegar y soy huérfano. Pero me hacen daño...

Y colorín colorado... este cuento... levitando... se ha acabado