Esta inmensa Argentina de tres millones de kilómetros cuadrados a donde se han refugiado miles y miles de españoles, italianos, judíos, alemanes… que ha producido a Evita Perón, al Che Guevara, a los ‘gorilas’, ‘montoneros’, ‘piqueteros’ y al ‘corralito’, entre otras muchas cosas, atrae como un imán y más, ahora, cuando, su máximo gobernante, parece plantarle cara a las multinacionales con el ‘buche’ a la cabeza.
Y a mi me ha atraído, personalmente, desde cuando la revista Índice reprodujo un párrafo, allende el tiempo de ‘mi juventud más joven’, del ensayo ‘Radiografía de la Pampa’ de Ezequiel Martínez Estrada. Recuerdo que esas líneas me produjeron una fuerte impresión. Semejante a cuando, en el Museo del Prado, vi por primera vez unas pinturas de maestros holandeses. Han pasado bastantes años y aún lo tengo grabado en la memoria: iba yo contemplando las salas de los pintores clásicos españoles Goya, Velázquez… cuando, de pronto, recibí como un golpe de luz que me… no sé cómo decirlo… hizo casi daño, daño en el sentido de que me extrañó. No me eran familiares. No que no fueran reales, sino que no eran de mi tierra, de lo que yo mamaba a diario. Comprendí, de golpe, bien joven, que cada pueblo se hace, a lo largo del tiempo y en un lugar concreto de la geografía del mundo, su propio estilo. Va creándose así mismo. Nada extraño por otra parte, pues el arte como la literatura es un reflejo de la realidad. Lo mismo que esas mujeres coloradas, bien comidas y bebidas, que aparecían en los cuadros, eran una copia de las mujeres holandesas que trajinaban por su país.
De modo que, ahora, acicateado por la actualidad política decidí, por fin, un poco tarde, leer ese libro con la intención de conocer algo Argentina y, de paso, ver el por qué de mi juvenil extrañamiento.
Llanura inmensa, la pampa desafía nuestro entendimiento. Hay que verla para creerla. Y los hielos antárticos y la altísima cordillera de los Andes, para más INRI, a los lados. La vista se pierde en la lejanía, los ojos se marean, se empequeñece y se anonada el espíritu. Solo queda aguzarlo y apoyarse en el testimonio que dan sus vestigios, las huellas del pasado en el personaje más importante: El Tiempo Inmemorial. O las reflexiones de los que participaron activamente en la construcción de su edificio, ante la imposibilidad de recorrerlo personalmente; no solo por no poder ir sino porque, aunque pudiéramos acercarnos físicamente, siempre quedarían rincones, pequeños o grandes, lugares recónditos, ciudades, veredas, microclimas,… que se nos pasarían inadvertidos. Repetimos: no en vano, son tres millones de kilómetros cuadrados. Así planteado, no hay más remedio que comenzar la andadura por lo primero, por la descripción de la tierra desnuda, lo que, en el ‘Canto general’, Neruda, el poeta chileno, ‘navegante que volvió de los mares’, denominó ‘América sin nombre’. Pues eso… Argentina sin bautizar primero, luego su posesión por el hombre, su colonización y, finalmente, el intento de descubrir las caras y las aristas de la cristalización hecha durante el proceso histórico, con el objetivo de que se nos revele el alma colectiva del pueblo con sus defectos y virtudes. Sobre todo sus defectos.
Eso es, a grandes rasgos, lo que hace Martínez Estrada en su ‘Radiografía de la Pampa’. Introducirse en las páginas es como meterse en Argentina: ver desfilar, ante nuestros ojos, plantas y animales, cosas y personas; tantas y tales, que, a veces, nos extrañamos de lo que pasa y tenemos que alzar la vista y mirar alrededor, para no perdernos, ante el cambio de perspectiva: lo que antes era casi aérea, baja de pronto a ras del suelo. No es que haya descripciones así, ni nada por el estilo, da esa impresión; quizás porque, inmersos en espacios colosales, nos sorprendemos, a nosotros mismos, repentinamente, contemplando a una mujer que sale de casa dirigiéndose al trabajo; al tahúr, jugándose el poco o mucho dinero que tiene a la lotería; al rico, mandando construir una mansión enorme en medio de casas miserables o rascacielos enormes; o mirando un microcosmos de calles, casas y fachadas singulares; aquí, nos pone la carne de gallina el manejo del cuchillo y su arte del degüello; y no bien hemos dejado al guapo del barrio, con su navaja, nos damos de bruces con el compadre y el guarango; acá, nos encontramos con el jesuita que aprende guaraní para transformarse en agitador incitando a los indios a la rebelión; ahí, acudimos a la catedral, recargada de ornamentos, pura fachada que esconde los miedos bajo toneladas de pinturas, esculturas y bajorrelieves, ajenas al misticismo y la oración recogida con el dios de cada cual; allá, asoma el funcionario sin cortapisas, el militar salvapatrias haciendo de su capa un sayo, porque sí, porque le sale de los cojones; acullá, el obrero uncido a la máquina que apenas sabe manejar; o, como si de un parque jurásico se tratara, vemos a los dinosaurios pastando en la pampa; para, a continuación, dar un salto de millones de años entre rebaños de caballos y vacas, camino de los pastos o del matadero, guiados por gauchos; en fin, niños, chacareros, banqueros; comerciantes, estancieros; emigrantes, jornaleros; pobres, ricos; indios, mujeres; políticos… Todos tristes, infelices, sin fe, sin proyectos, sin pasado… solos.
‘Radiografía de la Pampa’ es uno de esos libros al parecer completos. Abarca desde la geología hasta los estados del alma. Quizás un poco repetitivo, reiterativo, circular, pero sin monotonía. Aparentemente caótico, encierra, sin embargo, una estructura con voluntad de síntesis y análisis. Y el hecho de estar dividido en 6 partes y cada parte en 3 capítulos sugiere, a algunos lectores, una construcción matemática cuya expresión literaria adquiriría la forma de una asociación de la lógica con la poesía; poesía encarnada en él mismo que es la norma, la regla y el cedazo con que criba lo ve.
Y ahí radica, creo, su debilidad como ensayo científico y su grandiosidad como ensayo literario. Efectivamente, puede que no esté uno de acuerdo con toda la explicación que da de la historia argentina; y menos con su planteamiento ideológico, un tanto irracionalista. Por algo su filósofo preferido fue Simmel. Pero eso es lo de menos cuando de una obra de literatura se trata y no de un manual de filosofía. En cambio, de su manera de escribir, de sus frases alargadas y apretadas como ‘la vegetación se aprieta en una solidaridad de rebaño abandonado’, de sus párrafos enormes, de su estilo, lleno de chispazos como el del cuchillo que ‘exige el recato del falo’, ¿qué se puede decir?… A pesar de que el idioma es el mismo: el castellano; y las palabras las mismas: las de Castilla…; algo hay, en él, que nos revela, por las formas y los engarces de los vocablos utilizados, y por las mismas palabras, que, aunque el idioma, originalmente, haya venido de España, como vino, ha adquirido ya otros valores, calores, olores… ‘maderas combustibles que se evaporan en fuego, como los ríos en aire’. Por eso choca. Choca esta inmensa y densa ‘Radiografía de la Pampa’. Junto a ‘Facundo’ y ‘Martín Fierro‘ constituye, según afirma Gregorio Weinberg, ‘uno de los libros fundacionales de la literatura argentina y latinoamericana’. No por casualidad terminó Martínez Estrada viajando a Cuba, alabando su revolución y escribiendo una biografía monumental de José Martí otro de los grandes poetas continentales.
En fin, Ezequiel Martínez Estrada, desde su ‘corralito’ argentino, fue un gallo que lanzó, en 1933, este amargo y pesimista canto al alba americana y hoy resuena en todo el mundo. Lo hemos leído con gusto y desde luego nos ha ayudado a entender un poco su más reciente historia protagonizada, sangrientamente, por ‘gorilas’ asesinando ‘montoneros’ y hasta robándoles sus hijos.