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Aquel bondadoso Khayyam que trenzaba las tiendas de la sabiduría,
fue incinerado en horno de angustias, donde se había dejado ya caer.
Las tijeras del fallecimiento laceraron los tendones de su amanecer.
Prometió días más felices, el mercader de esperanzas que lo traicionó,
y terminó vendiéndolo por el precio ínfimo de alguna que otra canción.
Pero Khayyam ha triunfado y las iglesias odian su vino y su ateismo.
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(*) Título nuestro, versión libre