viernes, 13 de agosto de 2010

José Mª Amigo Zamorano: El, Ella, y El Otro (2)

2: Soñando despierta

El portazo dejó la casa vibrando. Los pelos se le cayeron a Ella de las manos. Los miró, allí, en el suelo, comprendiendo la salida intempestiva de su esposo. Había contemplado sus nauseas muchas veces y su reacción posterior. Se inclinó a recoger los pelos. Con ganas se los hubiera metido en la boca cuando hizo alusión al 'novio'. ¿El novio? ¡Estúpido! Si eso fue ya hace mucho tiempo... Para Ella representó bien poco. Y, sí, lo recuerda a menudo, pero no por el noviazgo sino porque, cuando llegó al pueblo con sus progenitores (su padre, minero de León y enfermo de silicosis, se mudó a ese pueblo zamorano recomendado por los médicos) justo al lado de la casa que su padre alquiló vivía él (el 'novio' al que se refería su marido) con él jugó en la callé ese mismo día y por la mañana acudió a la escuela con su madre y con el mismo niño; el maestro se enteró de que la casa de la nueva alumna estaba colindante a la del niño y los puso juntos en el mismo pupitre. 

Fueron muy amigos y cuando acabó el periodo escolar hasta se hicieron 'medio novios' dos o tres años, hasta que el joven marchó a la mili. Después Ella se casó con El.

No olvidó del todo el primer amor porque eso nunca se olvida por completo. Pero, vamos, que ella, ahora, a sus años, no necesitaba novios. Novios... ni marido... Si bien nada más pensado lo anterior se dijo para si:

-Miento. Marido si. A estas alturas de mi matrimonio no voy a dejarlo así como así. Eso lo tengo claro. Mis dolores me ha costado. Y por otra parte... malo malo no es. Un poco ácido a veces. Pero se puede aguantar. Solo que cuando se pone irónico, o caústico, o provocativo... (porque la provocaba en numerososas ocasiones, ¡vaya si la provocaba!)... 

En esas ocasiones se le subía la sangre a la cabeza y amenazaba desbordarse rompiendo todos los diques. Afortunadamente, sabía controlarse y con mano izquierda, como se dice, y hasta ayudada de la derecha, refrenaba sus impulsos al tiempo que aquietaba a su marido. 

Cuando se quedaba sola, en casa, después de alguna de esas escenas de celos, como ahora, su imaginación volaba incontinente consiguiendo una estado de felidad plena casi orgásmica. Y sin el casi. Se sentaba en uno de los dos sillones viéndose Ella acercarse al marido, lujuriosa, insinuante, para excitarlo sexualmente. Y cuando El la penetraba cerrando los ojos, abriendo la boca y acezando de placer, Ella, en el colmo de la ardorosa frialdad, le introducía la mata de pelos del gato en la la boca hasta... La cara de El se ponía roja, la boca se le torcía hacia el lado izquierdo, los párpados del ojo izquierdo se movían con extrema rapidez, excupía intentando desembarazarse de los pelos, el cuerpo se retorcía convulso, mientras su pene, en los estertores de la muerte se endurecía; Ella había oído que eso le sucede a las puerta de la muerte a los ahorcados... Y sentía, porque lo sentía de verdad, la dureza del miembro y empujaba, empujaba, empujaba... hasta sentir ese orgasmo que nunca había tenido... 

-¡Dios mío, este si que es un polvo como Dios manda!... 

Sus manos bajaron hasta la entrepierna. Ella se iluminó. En cambio, fuera, en el cielo, algunas nubes ocultaron el sol sin que el ambiente se resfrescara por ello. El calor humedo y el sudor pegaron a su cuerpo la blusa. Los pezones se le veían bien erguidos intentando taladrar el tejido. El gato se restregaba contra sus piernas. 

(seguirá)