-Los que no nos dejamos vencer recordamos a Concha Tristán-
(procede del anterior texto)
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Así terminó el relato de la aventura y el clavel se sintió tan conmovido que dejó caer un pétalo rojo en honor a la heroína muerta.
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Quería decir algo pero no tuvo ocasión porque la señora de la casa cogió las flores del jarrón y las echó en la bolsa de la basura. Y es que al ver el pétalo en el suelo creyó que se estaban mustiando.
Ella no entendía el lenguaje de las flores.
Muy sola y triste se quedó la golondrina emparedada en su arcilla. Solo los ojos le unían al mundo objetivo exterior. De allí recibía un panorama pobre para la que había sobrevolado casas, campos y montañas, ríos y mares: dos sofás, dos sillones, unas plantas, tres paredes y un pararillo en su jaula recordándole, una vez más, su desgracia y los grados de ella: primero, segundo, tercero y... aun existía un grado más: el de los deshauciados.
Y como el que no se contenta es porque no quiere, ella se podía dar con un canto en los dientes: no estaba deshauciada. Nadie le había dicho que fuera a morir.
Se le elevaba entonces la moral, se henchía de optimismo, pensando en su valentía o en el sacrificio de su amiga. No se daba por vencida.
Para distraer su soledad se puso a rememorar su charla con el clavel:
-¿Qué habría querido decir con eso de que si ella no era de las 5 del 75?... ¿A qué se refería?...
Se quedó un rato pensativa.
Mas tarde soñó que volaba.
(seguirá)