lunes, 10 de diciembre de 2007

José Mª Amigo Zamorano: El poso machadiano de Urbano Blanco Cea

Urbano Blanco Cea acaba de publicar 'El Alijar jara en flor'. Ya el sólo título nos orienta para adentrarnos en los recovecos de su almario, compuesto de recuerdos de la tierra que le viera nacer: su pueblo; El Alijar es una zona del pinar de Las Navas del Marqués. De modo que más que las gentes, resuenan en sus versos la naturaleza y sus habitantes: flores, árboles, pájaros...

Eso ha llenado su ser y lo ha convertido en poesía con su olor a pino, a jara... lo que, antaño, embriagaran a Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso (o eso supone el poeta Urbano) Para los que no estén al tanto de estos pormenores poéticos, sepan que, los poetas Dámaso Alonso y sobre todo Vicente Aleixandre, se iniciaron a la poesía por estos lugares allá por el año 1917.

Una parte, un fragmento del libro de Urbano (porque toca temas muy diversos) está colmado de referencias a ese mundo que nos rodea (la naturaleza) que nos marca de niños y que luego, ya adultos, cuando nuestro espíritu se llena de otras imágenes, vamos arrumbándolo, e incluso nos distanciamos de él, sin darnos cuenta que somos naturaleza y sigue influyéndonos, fundamentalmente, aunque parezca que está en segundo plano.

Pero en esa niñez que hemos citado, se va moldeando nustra escultura poética: árboles nevados, vuelo de golondrinas y vencejos, besos de lluvia, piedras convertidas en oro por el sol... Es el tiempo en que, el murmullo del agua, al caminar por el cauce del riachuelo, nos hace escucharlo con arrebatada pasión (o eso creemos cuando somos maduros) que no se nos va del todo. El poeta navero ama todo eso y lo dice en un poema de dos versos: "más que quienes nos suponen/somos lo que amamos".

Por supuesto, lo que ama no está en las calles de Madrid, llena de coches, de luces, de ruidos, de trajines, de humos... está al amanecer "cuando nacen los colores", cuando el alba toca, con su varita de mágica luz, resucitando todo ese mundo que recordábamos antes y mas: escarchas, rocíos, trinos, pinos, jaras... Eso que Madrid no guarda. El poeta, en la urbe, se convierte en avecilla: "se me ha escapado un pájaro del nido de los anhelos olvidados". Y vuela al campo a recobrar esos anhelos. No es que Urbano lo escriba así. Es una licencia que nosotros nos tomamos.

Desde que nosotros saludamos su primer libro, el poeta ha madurado considerablemente adquiriendo un estilo propio. Sin embargo, el poso machadiano sigue y, suponemos, seguirá siempre en su almario urbaniano, dado que sus amores hacia el campo castellano, hacia Las Navas, hacia su pueblo, lo une a la concepción de Castilla que Machado tenía, reflejándose en uno de los poemas más largos dedicado a ella. Esa Castilla que se va muriendo abandonada por sus hijos y los ancianos que quedan "dormitan al calor de la lumbre", recordando la faz pedregosa del envejecimiento, los flores tersas de la juventud, las espigas, la primavera que anunciaban los amendros en flor...

Son, como dice el poeta "El beso de lluvia que cava/en el fondo de mi pozo seco".

Mas con toda esa muerte anunciada, presentida, o quizás por eso, el poeta que es Urbano Blanco Cea declara, como una condición testamentaria: "Llevadme al campo cuando ya no vea/cuando esté cansado y no pueda andar".

Castilla, escribe en el poema que le dedica, "te amo con la misma mansedumbre", lo que nos hace recordar el poema ya mencionado: "Mas que quienes nos suponen / somos lo que amamos". Amén.

José María Amigo Zamorano