jueves, 22 de febrero de 2007

José Mª Amigo Zamorano: CAGASANGRE (9)


9) cuerda


"¡Que gracia!", se dijo, "¡qué broma tan macabra!"; y no se le olvidó nunca que por la mañana supo que Neme solo había sido herido y que arrastrándose llegó hasta las traseras del corral de María, su novia, lo mas cerca que encontró de confianza, pidiendo auxilio; y lo llevaron al hospital mas próximo.
María, hija de un comerciante de ultramarinos, era la mayor de dos hermanas y con la que Segis soñaba de niño; la veía tras del mostrador primero ayudándole a su padre y luego con el paso de los años sirviendo ella misma. El cabello esponjábale la cara pálida, transformando el rostro, casi cuadrado y con un mentón ligeramente alargado, en una hermosa cabeza ovalada, hermosura que acrecentaban unos labios rojos y carnosos. Cada vez que entraba le sonreía con esos ojos negros que parecían despedir destellos. Se enamoró en secreto a pesar de que -o por eso mismo- en la escuela lo llamaba "enano"; "¡marcha de aquí, enano!"; y se iba de inmediato pues el carácter de la niña era fuerte; pero tan en secreto fue su enamoramiento que a nadie osó contarle sus sentimientos, aunque pensara a veces que los demás lo sabían; así: se ponía rojo como un tomate, cuando contaban el chiste de un tontito del pueblo, pensando que se referían a él: "Josito dice que su novia es María"; "¿y ella que dice?"; "qué va a decir, nada: no se le ha declarado aún".
Neme comenzó a salir con María ya en el último curso de la escuela a la que acompañaba a casa y continuó después bailando en las fiestas y saliendo con ella.
Segis lloró de rabia en secreto, lloró a todas horas y cuando las lágrimas no asomaban a sus ojos es porque se las tragaba; hubiera deseado hacer algo, pero ni lo intentó.
Mientras Neme se recuperaba en el hospital las cosas que imaginó fueron cada cual peores: aparecía el herrero con esas manazas, que tenía, tan duras como el hierro, y agarrándolo por el cuello lo ahogaba; o, cuando no, se presentaban los familiares para matarle; o incluso llegó a soñar que lo comían las águilas y ...; no pudiendo aguantar mas de miedo se marchó al frente de guerra con los franquistas.
El caso es que él no fue guerrero ni franquista nunca; pues, aunque de asuntos públicos no entendía, sí se le alcanzaba que fue a salvaguardar las posesiones de los labradores del pueblo y no nada suyo que no tenía ninguna propiedad; acudió a defender las tierras de los terratenientes; de esos hacendados como el de aquella casa que en vez de darle una limosna le sacudió una airosa bofetada divina, "Dios le ampare".
Es decir: siguió haciendo lo que no deseaba.
Como casi siempre.
Como a esa hora del amanecer que, anhelando estar con la hembra en la cama, caminó olivar adelante por miedo a que ella volviera a recordarle, a mentarle, al desdichado "Neme" que en mala hora conociera.
-No te pareces en nada a Neme, pero en nada.
Al recordarlo lloró, pataleó, y se echó mano a la cabeza pues volvían los martillos a golpear las sienes, a partirle el cráneo y a machacarle los cojones. Y desesperado se lanzó embistiendo contra las tapias del cementerio dos veces; veces que tuvieron la virtud de ahuyentar los martillazos de su cabeza; su lugar fue ocupado por un zumbido, una raja en la frente y un manantial de sangre saliéndole por la nariz.
Iba a repetir el cabezazo por tercera vez pero lo pensó mejor y colocó las manos en las tapias en lugar de la frente.
Luego se sentó en el suelo, pegó la espalda a la pared, alzó la cabeza y así quedó un buen rato.
Repetía obsesivamente: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él". Y terminó riendo; y riendo mecánicamente se levantó y al compás de sus pasos siguió con el mismo sonsonete: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él".


José Mª Amigo Zamorano: CAGASANGRE (8)


8) Guita


Neme, siempre Neme.

Lo recordó como si lo tuviera delante: de mediana estatura, cara musculosa y risueña -muy a menudo estaba de bromas- pelo y ojos castaños; manos grandes y callosas y brazos -llenos de cicatrices causadas por su trabajo en la fragua- duros como el hierro que trabajaba; y que, sin ser amigo de Segis, lo había acompañado en sus correrías por el castillo; lo trató con mucha corrección, y, que recordara, nunca se metió con él; y Segis nada tuvo que reprocharle.
Y que mal se portó con el herrero.
Y la culpa ni siquiera la tenía Segis sino sus miedos.
Segismundo Amoroso, -desde aquellas noches de invierno en que, el viento, soplando, aullaba como lobo y los gatos, maullando, lloraban como la madre; atemorizado se ovillaba en el camastro- siempre estuvo lleno de miedos. Y no solo del castillo, sino de los niños que, recién llegado, le apedrearon sin compasión, de las chicas que le denominaban "renacuajo" y... de los cadáveres resucitados; bueno..., de un solo cadaver.
Lo revivió en ese momento, precisamente en ese, que por azares del destino le lleva a pasar delante de las tapias del cementerio donde ocurrió aquello; solo por eso y no porque le tuviera un miedo especial al camposanto, que miedo, miedo si que tenía; pero no uno particular pues, por encima de todo, tenía miedo de él mismo: de sus propios desajustes: de esos prontos o repentes que le daban y de los que, luego, ya tarde, irremediablemente tarde, se arrepentía.
Por causa de ellos le apodaron "Cagasangre"; mote que no le cuadraba ni por lo mas remoto, pues, según él -y algo debía conocerse- era un apocado, un cobardica, incapaz de matar una mosca; pero esos prontos falsearon su personalidad, labrándole una reputación, una notoriedad injusta: fama, no del todo, caprichosa, pues se sustentaba en unos acontecimientos reales, incuestionables: como aquel suceso, luego lamentable, cuyo origen estuvo en unos falangistas que se propusieron darle una broma a Nemesio, Neme, el hijo del herrero y herrero él también, y a su panda de amigos, que, decían, los falangistas, habían sido, todos ellos, miembros activos de la Casa del Pueblo, como, efectivamente, lo fueron, para qué negarlo.
Cuando un vecino falangista le invitó como comparsa en la chanza que preparaban, se negó; pero el otro insistió tanto: "anda, caguica, si solo es una broma"; y Segis, que continuamente hizo lo que no quería, de mala gana y de un modo inocente, accedió a su ruego, declarándole, eso si, que permanecería inactivo, al margen por completo.
-Vamos, en una palabra, de mirón -le había dicho el facha con sorna.
Una noche les esperaron a Neme y sus amigos a la salida de la taberna provocándoles a pelear fuera del casco urbano:
-¡Valencianos!, ¡no tenéis cojones, solo parláis como señoritas!; y tu, Neme, el mas mierdica de todos.
Táctica de machos, de los machotes de Puebla de Alcocer, pero tan efectiva como la de los machos de Madrid, Londres, Pekín o Nueva York por cuanto los otros recogieron el guante: Neme y la panda los siguieron hasta las afueras, en las inmediaciones del pueblo, para zurrarse; mas, al pasar cerca del cementerio, los falangistas sacaron las pistolas que llevaban escondidas, poniéndolos contra las tapias.
Segis estaba detrás temblando de miedo: lo que veía y las consecuencias que podían derivarse de lo que se le ofrecía a sus ojos eran harina de un costal impensado y a punto de rajarse; fue entonces cuando el hijo del herrero, al verlo, ni corto ni perezoso, como si no fueran con él las pistolas que le apuntaban le espetó:

-¿Tú, también estás con estos chulos, cagao de mierda?

Se le subió la sangre a la cabeza. Y le vino uno de esos prontos que lo descontrolaban.

-¿Yo, yo, un cagao?: ¡mecagüendiós!, ¡un Cagasangre!, vas a ver tu ahora -- dijo cegado de cólera, casi a voces.

Y, con una rapidez insospechada, quitándole la pistola al vecino falangista que estaba delante de él, disparó dos tiros al Neme.
Mientras caía al suelo desfallecido, le decía débilmente, "¡cagoentudiós, cabrón!".
Los otros, asustados, dándole por muerto, comenzaron a disparar sobre los compañeros de Neme - que huían sobrecogidos - para evitar testigos.
Segis, cayéndosele la pistola de las manos, empezó a llorar arrepentido de lo que había hecho. La pandilla recogió el arma y huyó a todo correr llamándole imbécil.

José Mª Amigo Zamorano: CAGASANGRE (7)



7) Andarivel



Hacia ese paraíso, siniestro a sus ojos, que se elevaba en la cumbre de la montaña como un dios decadente y ajado pero todavía poderoso, se dirigían, siendo niños, mitad polluelos timoratos y mitad gallitos bizarros, a trepar por las paredes, agarrándose a los salientes y apoyando los pies en las grietas y agujeros que el tiempo ha ido agrandando, para coger los huevos en los nidos de los pardales, cernícalos y otras aves y comérselos crudos.
El hambre vencía al miedo alegrando sus estómagos vacíos.
Si bien, siempre se cuidó, él, de ir acompañado de otros niños -entre ellos "Neme"- pues el griterío de todos ellos espantaba el canguelo del cuerpo que corría a refugiarse entre los paredones del castillo; sin que esto quiera decir que desapareciera por completo.

No, en absoluto, no se iba del todo; acudía presuroso envuelto en cualquier golpe, chillido o ruido extraño que el eco multiplicaba agrandándolo y distorsionándolo; entonces era el momento en que les amordazaba la boca y les taponaba, con un nudo, la garganta; y, cuando el recinto hundíase en el silencio, los fantasmas aparecían y desaparecían sin rubor, acojonándolos; fantasmas que se materializaban, se hacían mas reales aún, si les acompañaba el grito de uno de ellos, "¡Un fantasma!", saliendo de su boca, violentamente, como un salivazo venenoso; marchaban corriendo, frenéticamente, y no paraban hasta hallarse por completo fuera y lejos, muy lejos, de él; en ese preciso momento, solo en ese, se paraban, daban la vuelta, miraban al castillo y retornaban al pueblo a buen paso, riéndose, sobre todo Neme, que era siempre el último en salir del castillo.