9) cuerda
"¡Que gracia!", se dijo, "¡qué broma tan macabra!"; y no se le olvidó nunca que por la mañana supo que Neme solo había sido herido y que arrastrándose llegó hasta las traseras del corral de María, su novia, lo mas cerca que encontró de confianza, pidiendo auxilio; y lo llevaron al hospital mas próximo.
María, hija de un comerciante de ultramarinos, era la mayor de dos hermanas y con la que Segis soñaba de niño; la veía tras del mostrador primero ayudándole a su padre y luego con el paso de los años sirviendo ella misma. El cabello esponjábale la cara pálida, transformando el rostro, casi cuadrado y con un mentón ligeramente alargado, en una hermosa cabeza ovalada, hermosura que acrecentaban unos labios rojos y carnosos. Cada vez que entraba le sonreía con esos ojos negros que parecían despedir destellos. Se enamoró en secreto a pesar de que -o por eso mismo- en la escuela lo llamaba "enano"; "¡marcha de aquí, enano!"; y se iba de inmediato pues el carácter de la niña era fuerte; pero tan en secreto fue su enamoramiento que a nadie osó contarle sus sentimientos, aunque pensara a veces que los demás lo sabían; así: se ponía rojo como un tomate, cuando contaban el chiste de un tontito del pueblo, pensando que se referían a él: "Josito dice que su novia es María"; "¿y ella que dice?"; "qué va a decir, nada: no se le ha declarado aún".
Neme comenzó a salir con María ya en el último curso de la escuela a la que acompañaba a casa y continuó después bailando en las fiestas y saliendo con ella.
Segis lloró de rabia en secreto, lloró a todas horas y cuando las lágrimas no asomaban a sus ojos es porque se las tragaba; hubiera deseado hacer algo, pero ni lo intentó.
Mientras Neme se recuperaba en el hospital las cosas que imaginó fueron cada cual peores: aparecía el herrero con esas manazas, que tenía, tan duras como el hierro, y agarrándolo por el cuello lo ahogaba; o, cuando no, se presentaban los familiares para matarle; o incluso llegó a soñar que lo comían las águilas y ...; no pudiendo aguantar mas de miedo se marchó al frente de guerra con los franquistas.
El caso es que él no fue guerrero ni franquista nunca; pues, aunque de asuntos públicos no entendía, sí se le alcanzaba que fue a salvaguardar las posesiones de los labradores del pueblo y no nada suyo que no tenía ninguna propiedad; acudió a defender las tierras de los terratenientes; de esos hacendados como el de aquella casa que en vez de darle una limosna le sacudió una airosa bofetada divina, "Dios le ampare".
Es decir: siguió haciendo lo que no deseaba.
Como casi siempre.
Como a esa hora del amanecer que, anhelando estar con la hembra en la cama, caminó olivar adelante por miedo a que ella volviera a recordarle, a mentarle, al desdichado "Neme" que en mala hora conociera.
-No te pareces en nada a Neme, pero en nada.
Al recordarlo lloró, pataleó, y se echó mano a la cabeza pues volvían los martillos a golpear las sienes, a partirle el cráneo y a machacarle los cojones. Y desesperado se lanzó embistiendo contra las tapias del cementerio dos veces; veces que tuvieron la virtud de ahuyentar los martillazos de su cabeza; su lugar fue ocupado por un zumbido, una raja en la frente y un manantial de sangre saliéndole por la nariz.
Iba a repetir el cabezazo por tercera vez pero lo pensó mejor y colocó las manos en las tapias en lugar de la frente.
Luego se sentó en el suelo, pegó la espalda a la pared, alzó la cabeza y así quedó un buen rato.
Repetía obsesivamente: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él". Y terminó riendo; y riendo mecánicamente se levantó y al compás de sus pasos siguió con el mismo sonsonete: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él".