martes, 13 de abril de 2010

Pedofilia eclesial en Santa Clara de Avedillo

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Animados por un amigo a que hiciéramos esfuerzos por recordar algún caso de pedofilia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana de España, nos vino a la memoria un sucedido en Santa Clara de Avedillo, pueblo de la provincia de Zamora.

Pueblo que tiene una iglesia sin duda digna de mencionarse y una ermita recoleta que está entre árboles a la vera de un arroyuelo. El pueblo, bueno la mayoría del pueblo, celebra una fiesta que llaman de la Santa Cruz y es a primeros del mes de mayo, si no recordamos mal.

Pueblo quien, como la mayoría de los pueblos de Castilla, se está despoblando; no por pedofilia ni porque se esté mal, no, porque es un pueblo muy agradable. Es que el campo  se está quedando sin trabajadores.

A lo que íbamos: corría la década de los años sesenta del siglo pasado. En plena dictadura franquista. Quien, como todo el mundo sabe, o debería de saber, estaba íntimamente unida a la iglesia de Roma por unos fuertes lazos. Tantísimos que, en la represión sangrienta, contra los leales republicanos españoles, los curas fueron los primeros en mandar al patíbulo a cuanto rebelde republicano hubiera en sus parroquias. Es decir: estaba unida a la dictadura con lazos de sangre.

En ese ambiente, una maestra de Santa Clara de Avedillo nota algo raro en una alumna. Una niña de 8 o 10 años. La interroga. Suavemente. La niña se le abre. Se le echa en sus brazos llorando. Por lo que averigua la maestra el cura a intentado abusar sexualmente de ella. La profesora la tranquiliza. Pero pone en conocimiento del asunto a la familia. Suponemos que sería un palo para esa familia. Un varazo tremendo. Lo que si sabemos es que el padre, lógicamente, lo tomó muy mal. Se enfureció. Se descontroló. Se salió de sí. Se salió de madre, desbordándose. Cogió la escopeta de caza, salió a la calle y avanzó decidido hacía la casa del cura pedófilo. Al doblar una esquina se dio de bruces con un amigo. Y con varios vecinos. Quienes más serenos lo detienen. Hablan con él. Intentan convencerlo de que lo que va a hacer es muy peligroso y desgraciado. De tal manera que lo único que va a conseguir es desgraciar a toda la familia. A hundirla en la miseria. Y no merece la pena. Al fin y al cabo el burro salido del cura no ha llevado a cabo lo que pretendía porque la niña se le ha ido corriendo de su abrazo pegajoso. Tiene que tranquilizarse... El hombre se aquieta. Le da la escopeta a uno de los vecinos, por si acaso, porque no está seguro de lo que puede hacer. Y vueve a casa con el amigo y los vecinos.

Como es un pueblo pequeño la noticia corre. Enseguida se entera del suceso todo el pueblo. Es un golpe moral a sus creencias. Las mujeres se escandalizan. Hasta las de mayor edad boicotean las ceremonias religiosas. Las misas se celebran con el templo sin feligreses. La iglesia se vacía de fieles. Es la ruptura total. De momento.

Poco después el cura se va. Mejor dicho: lo trasladan a otra parroquia.

Por supuesto, de esto no se entera nadie. No sale en la prensa. La radio no dice nada. Solo los vecinos de ese pueblo y de pueblos aledaños saben algo.

Los píos y pías de Santa Clara de Avedillo retornan al templo. Ha llegado un nuevo cura. También católico, apostólico y romano. Todo vuelve a su ser como si no hubiera pasado nada. Pero pasó. Y nada se va sin dejar su huella. Este escrito es la marca dejada.

El cura pedófilo como burro empalmado, ¿volvió a hacer de las suyas con alguna otra niña?

¡Ah! Eso no sabemos. Pero, si lo hizo, desde luego nadie se enteró. Ya se encargaba la dictadura franquista y la jerarquía eclesiástica católica, apostólica y romana, de entoñar todo crimen con el silencio. Allá por la década de los sesenta del siglo pasado.