viernes, 9 de marzo de 2012

José Mª Amigo: De la borrachera... al camino (relato)


A Jesús, con 26 años de edad, se le ha muerto su madre hace pocos días. Fue un duro golpe. La quería muchísimo. No solo porque fuera su madre, sino porque al morir su padre en accidente de tráfico, cuando él tenía 6 años, siempre la tuvo a su lado casi como una amiga. 

Además, ayer lo expulsaron del trabajo. Le quedan dos años, escasos, de subsidio de paro. Vive en una casa de alquiler con una chica que tampoco tiene trabajo. De modo que, mas allá de sus narices, lo ve todo muy negro.

Durante varios años creyó que aun le quedaban tres miembros de su familia: sus abuelos maternos Roque y María y su tío Tomás. Si bien, de esos gajos familiares, el de su tío se rompió en el momento en que comenzó a trabajar para él y el de su abuelo Roque -su abuela no cuenta, hace lo que le dice el marido- se quebró hace dos horas, cuando le ha negado el aval para un crédito. Negativa acompañada por un discursito:

-A partir de ahora puedes venir a comer cuando quieras a esta casa. Un cacho de pan nunca te faltará. Pero... que yo te de dinero o te avale... ni hablar. Ya eres mayorcito para salir adelante tu solo.

Se acordó de lo que le hizo a Lázaro el ciego aquel estrellando su cabeza contra la piedra. Y de la lección que en ese instante extrajo el lazarillo de cuidarse de si mismo, de lo contrario nadie lo haría por él. Tenía un parecido Lazaro de Tormes con su situación: se halló solo ante el mundo. ¿Le pasarían las mismas penalidades que al salmantino?...

En la puerta del banco se queda quieto. Inmóvil. Tieso. Mira al frente y no ve mas que sus entrañas. Lo demás, el mundo exterior, es un telón de frialdad e indiferencia. Tiene miedo de dar un paso y que se rasgue el decorado sin que tras él no haya mas que un agujero sin fondo.

-Sin un aval no podemos proporcionarle un crédito. Lo sentimos. El banco no puede arriesgar...

El empleado del banco, de baja estatura, joven y ya calvo, con gafas de montura dorada, hablaba sin parar. Manaba palabras. Repetía como un lorito lo que incontables veces decía a jóvenes, y no tan jóvenes, como Jesús. En ese momento se había sentido hermanado en la desgracia con millones de personas. Y, sin duda, el mismo impulso de agarrar al chupatintas por la chaqueta y... Había dejado de mirarlo porque conociéndose, cono se conocía a él mismo, es muy probable que la ira se habría desbordado sin control. Recuerda que se levantó del asiento y lo dejó con la palabra en la boca.

Por la calle, una calle estrecha, no pasaba nadie. En la sucursal no había ningún cliente. A la izquierda de la calle, en la acera de enfrente, tres o cuatro casas mas abajo, había un bar del que salían las notas de una canción. Y su sonido fue como un bálsamo de fatalismo. De repente le dio igual todo, preparando, así, su espíritu, con un mullido de protección, para que los golpes no le afecten o lo hagan con el menor impacto. 


El empleado del banco, que le había atendido, se levantó de su asiento y desapareció en algún despacho. El cajero, por su parte, se puso a leer un periódico. 


La sucursal estaba muy bien iluminada y calentita. 

Entre la puerta de entrada de la entidad bancaria y la de la calle hay un espacio, como un zaguan, sin iluminar, casi en penumbra. A la izquierda hay un rinconcito con un cajero automático. Jesús siente una ganas incontenibles de cagar. Mira alrededor. No hay retrete. Podía acercarse al bar pero poseido por la venganza, por la irritación, por su mala leche producida por el abuelo, el tió, el chupatintas y acorazado por ese bálsamo de fatalidad, se acerca al rincón y sin importarle nada ni nadie, arropado por la penumbra y el silencio deposita sus heces. Luego, indiferente, se sube luego los pantalones y, sin mirar a atrás, se encamina al bar citado a tomar unos vinos.
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Desde hace varios años, todos los viernes cena en la Sociedad Gastronómica P. del barrio  de S. E. Y ese día acude a ella con la seguridad de que no volverá. A no ser que ocurra un milagro y halle trabajo. Así podría pagar la cuota...

El local está a oscuras. Aun no ha llegado nadie. Al encender las luces, los reflejos del acero brillante y pulido de la encimera de la cocina, de las cazuelas colgadas, de las botellas de las estanterías, le pegan en sus ojos y eso dolor luminoso es un saludo de bienvenida. Que agradece. Se halla a gusto allí. Es parte de él. Con sus colegas y amigos la construyó. Se acerca al casillero y examina las cuentas. Pronto la cuadrilla va entrando incorporándose cada uno a su tarea. Antes saludos, bromas, un trago de vino. La cocina se enciende. Las chuletas se doran... La cena está preparada.

En la charla de sobremesa sale el tema del paro. Y su amigo Abilio cuenta lo que le sucedió en el hospital donde se recuperaba de una dolencia. Tenía por compañero de habitación un corredor de apuestas del Pais Vasco; este era de Cestona, pueblo del Valle del Urola en la provincia de Guipuzcoa; Abilio le dice que lo acaban de echar del trabajo, despues de varios años de haberlo explotado; y está inquieto, claro, por el porvenir; el otro le contesta que no se preocupe que a él, antaño, le sucedió algo parecido: estuvo en una clínica curándose de un accidente de trabajo por el que perdió dos dedos; 'y me enseñó la mano'; un fin de semana fueron a verle dos compañeros de trabajo; eran comunistas; militaban; querían atraerlo a su partido y le dejaron, para que se entretuviera leyendo, el 'Manifiesto del Partido Comunista'; 'y si que lo leí'; de todas las ideas que contenía el libro se quedó con la  de que a los obreros los explotaban los patronos; 'es decir, que a mi me explotaban; osea, dicho de otra forma, me robaban'; cerró el libro concluyendo: 'a mi no me vuelven a robar'; luego, cuando se curó y se acercó al taller, le dieron el finiquito; lo cual le agradó porque así no tuvo que enfrentarse a los patronos diciéndoles que se iba; -'Y aquí me ves: corredor de apuestas; ganando dinero sin peligro de que una maquina me corte la mano; y solo por vocear: ¡ogeita bi, ogeita iru, ogeita lau etc!; haz tu lo mismo'. Abilio le contesta que por estos lares no hay incautos aficionados a la pelota que se jueguen los cuartos. 'Siempre hay algo. Búscalo' -le cortó rotundo el vasco.

Abilio, al terminar de contar esto, añade a su amigo Jesús:

-Pues eso: teníamos que indagar el modo del vivir del cuento.

-Es muy fácil decirlo.

-¿Crees que no podemos abrirnos camino? Yo creo, como decía el corredor de apuestas, que algo siempre hay. Y si no acuérdate de ti y de mi con el búlgaro cuando quisimos comprarnos una moto...

-Habla mas bajo.

-Vale... -y se puso a hablar bajito- digo que cuando desvalijamos la joyería con Dimitri...

-Que hables mas bajo, ¡joder!... Si. ¿Y qué? Él se fue con las joyas y nosotros nos quedamos a dos velas como unos gilipollas. ¡Vaya ejemplo que pones! Además... eso pasó porque éramos unos críos. Y no sé yo si es buen camino... 

-Peligroso si que lo es. Entonces... lo que podemos hacer es montar una fábrica de pompas de jabón.

Y los dos amigos se echaron a reir.
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Después de la cena acostumbraban a ir a tomar unas copas a varios pubs. Jesús no quiso seguir la juerga con Abilio y los otros de la sociedad. Se despidió a la salida del local y marchó directo a su casa. No había nadie. La chica con la que vivía le dijo por la mañana que se iba con sus padres. Reharía su vida. Y es que tenían pensado abrir un bar pero, al no concederle el crédito el banco, ese proyecto se desvaneció. No le importó. La idea era de ella: un bar de comidas con estritis: distraer los bocados con tetas al aire: hasta estaba dispuesta a desnudarse. A Jesús, francamente, no le entusiasma la idea. Aunque se da cuenta que puede funcionar. Y el tiempo de estrecheces en el que la sociedad se hunde no está para despreciar salidas de emergencia. Mas el camino seudo erótico se cegó. Adios a la carne.

Sentado en el sofá del salón se pone a reflexionar sobre lo que ha hablado con su amigo Abilio. El atraco en la joyería fue una chiquillada. Eran muy jóvenes. No pensaron en las consecuencias. Tampoco, es cierto, sabían hasta que punto el Dimitri era tan violento. Parece talmente que lo ve entra en la joyería, mientras ellos, Abilio y él, esperan con el coche en marcha. Desde la calle no pueden saber lo que Dimitri y el empleado hablan pero si ven que el búlgaron le atiza un puñetazo y que el empleado cae para atrás. Acto seguido el atracador sale de la tienda y les dice que todo ha salido mal y que lancen el coche a toda velocidad. Se enteran, por la prensa, que el empleado ha quedado paralítico, ya que, al caerse, se da en la sien con la esquina de un armario. El búlgaro huye y -otra sorpresa- con algunas joyas de valor considerable.

Cada vez que lo piensa, como ahora, se le queda la cara estúpida. Le dan ganas de llorar al pensar en el empleado, trabajador como él, al que ayudó a quedarse paralítico. Y, ¡qué vergüenza!, ve muchas veces como lo pasea su madre por la calle en la silla de ruedas...

La policía hizo indagaciones por el barrio, pero nunca se acercaron a interrogarle. Dimitri tenía muchos conocidos y, pensaría la poli, era demasiado trabajo interrogar a tantos para tan poca cosa.

El búlgaro era un lider, inteligente, simpático, de labia fácil y, se le ocurre de pronto, posiblemente estuviera unido a alguna red mafiosa para la que trabajara. De hecho no se volvió a saber nada de él. Como si le hubiera tragado la tierra. ¿Que quería decir esto? Que alguien lo ocultó. La organización. No le cabe duda.

Tiene sus ventajas eso de estar organizado. Si se lanza una mirada en torno se ve por doquier organización en todas partes: en partidos, en clubs, en escuelas, en ayuntamientos, en empresas... 

¿Quería Jesús estar organizado? Lo que quería era trabajar, divertirse, ir los fines de semana a la Sociedad con los colegas, follar de vez en cuando, ver alguna película, charlar en los bares con los amigos... Pero no le dejaban vivir tranquilo: su madre se le muere, su abuelo le niega ayuda, lo expulsan del trabajo... su tío, su propio tío, el hermano de su madre, lo echa del trabajo.

-Ahí tenéis la carta de despido. Con harto dolor tengo que cerrar la empresa. Llevo varios meses, como sabéis, con pérdidas y...

-¡Cabrón! -pensó para si- y antes, cuando entraban los euros a raudales en tu bolsillo, ¿por qué no repartiste las ganancias? No, todo para ti. Con lo que nos has explotado tendrás las sacas bien llenas. Ahora te retiras. Y a los demás que nos den por el culo. ¡Cabrón! ¡Ojalá revientes!

Empero, lo reconocía, su tío en algo tenía razón: no había trabajo; se pasaban el día sin hacer casi nada; alguna chapuza de vez en cuando; poca cosa.
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¿Por qué? ¿Por qué ha ocurrido esto?, se interrogaba. Por mas que exprimía sus sesos no lo entendía. Antes, hace tan solo dos o tres años, fluían los euros. Un albañil se llevaba a casa tres mil euros todos los meses. Él mismo ganaba dos mil y pico. Ahora, todo se ha desvanecido. Hasta lo han dejado sin trabajo. Era cosa misteriosa, de magia. De repente, la mayor parte de los currantes no tiene un duro. Sin embargo, las tiendas están llenas de cosas que nadie compra. O compra solo lo necesario. Miles de casas vacías y a muchas personas las desahucian por no pagar la hipoteca y las echan de sus hogares. Bares llenos de botellas, pero vacíos. Pocos consumen. De un estado de locura compradora, hemos pasado a una quietud del mírame y no me toques. 

Jesús vuelve a hacerse la misma pregunta: ¿por qué? Bueno, la respuesta, en parte, es obvia: nadie tiene un duro; aunque nadie, lo que se dice nadie, no es la palabra adecuada: el 1% tiene muchos duros; y no quiere desprenderse de ellos; habría que robárselos... ¡Me cagüen...!

-¡Qué hostias digo! -exclamó- Si yo no...

Miró en derredor. Los objetos del salón lo miraban como riéndose de él. 

-¡Qué cojones miráis!

Estaba un poco bebido. Y solo. Se levanta del sofá. Pasea por él salón. 


A lo largo de una de las paredes había colocado botellas vacías de vino. Hacían bonito. O eso creía. Vio en una revista que algunas casas las decoraban así. Piensa que si estrella una botella contra otra dándole un puntapié producirá un sonido agradable... Sería como meter un gol. Lo deshecha y sigue andando. Luego se rie por lo bajo insistiendo en el pensamiento anterior. Se para y pregunta:

-¿Y por qué no?

Y dicho y hecho: rompe de una patada una botella contra otra. Y luego otra y otra... Entró en un frenesí iracundo rompiendo botellas, pegando patadas a paredes, sillas y sillones, tirando ceniceros, revistas, libros, cuadros... Y a cada acción grita como un poseso:

-¡Malditos seais abuelos, tíos y banqueros miserables!

Después de una orgía de golpes, ya cansado, se sienta en el sofá. Al poco ronca. Cuando despierta por la mañana contempla el salón asustado. Parece un campo de batalla. Hasta hay cristales incrustados en las paredes. Tras un momento de incertidumbre levanta sillas, coloca ceniceros, tapetes, cuadros. Los pocos libros los coloca en las estanterías. Entre ellos -se fija-  están el Lararillo de Tormes que tanto le gusta; el Manifiesto del Partido Comunista; de este se acuerda por el corredor de apuestas vasco: Jesús lo había leído antaño, obligado por un profesor del instituto.

Se pone a barrer. Lo hace maquinalmente mientras su pensamieno volaba hasta el Manifiesto Comunista y el corredor de apuestas de Cestona. Según le contó Abilio, el trabajo del vasco le metía buenos euros en el bolsillo; él, solito, se había resuelto la vida... Se pregunta Jesús al respecto:

-¿El solo? ¿Seguro? ¿No estará ligado a alguna empresa como Asegarce? Porque Asegarce y Aspe, piensa, manejan todo el cotarro de la pelota. ¿Los corredores no pertenecen a ese mundo?...
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Desayuna e iba a sentarse a leer, picado por la curiosidad, el Manifiesto Comunista, pero se acuerda que es sábado y ha quedado con su amigo Abilio a las 12 para ir a la manifestación contra la Ley de la Reforma Laboral. Los muy cabrones, quienes la hayan hecho -pensó- le han dejado tan solo 20 días por año trabajado de los 45 que le correspondían. Se lo dijeron en el sindicato cuando fue a consultarles. De eso se aprovechó su tío miserable, 'miserable, si', para dar de baja a la plantilla de trabajadores. Había que hacer una huelga y machacar a todos los tíos miserables, 'me cago en la madre que los parió', del mundo. 


Algo parecido decía  León Felipe en Good bye Panamá. Lo leyó en el instituto. 

Abilio y Jesús caminan hacía el lugar de donde partirá la manifestación. Y como ellos, cientos de personas. Hasta niños con sus padres. Al fondo, ondean banderas. Se oyen por los megáfonos distintas consignas. Los dos amigos se meten entre el gentío. Se colocan, a indicación de Jesús, donde flamean numerosas banderas republicanas. El motivo es que se acuerda en ese momento de su madre que le contó algunas veces sobre la fe republicana de su progenitor. Comienza a moverse la gente y comienzan a gritarse distintas consignas. Abilio le da con el codo a su amigo señalando a dos jóvenes:

-Mira, ¿que hacen Pedro y Said aquí?

-Lo de siempre: pasando maría -contesta Jesús al ver como el tal Said le da un papelito blanco a una persona y esta le entrega unos billetes y se va para atrás. 

-Esos si se lo han sabido montar sin dar palo al agua en su vida. ¿No te parece?

Su interlocutor no le contesta porque en ese momento grita una consigna que le parece de perlas: '¡Obrero despedido, patrón colgado!' La única que le llena.

-¿Qué me decías?... ¡Ah!... Si... Venden costo y nos observan como nosotros a ellos -y los saluda con la mano-. Luego le chivan a la policía lo que han visto.

-¿Por qué? No hacemos nada mal.

-No me refiero a nosotros. ¿O si? Depende de lo que le interese a la poli.

-¿Nos han visto?

-Claro. Puede que la secreta le pregunte por gente de este bloque. Por lo que veo nos hemos colocado en uno de los mas radicales.

Mientras avanzan, Jesús y Abilio recuerdan sus días de adolescentes en la cuadrilla del barrio. Llegaron a ser cerca de treinta. Dimitri, Pedro y Said entre ellos. Luego, pasada la adolescencia, se fue disgregando porque unos pasaron a la universidad, otros comenzaron a trabajar, en la construcción sobre todo, varios se trasladaron con sus familias a otros barrios. Se comentó que algunos de estos destacan en asambleas de 'Indignados'. Hubo quien se alisté en el ejercito o se hizo poli o guardia civil. De todo hubo. Jesús y Abilio se fueron a la universidad. A mitad de curso Jesús se puso a trabajar con su tío Tomás en la construcción y luego, a petición de Abilio, consiguió que su amigo trabajara con él. Dimitri desapare, como ya se ha dicho. Pedro y Said continuan en el barrio, parados. Con el tiempo se supo que se han hecho camellos. Cada cual buscó su salida. 

Y ahora, él, engordaba el paro. Y engrosaba esta masa de manifestantes que, al paso, se dirigen a no se sabe donde. Está deshubicado. Se ha paralizado como la vida laboral. Ignorando el camino a seguir. A su amigo Abilio le pasaba algo similar. 

Sin embargo, conocía a numerosos que el destino lo tenían claro. Saben lo que quieren. Y hacia ese objetivo encauzan sus actos. Hasta a su expareja los sueños le alimentaban. Está convencido que desnudándose o no alcanzará sus metas. 
-
Lo que ve en esta manifestación le hace pensar. Está clara su preparación concienzuda. Las pancartas, banderas, pegatinas, octavillas... no salen de la nada: alguien las hace. Tiene sus fines: ir contra la Ley de la Reforma laboral. Los que fueran estaban organizados. Era él el que no estaba ubicado. No pertenecía a nada. Se había sumado, si, pero no había hecho nada. Si supo de esa manifestación es porque la vio anunciada en un cartel a la puerta del sindicato. Había ido a consultar sobre su despido al sindicato... 


Y, por cierto, que le afirmaron corresponderle cerca de 10.000 euros y no los 3.000 que le ofreció el abogado de su tío. Que si no lo denunciaba, ya, se quedaría sin la pasta. 

-¡Joder, qué cabrón! -murmura mientras uno a su lado grita '¡Manos arriba, esto es un atraco'! y todo el mundo lo repite. -¡Qué tío mas miserable!

Su pariente también estaba organizado en la patronal. Y organizó el despido. La patronal organizaba. El estado organizaba. El sindicato organizaba. La Iglesia organizaba... ¿Y él? Bebía, comía, cagaba, pensaba, se desesperaba...

Cabreado se sale de la manifestación. Cabreado consigo mismo. Lo hace en el mismo momento que la policía, también organizada, iniciaba una carga. Le aporrean en una esquina. Cerca del banco que le negó el crédito. Uno de los polis, se fijó y lo conoció, era uno de los de su cuadrilla quien optó por esa forma de salvarse de la crisis. El poli lo aporrea y sonríe. 

-Será hijoputa -pensaba, mientras se defendía obillándose e intentando taparse la cabeza y otras partes. 

Eran tres sacudiéndole y se desmayó. Herido lo dejan en el suelo. Manifestantes, organizados, lo recogen trasladándolo a una ambulancia. Se lo llevan. Nada. Una brecha en la cabeza. Mucha sangre. Puntos de sutura y... para casa.

Come algo. Se sienta en el sofá a descansar. Llaman a la puerta. Eran Said y Pedro. Se enteraron de lo que le había pasado y pasaron a verlo. Hablan con él un poco. Se ofrecen para lo que sea y se van. Luego llega Abilio.

-¿Qué hacían esos aquí?

-Han venido a verme. O... vete tu a saber.

También Abilio se fue al poco rato.

Agradeció la visita de su amigo. Y la de Pedro y Said. Vinieran a lo que viniesen.

Sentado allí, en el sofá, estira los brazos y chocan, sus manos, con libros de la estantería. 


Coge el Lararillo de Tormes y el Manifiesto del Partido Comunista. Abre el primero y lee hasta donde quería recordar: 

"E assi me fuy para mi amo, que esperandome estaua.
Salimos de Salamanca y, llegando a la puente, está a la entrada della vn animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego mandome que llegasse cerca del animal e, alli puesto, me dixo:
-Lázaro, llega el oydo a este toro e oyrás ruydo dentro dél.
Yo simplemente llegué, creyendo ser ansi. Y, como sintió la cabeça par de la piedra, afirmó rezio la mano y diome vuna gran calabaçada en el diablo del toro, que mas de tres días me duró el dolor de la cornada y dixome:
-Necio, aprende: que el moço del ciego vn punto ha de ser mas que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Paresciomme que en aquel instante  desperté de la simpleza en que como niño dormido estaua.
Dixe entre mi:
-Verdad dize éste, que me cumple abiuar el ojo y auisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer."

Luego comienza el otro. Las páginas le parecen que hablan de él. Y del tiempo que está pasando. A pesar de haberse redactado hace casi 200 años.

Se le quedó grabado eso de: 'Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento similar'. Y describía la crisis que de forma periódica cuestiona la existencia de todo el sistema. Durante ella, leyó, se destruyen productos elaborados y las mismas fuerzas productivas... Como lo querían destruir a él entre su tío, su abuelo, y el banco... Y lo hacen en el momento absurdo en que hay de todo. Es la 'epidemia de la superproducción'. Así lo llama el libro. Y conduce todo el sistema a un callejón sin  salida para los trabajadores asalariados, porque la burguesía... (es decir: todos los tíos, abuelos y banqueros miserables)... quiere salvarse preparando crisis mas extensas y violentas... De modo que, dentro del sistema de tios, abuelos y banqueros miserables, no hay salida. 

-La salida está en mi -piensa Jesús.

Lo cree, porque el libro afirma que todo el tinglado en el que vive produce 'las armas que le darán muerte' y 'los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios'. Y él es un obrero.

-Habría que encontrar esas armas. Yo no las tengo. Tendré que pensar en esto.

Pero, sobre todo, el libro le da una lección de vida práctica. Al menos eso es lo que saca en conclusión. Así lee lo siguiente: 'todo lo estamental se evapora': es decir: la familia, con todos sus tíos y abuelos miserables (nunca se cansará de repetir esa palabra); la iglesia, que se ha unido a la patronal aprobando esta reforma asquerosa; la cuadrilla, que desaparece deshecha; la policía, con su antiguo colega apaleándole... Y al fin, agrega el libro, la persona, forzada, tiene que contemplar el mundo con mirada fría, y fijar una posición ante la vida, con el fin de que nuestros actos tengan sentido.

Cierra el libro, como si hubiera hallado la salida a sus problemas. E, igual que hizo aquel corredor de apuestas vasco natural de Cestona, exclama:

-¡Juro que no me volverán a explotar!

Llama a su amigo Abilio. Se corren una juerga mayestática. 


Y cuando por la mañana despierta de la borrachera ya sabe el camino que tomará en la vida.