lunes, 7 de febrero de 2011

José Mª Amigo Zamorano: Antonio Varas, poemas bajo la lluvia


Ayer domingo fui a ver una muestra de pintura. Exponía Antonio Varas. Madrileño de 1954. Diez años más joven que yo. Es decir, jovencísimo. Licenciado en BB. AA por San Fernando de Madrid. 'Catedrático de Bachillerato en Bejar primero y luego en un instituto de Salamanca', según rezan las 'notas biográficas' del catálogo. 

Catedrático. ¡Ahí es na! 

Según me informaba mi amigo, el escritor Eusebio García Luengo, catedrático es un grado muy superior al de profesor. Me supongo que profesor es un grado muy superior a maestro. Yo fui profesor. Un tiempo. Corto. Hasta que el gobierno de turno decidió que habrían de llamarnos, a los profesores de las escuelas de niños, maestros. Maestros, como se decía antaño. A este amigo le gustaba más la palabra maestro que profesor. Y a mi, también.

Fui a ver la exposición con unos amigos y amigas. La muestra la componían cuadros de calles de ciudades (no todos) que, al artista catedrático, le son, pienso, más entrañables: Madrid, Salamanca, Avila, Valladolid... 

(Los puntos suspensivos quieren decir que tal vez hubiera alguna más, pero ahora no recuerdo. Este olvido, a mi amigo Eusebio García Luengo, que en paz descanse, el escritor ya citado, con 90 años le sublevaría. ¡Cómo se revolvía cuando no le venía a la memoria algún nombre!)

Cuadros de calles (la mayoría, he dicho, no todos pues también hay paisajes) con personas paseando bajo la lluvia con paraguas -los paraguas deben ser una obsesión- sin palo o cayado o vara, o como sea que se llame, por donde agarrarlo. Airosos. Paraguas airosos. Etéreos. Como etéreo es el momento que, al que ve y lo plasma en el cuadro, le trasmite el aire a su espíritu. Y lo transforma en instante eterno. O pudiera transformarlo. Salvo que antes de esa eternidad luminosa algo lo destruya: unos bárbaros, los gusanos, la lluvia, un terremoto, el fuego... Mas si eso no ocurre, esa milésima de segundo ofrecido a la vista queda gravado en la retina del artista 'Catedrático de Bachillerato' y volcado, el poema visual de singular cotidianeidad, en un cuadro. Para siempre. 

Eterno poema para placer de la vista. Poético instante del transcurrir de los días. Que no se da siempre. Que es un chispazo que se va como el humo si no es retenido. Un momento original. Originalísimo. Y no vuelve a repetirse nunca. Jamás. Ni en objetos, ni en personas, ni en colores, ni en luces, ni en temperatura sentimental. No hay tiempos iguales. Similares, quizás. Y esa riqueza que nos viene (y más al artista) hay que apresarla en la red de los colores. Una riqueza cromática que nos acaricia o nos araña (de todo hay en la Viña del Señor, no en la Viña Varas que es risueña, amable, cordial, o eso parece) y tenemos la necesidad de aprisionarla para que no se esfume como humo y devolverla envuelta en caricias o rasguños (no en el caso de Antonio Varas) que solo algunos pinceles logran perpetuar. 

Esto, para nosotros (me incluyo, claro) lo ha conseguido Antonio Varas. Cuya calificación, por supuesto subjetiva, es de sobresaliente. Así lo hice constar en un cuaderno que, en Las Navas del Marqués, tiene el Espacio Cultural de la Caja de Ahorros, a disposición del público contemplador.

Y para que conste en Internet lo hago en este blog. Por supuesto, el artista no necesita mi comentario. Pero si sirve para que otros vayan a ver sus pinturas habrá valido la pena.





Para mayor información:  http://www.antoniovaras.com/biografia.asp