martes, 17 de mayo de 2011

Max Aub (*): Tres palabras y una sola verdadera: ¡me cago en Dios! (1)


Reconozco que hay escritores que nunca he leído a pesar de fama y elogios. Uno de ellos, Max Aub. Antes, en la época franquista, porque apenas se hablaba de él. Y luego, mas tarde, porque la llamada 'transición democrática', en buena medida llevada por los franquistas, tampoco se habló en exceso. Ahora, la colección 'Biblioteca de la República' que ha lanzado el diario 'Público', ha sacado, primero un libro que es un diario sobre un viaje que hizo a España desde Méxijo, donde estuvo exiliado y dos tomos de un ciclo de novelas dedicadas a la Guerra Civil que denominó 'El laberinto español'. Estos 2 tomos, rotulados 'Campo de sangre', me han atraido muchísimo. Es una escritura de frases cortas y cortantes, con un lenguaje en el que incluye palabras que, quizás, no sean del todo muy castellanas, pero que le dan una gracia, una chispa, que poco a poco engancha. Digo esto de que no son muy castellanas, porque hay escritores que se les nota que no han mamado ese lenguaje sino que es una segunda lengua. Algo de esto me decía el escritor Eusebio García Luengo de Camilo José Cela o de Valle Inclán. Ambos gallegos y cuyo castellano parece que a los que hemos nacido en Castilla nos raspa en un principio. Luego llegan a dominarla y ¡caray! salen unos escritos magníficos como los de Valle Inclán o estos de Max Aub. Max Aub, de origen judío, llegó a España ya siendo casi adolescente viviendo por la zona del levante español. De modo que su castellano es un poco catalán y otro poco exótico a veces. Pero llegó a amar a España, a lo español y al español que lo que escribe llena de chispazos la pupila del lector. Todo a pesar de esas palabras que nunca había oído, por ejemplo: toroso, bamboche, vedijoso, majagranzas, jaharro, dedea, aljofifa, aproches, poliorcética, mandilandines, sahorno, etc., etc., etc,. 

He escogido este diálogo del primer tomo de 'Campo de sangre' como muestra de esa chispa de que hablo:

"A Paulino Cuartero le duelen, físicamente, las extralimitaciones verbales.

-Déjate de historias.

-Si no estuviese Cuartero hubieras dicho: déjate de puñetas -comenta Rivadavia.

-Nada, hombre: los ojos forman el buen decir. En lo grosero está la sal del lenguaje. Indican vitalidad, plantación honda, raíces. Yo no sé ni francés, pero por lo que dicen en ninguna lengua hay reniegos tan bárbaros como los nuestros.

-Reniegos, sí los hay. Dicen que los húngaros, que los griegos... Lo nuestro, no es tanto el blasfemar, como el tener los divinos atributos en la boca, aun en la conversación mas insulsa -contesta Rivadavia.

-¿Es ser malhablado hablar como se habla?

-¿Si se cuelga tu vecino, te ahorcarás tú? Se blasfema por pereza -dice Cuartero.

-Es un atajo -habla Sancho.

-Calla, babión, bocón, boconero -dice Rivadavia-. Hace unas noches vino a verme Arístides. Mi soberbio, mi magnífico Arístides: 'Je sais l'espagnol', me suelta. ¡Ah!, digo yo. 'En trois jours.'

-El español en tres días o las veladas de la Granja -dice Cuartero, que ha todo saca título.

- La lengua universal. 'Los hombres -prosiguió Arístides- tienen que expresar tres clases de sentimientos: los pasados, los presentes, los futuros: la sorpresa, la duda, la esperanza, la admiración, el saludo, la despedida. En español -sigue-, estos nueve estados se traducen en tres palabras, según el orden: ¡coño!, ¡hombre!, ¡mañana! Tres palabras y una sola verdadera: ¡me cago en Dios!, que las recoge e integra'. Venía Walter con él, tuvieron una discusión, en alemán, acerca de: ¡'tu madre'!, que el germano quería incluir a toda costa en el Walhalla. Le pudo Arístides, que le demostró que 'tu madre' no tendría nunca significación de futuro.

-A esa nos ha conducido Churriguera -Dice Cuartero-. El problema está en saber cómo un novelista puede hacer hablar a sus personajes sin emplear estas expresiones clave.

-Donde los franceses dicen mierda, nosotros cojones. Diferencia esencial -hace notar Rivadavia-. Cada época tiene sus palabrotas, cada país sus blasfemias. No sé de nadie que las haya estudiado y es lástima.

-Un  idioma sin blasfemias no es lenguaje. Una palabrota bien plantada, en su sitio, en su tierra, a su tiempo, es insustituible. El reniego asienta y clava el idioma en tierra, contra los cielos. Si los españoles no pudiésemos emplear interjeciones soeces nos íbamos a ver negros. Si no, ¿para qué hacemos la guerra? Para que no se prohiba la blasfemia."

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(*) http://es.wikipedia.org/wiki/Max_Aub

(1) Título nuestro. Max Aub en 'Campo de sangre', volumen I, páginas 90, 91, y 92; edita Diario Público, Barcelona, 2011