9.
A Omar Khayyam le llegan noticias, preocupantes, de su antiguo amigo, Hassam el Sabbah, al que luego han apodado los cristianos, El Viejo de la Montaña; y que lucha encarnizadamente en pro de la pureza del Islam. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Parece que fue ayer, cuando estudiaban en Naishapur y junto con Nizam al Mulk, los tres amigos, firmaban un pacto de sangre, solemne y sincero, de ayuda mutua!
Preocupado, desde su palacio contempla, abajo, el ajetreo de la calle más cercana; levanta la vista y, un poco mas allá, al fondo, en el mercado, las voces de las vendedoras, pregonan sus mercaderías; y en varios lugares, bien situados, los santones, unos sinceros y otros simples embaucadores de incautos, predican en la plaza, ante un numeroso corro de gente, en nombre de Alá el Misericordioso...
--¡Ay, querido amigo!... también yo, lo mismo que tú, lo mismo que otros, sembré la semilla de la sabiduría, y me he sacrificado, esperando día y noche, sin apenas un minuto de descanso para que germinase... Empero yo cosecharé estas innegables verdades: que de algún lugar ignoto, y sin querer, llegué como el viento y... que a algún lugar desconocido, y sin que cobije el más absoluto deseo, me iré como el agua.
Y, decidido a que las elubraciones no lo aplasten, no le coman la moral, sale a reunirse con los amigos a la taberna.
Y, decidido a que las elubraciones no lo aplasten, no le coman la moral, sale a reunirse con los amigos a la taberna.