jueves, 31 de julio de 2008

Jon Arzallus Eguiguren traduce al castellano a Gabriel Aresti


Para un homenaje a las Víctimas del Terrorismo Franquista



IN MEMORIAN

Zezenaren adar hamorratuek
hildako
poetak,
arbolak sustraitik
atereak,
lore
orrituak,
galburu
garanduak
sorteri
hezurtuak,
Frederiko,
Mikel,
Ezteba,
nik orain
diot
balioago duela poetarik tristeenak,
Donibaneko
Monsieur le poète humil batek
Mariaren alaba
edo
Josepe, Joane eta Jakoberen
seme guztiak
baino.
Mungia da
ez da tristatzen.
Granada ez zen enteratu.
Alicantek
horzak irritzen ditu.
Maiatzeko lore
eiharrak:
Frederiko.
Juan de Yepes langileen artean:
Mikel.
Lau haize:
Eztebe.
Zuengatik
orduoro
gordetzen dut minutu baten
isil
aldia,
niri tokatuko zaidan egunaren
zai.
Ai!
Bai.

Gabriel Aresti
De 'Harrizko heri hau'
__________
Traducción al castellano del poema de Gabriel Aresti 'In memorian' por Jon Arzallus Eguiguren

Poetas muertos
por los caminos rabiosos del toro,
árboles
desarraigados,
flores deshojadas,
espigas desgranadas,
Federico,
Miguel,
Esteban,
Yo ahora
digo
que mas vale el más triste de los poetas,
un humilde monsiur le poète
de San Juan de Luz
que todas las hijas
de María,
o que
todos los hijos
de José, de Juan, o de Santiago.
Munguía
no se entristece.
Granada ni se
enteró.
Alicante
los dientes.
Flores secas
de mayo:
Federico.
Juan de Yepes entre obreros:
Miguel.
Cuatro vientos:
Esteban.
Cada hora
guardo por vosotros
un minuto de silencio.
esperando
cuando me toque a mi
¡Ay!
¡Si!

jueves, 24 de julio de 2008

Homenaje a las victimas del franquismo: 'Hildakoak desehortzi'

Ez al da poetarik nigar egiteko?
Nora gorde dira ainaze azkenigabekoaren lirak?
Nora franquismoaren kontrako irak?

Bizitu
gomuta
biktimak
lurzorupetik ateraz
eta jarri haizetan (mezulari bikaira data)
Kanta, kanta... ta aldarrika dezatela!
Urra dezatela karrasiek ahaztera!
(Karrasia eta alaraua ere mezulari bikainak
bait dira)

Olerkari!
Honela duzu konsigna:
Iganiko hilak desehortzi:
Gureak!
Oroitzapenez moskortu,
adierazteko
bizi direnei
ta ez direnei
ez direla hil oraino:
atxxilorturik
zenden
bakarrik,
hobietan, uberketan eta kanposantuetan.

Gilza bat
ohostu diogu
halere
Bakarra!
zakur presozainari
nazi
kanzerberrari.
Honek
aterako ditu
pixkana pixkana
haizetara,
irtetzeko zai zeunden
hildako
giltzapetuak.

(Esana dugu iada, mezulari biksina dela haizea,
eta zuhur transmititzen dituela honako galderoak
zeruetan -ba bait da han bizi den Pindaro
azkerazkenekorik-, eta lurrean)

Pozkaricz* kanta dezaten poetak non dira?
non bukaezinezko soinuen lirak?
Non amatililien usain gozoak?
Amorraldiaren lurrin bortitzak non?

(Traducida del castellano al euskera por Jon Arzallus Eguiguren)

*No sabemos si se escribe así porque la 'z' aparece como borrada

Jon Arzallus Eguiguren en el homenaje a las victimas del franquismo

Estamos en julio. El 18 de julio de 1936 es una fecha muy significativa en la Historia más reciente de España. Comenzó el levantamiento militar fascista contra el gobierno legítimo de la República elegido el 14 de abril de 1931. Ninguna fuerzas política dominante, ahora, en este momento histórico, lo ha recordado. No les interesa. Pero no hay que olvidarlo, porque trajo como consecuencia una guerra de tres años, un millón de muertos, mucha represión, una larga dictadura franquista con el cortejo de torturas, encarcelamientos, juicios sumarísimos, exilio... Es decir: innumerables víctimas de terror, del terrorismo franquista, el más numeroso (por la enorme cantidad de víctimas) y el más largo (por el número de años padecidos) terrorismo que ha sufrido la España contemporánea.
Ahora que se oye tanto hablar de víctimas del terrorismo, es necesario recordar a esas víctimas que son las nuestras. Ese empeño por recordar a los que lucharon por la libertad y por el que muchas veces pagaron con la cárcel y la vida se inició hace unos años con dos antologías poéticas tituladas, La memoria y la sangre (estatal) y otra en Euskadi (Antología poética vasca 'Edición bilingüe ilustrada'), varias exposiciones de pintura y conciertos musicales.
De ello ya hemos escrito en otros posteos.
La 'Antología poética vasca' no hubiera sido posible sin la labor traductora de Jon Arzallus.
Jon Arzallus
, excelente persona, era, en aquellos años, profesor de ikastola, luego, creemos, volcó su quehacer en la traducción.
De Jon Arzallus es esta traducción de una poesía de homenaje a las víctimas del franquismo cuyo original castellano no hemos podido encontrar. Esta poesía, porque a los responsables de la edición no le pareció conveniente, no apareció en esa antología que comentamos. Creemos que el empeño de Jon Arzallus no debe permanecer en el olvido. Con independencia de la calidad literaria de su original castellano.
La poesía traducida al euskera por Jon Arzallus la pondremos en el siguiente post con su título 'Hildakoak desehortzi'.

jueves, 10 de julio de 2008

José Mª Amigo Zamorano: De vuelta y cuesta abajo

Por José Mª Amigo Zamorano

De regreso del paseo, venía con el bastón al hombro. Cuesta abajo no lo necesitaba. Costaba menos el andar. El aire, a pesar de estar en verano, fresco. La vuelta a casa, placentera. Un tractor de color verde rugía por un camino que, al fondo, perpendicular a su ruta, se desviada a la izquierda. Detrás rodaba, sin adelantarlo, una furgoneta. Pensó que tal vez fueran padre e hijo. Una deducción sin la menor base, nacida solo del hecho, cierto, de que el conductor del tractor era joven y el de la furgoneta viejo y de cara arrugada y como surcada de profundas grietas. Irían, siguió sacando conclusiones, a segar un prado cuyo verdor llegaba desde una falda que se veía justo en la dirección por donde habían desaparecido ambos vehículos.

-Y... a mi qué me importa -susurró.

Torció también a la izquierda por un sendero que se le abrió casi de repente. Matas de piornos amarilleaban acá y allá. Una avecilla de color gris y blanco se movía grácil, airosa, cuasi etérea, como a impulsos repentinos. Dejaba, la muy cuca, que se le acercara y cuando se paraba para observarla mejor emprendía el vuelo.

La que vio también, en un estado lamentable, seca, arrugada, agrietada... fue a la de siempre, a quien, otras veces, en sus paseos, encontrara tersa, brillantemente ansiada... No es que le sorprendiera, no; el paso del tiempo hace estragos. No había más que ver al hombre de la furgoneta... Y, sin ir tan lejos, a él mismo.

Pero le extrañó un cambio tan repentino. Porque no hacía mucho la veía, desde arriba del camino, primaveralmente juvenil, brillantemente espléndida, anhelada... Tenía que reconocer que la marcha del tiempo adquiere, a veces, velocidades endiabladas difíciles de seguir... y cuando uno advierte algo... ya no hay vuelta atrás.

Lo decía acordándose, hace apenas pocas décadas, camino hacía Galicia, que las veía con esa misma esplendidez, juventud, lozanía... Y, a buen seguro, como él, que andaba haciendo autestop por la carretera, joven, espléndido, 'audaz, cosmopolita, con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo y una sed de ilusiones infinitas', dicho sea con palabras de Rubén Darío...

Como así mismo lo era aquella pareja con la que se cruzó en la carretera: les hizo la señal para que lo llevaran; pero el macho, que conducía el coche, simpático, sonriente, irónico, le señaló con el dedo a la moza que iba sentada al lado, desnuda... luego, hizo una mueca como diciendo:

-Lo siento, pero... es mía esta espléndida desnudez, solo mía.

Siguió caminando a pie carretera adelante, ¡qué remedio! Mas al poco un catalán, el señor Bruguera (no olvidó nunca su nombre) que conducía un alfa romeo al que acompañaban su mujer e hija (igualmente espléndida, joven, lozana...) paró y lo recogió. Unos kilómetros más adelante vio el coche de la pareja a orillas de la vía, abiertas las puertas y ellos, ¡qué vacaciones se estaban pasando!, bañándose en una poza.

Muchas veces cuando, desde lo alto del camino, de vuelta a casa, la veía, rodeada de matas de piornos, brillar, espléndida, tersa, lozana... le entraban unos deseos de zambullirse en ella, de sentirse rodeado por ella, hundirse en su seno, acariciarla... porque se la imaginaba como aquellas que viera antaño, camino de Galicia...

Y ahora se le aparece ahí, arrugada, agrietada, seca... marcada por pisadas de animales, cagada...

Él que pensaba darse un baño, como aquella pareja camino de Galicia...

-¡Que cosas!... Menos mal que el camino de vuelta es cuesta abajo.

martes, 8 de julio de 2008

José Mª Amigo Zamorano: En la curva del arroyo, un cuento de estío antirracista


Se sentó cerca del arroyo. Le gustaba el fluir del agua y su sonido le arrebataba. No podía remediarlo. Era superior a él. Se quedaba allí mirándolo recordando otro arroyo, el de su pueblo. No era un recuerdo nostálgico sino la huella que, el correr del agua, le dejó impreso en la memoria para siempre: y sus plantas, y la película de hielo, a trozos blanquecina, en los días de invierno, y su caída en el arroyo poco antes de su enfermedad... O también el chorro de agua que llenaba las pozas en las que se bañaba, entre mediodía, en el verano, cuando la calor apretaba, como ahora mismo.

Si no tuviera la vergüenza que, como adulto, tiene, se desnudaría y se metería en el centro de la corriente. No aquí, sino más arriba, en la curva, donde el agua es menos impetuosa.

Aunque no estaba muy distante cogió los prismáticos dirigiéndolos hacia ese lugar del arroyo donde le hubiera gustado meterse. Estaba la curva del río como siempre: el agua cristalina corría mansamente peinando las plantas acuáticas que aparecían tendidas a lo largo como pelos mojados surcados por un peine; en las márgenes juncos y espadañas, berros y corujas; y un poco más apartada de la orillas, una zarza con sus flores blancas. En primavera solo se veía una cinta blanca a lo largo de su curso: era el mismo arroyo cuajado de las flores blancas de esas plantas acuáticas. Ahora, las que destacaban estaban a la orilla, fuera del agua: las margaritas blancas, los amarillos botones de oro y los también amarillos dientes de león.

También destacaba ella. Si, ella. Nerviosa. Valiente. Sola. Negra. ¿Qué haría allí?

Mantuvo los prismáticos fijos en ese hecho insólito. No por voyerismo, no. No penséis mal. Ni por el exotismo negrista. Que nadie se llame a engaño. Fue solo por una simple curiosidad cuasi científica. No había ningún rastro de morbo en su empeño. Además, hacía ya mucho tiempo que negros y negras, en España, no producían cosquilleo morboso. Ni tan siquiera aparecían como algo exótico. Pero es que, a él, precisamente a él, no le podían achacar inclinaciones lascivas hacia tales hembras, si de eso se trataba. Se había pronunciado categórico al respecto:

-Yo soy un racista sexual.

Y añadía:

-Y, al mismo tiempo, me considero un antiracista intelectual.

Ambas cosas necesitaban una explicación que, él, había dado en numerosas ocasiones, sin ningún rebozo. Tenía relación con su experiencia sexual con una prostituta: no pudo llegar a penetrarla; fue un verano en el Barrio Chino de Salamanca; una mujer negra, joven, guapa... todo lo que se diga es poco... pero cuando se abrió de piernas y le vio sus órganos genitales... entre rosados y grises... no pudo... fue superior a él... le parecieron semejantes a los de las burras o yeguas del establo de su padre... quizás fuera la cantidad de alcohol trasegado... aunque él siempre lo atribuyó al colorido con que se le presentaron a la vista...

Y no, no pudo copular pensando que lo hacía con una yegua o una burra... Por eso repetía a quien quisiera oirlo:

-Soy un racista sexual, un racista de sexo. Y un antiracista intelectual.

Esto último lo decía porque estaba convencido de la igualdad de todos los seres humanos. Militaba en esa lucha contra posiciones racistas... desde su intelecto, no desde su carne. Y eso le martirizó toda la vida.

De modo que su interés en la contemplación de ese acontecimiento sorprendente, insólito, en el arroyo... no, no se debía a lascivia, ni a morbo, ni al hecho de su negro colorido. En absoluto. Era curiosidad cuasi científica. Como ya había indicado más arriba.

Lo realmente insólito, sorprendente, radicaba en la soledad del individuo trajinando por esos andurriales...

Por si no había mirado bien, por si no lo había hecho concienzuda y detenidamente, volvió a barrer con sus prismáticos esa parte del riachuelo de arriba a abajo.

Nada. No vio nada mas.

Volvió a mirar a derecha e izquierda... sin descubrir nada.

El comportamiento de ella indicaba tal vez un trajineo dubitativo, cambiando de dirección muy a menudo. Como si el hecho, cierto, de estar en el arroyo o en la orilla o en el fango le causara extrañeza. Hasta hubo un momento en pisó la cagada de una vaca (aún humeante y llena de moscas) pero salió indemne de la aventura.

Lo de la cagada de la vaca lo sabía él desollado, sin ninguna duda, porque diferenciaba entre varios excrementos; por ejemplo: cagada, cagajón y cagalita. No llegaba su riqueza de vocabulario a nombrar tantos excrementos como Delibes en la novela 'EL camino', pero... de esos estaba seguro.

Después de muchas vacilaciones, de incontables titubeos, de volver sobre sus pasos desandando lo andado, de atravesar el barro, la corriente, la cagada casi líquida, de meterse entre juncos y espadañas, de colarse entre flores, de subir y bajar... por fin, se encaminó hacia la zarza y desapareció.

Observa con sus prismáticos el zarzal. Se pone nervioso. No atisba nada. Movió inquieto la rueda de ampliación. Ese artilugio para el aumento de las imágenes, una especie de zoom (o como se diga) que tienen los catalejos. ¡Lo hizo a tope! ¡Hasta el máximo!

-¡Ah, coño! ¡Lo descubrí! -exclamó con alegría.

Miles de hormigas negras aparecían por el lado izquierdo de la zarza, como si la tierra cociera a borbotones una especie de salsa negra. Allí estaba el hormiguero. Ella, la negra, la hormiga negra, debía ser una de las exploradoras del hormiguero.

-Ahí estaba la explicación de su soledad: era la vanguardia de su comunidad. Por ella se había arriesgado a morir arrostrando peligros ciertos: abriendo caminos.

Abandona el catalejo. Y sentado como está en la piedra fija la mirada en el correr del agua, mientras escucha arrobado su murmullo. ¡Es una gozada cerca del agua la vida!

viernes, 4 de julio de 2008

José Mª Amigo Zamorano: El Parecer y El Ser


El rastro era visible. Pero no estaba seguro de que fuera precisamente de ella. No obstante lo seguí. La dificultad radicaba en que, a veces, se perdía toda señal y entonces me desesperaba. Para distraerme de la búsqueda, hasta ahora infructuosa, contemplaba el paisaje. Me recreaba mirando las lomas y laderas de los montes cuajadas de flores amarillas. De la primavera, muy lluviosa, se había pasado, casi de sopetón, al verano. Y el calor del sol ha acelerado la floración de las plantas. El olor a tomillo y romero lo impregnaba todo. Yo dejaba que el aroma me acariciara. Llenaba mis pulmones de aire puro y seguía caminando sin olvidarme de ella. No quería que se extraviara. Mis padres menos. Mi padre fue tajante, clarísimo, en su mandato:

-Vete a buscarla y encuéntrala. No podemos perderla.

No podía defraudarle.

A esa hora de la mañana los insectos comenzaban a salir al sol. Siguiendo una de las señales dejadas por ella, subí hasta un risco por ver si, desde lo alto, podía divisarla. Me tropecé con una piedrecilla y, al mirar al suelo, descubrí que entre las hierbecillas volaban cientos de insectos. Era un fenómeno que no se veía a simple vista. Sin duda era el mimetismo de esos seres confundiéndose con el color verde oscuro, casi ceniciento, de las hierbas lo que hacía casi imperceptible su trajín mañanero. De modo que, no sé por qué, me alegré del descubrimiento. También los animales diminutos tenían armas para defenderse...

Me acordé de un escrito, a propósito de Darwin y la lucha por la vida, que trataba de unas mariposas blancas cuya defensa estaba en posarse en los troncos blanquecinos de los árboles del entorno porque así descansaban y se confundían con él, pero con la contaminación, el humo de las fabricas y de las minas, ennegreció los troncos y con el tiempo desaparecieron; es decir: las mariposas, fácilmente localizables en el tronco negruzco de los árboles, fueron presa fácil de las aves.

Sin duda ella también podría esconderse en algún lugar. Mimetizarse. Había muchos rincones donde poderse cobijar, esconder... Me paré un momento mirando en derredor, pero... nada, nada de ella. Por parte alguna. En la pingorota del risco descansé un rato sentado en una piedra. El cielo estaba cada vez más diáfano. De un azul pálido. Las moscas, como el sol apretaba, estaban ya rabiosas. Las espanté con la gorra que me había quitado de la cabeza.

No podía pararme más tiempo porque, luego, hacía mediodía, el sol haría imposible el paseo y, por tanto, tenía que encontrarla antes de que él, el sol, el poderoso astro, lanzara sus llamas más ardientes y nos achicharrara. Tenía necesidad de encontrarla antes de que eso ocurriera.

Seguí mi andadura. El fondo de montes, lomas, laderas y riscos, como ya dije, estaba teñido del amarillo chillón de arbustos: escobón morisco, la retama, la carquesa o el piorno. Pero, a mis pies, los colores que enseñoreaban la tierra eran el blanco, el amarillo y el morado: el blanco de las margaritas, el amarillo de los botones de oro o el morado del brezo, del cantueso o del romero. Acá y allá pastaban rebaños de vacas y ovejas. De cuando en cuando algún becerro llamaba a su madre. O el potente vozarrón del toro se oía rebotando de risco en risco y llenándolo todo.

Tras un recodo del camino volvieron a aparecer señales evidentes, y recientes, del paso de ella por aquellas andurriales. La esperanza retornó a mi descorazonado ánimo. Apreté el paso. En mi camino ya no solo se cruzaban moscas, también algún tábano que otro intentaba hincarme el aguijón. Me era urgente hallarla, si no mi padre... se iba a poner como una furia. Trastumbar una cuestecilla la vi. Allí estaba. Caminando tan pancha. A ratos agachaba la testa. Otras miraba a derecha e izquierda. Ella, también, como yo, espantaba las moscas como podía. Me dio rabia, coraje, su cachaza, su pachorra. Me enfurecí. Y a pesar de que le tenía cariño, cogí un palo, eché a correr y le pegué. Con fuerza. No dijo nada. Eso si, echó a correr camino adelante.

En ese momento, precisamente en ese, hacia la izquierda, tras unos arbustos, apareció un becerro quien, bramando, llamaba a su madre. Entonces, si, miró en esa dirección, lanzó un bramido, y echó a correr, cagando de alegría, hacia su hijo.

La manada estaba cerca. El calor arreciaba. Por fin podía irme a casa. A comer. Y decirle a mi padre con orgullo:

-Encontré la vaca y la devolví al rebaño.

Y es que, en estos tiempos de crisis, no se puede dejar perder una res. Hay que seguirle el rastro. Por leve que sea. Y siendo pobres, más aun. Así es la vida. Y su lucha por sobrevivir.