Cuando Ismael y Raul me invitaron a que escribiera algunas reseñas de libros para el fanzine que pensaban editar, pensé ¿qué libros reseño? Porque, vamos a ver, qué puede importarle a uno lo que otro lea... Yo creo que nada. O tal vez si, pero poco. Si acaso pueden interesar aquellos libros que ayuden a comprender la realidad del mundo que nos rodea. Pero lo que es interesarse, interesarse, por algún libro de poesía o de novela o de carpintería, es un decir, que uno haya podido leer, pues nada. Sin embargo, desde el otro punto de vista, de entender lo que pasa en el mundo, tal vez, porque a veces nos va la vida en ello. Y tal y como está el mundo la vida se juega en cada esquina y hay que saberse desenvolver.
Efectivamente, vemos, en la otrora rica Argentina, a los argentinos aporrear las puertas de los bancos para que les devuelvan sus dineros, no los del vecino, ahorrados con tanto duro trabajo. No querían los banqueros devolverlo. Vemos igualmente a unos ejércitos invadir un país, como se ha demostrado, sin mas ni mas, por el solo interés de la rapiña, de coger lo que no es suyo. Morir periodistas por el simple hecho de trabajar con una cámara con el único objetivo de informarnos. O aquí, mar cerca, en Madrid, anular una elecciones porque a dos diputados les dio por cambiar de chaqueta.
Pensando en esta dirección recordé el libro de Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la Pampa; en este ensayo, magnífico por muchos puntos de vista, tiene un capítulo que trata del cuchillo “que va entre las carnes y la ropa interior; algo que pertenece al fuero privado” y que “sólo se exhibe en los momentos supremos como el insulto”. Cuchillos que han relucido en Argentina y en Irak. Cuchillos de muchas formas; de bala, por ejemplo, como la que mató a Couso, el camarógrafo. Por cierto que Pérez-Reverte, que antes de novelista fue periodista de guerra, escribió un librito, ya clásico, sobre este mismo asunto de los camarógrafos, cuando la guerra de Bosnia; Territorio comanche con un lenguaje agil, descarnado, desnudo de artificios, como la misma muerte.
Pérez-Reverte recordaba, hace poco, un estudio realizado por varias universidades europeas, entre ellas la de Málaga, en que atribuía al dinero negro el auge inmobiliario en la Costa del Sol; en ese mismo estudio se alertaba sobre el peligro de que grupos de mafiosos controlaran la política; y Pérez-Reverte lo mencionaba a propósito de lo ocurrido en la Asamblea de Madrid. Cosa que ya denunciara James M. Cain, (el celebrado autor de El cartero siempre llama dos veces) en su novela “Ligeramente escarlata”, allá por los 30. Y es que del imperio USA nos ha llegado lo peor y lo mejor.
Y en otro orden de cosas, ajeno (aunque no del todo) a la política merecería leerse “Autorretrato sin retoques”, un libro de Jesús Pardo, cuyo contenido nos pilla a los curiosos un poco más a mano. Por él cruzan escritores que han sido algo en literatura (algunos amigos como es el caso de Eusebio García Luengo), Camilo José Cela, José García Nieto...
Insólito libro de memorias en el que el escritor maneja la pluma como un cuchillo. Y da cuchilladas a diestro y siniestro. Sin ningún respeto. Allí no se salva nadie, ni el padre del escritor.
El libro comienza en Santander y termina en Madrid pasando por Londres donde estuvo de corresponsal. Y de Madrid el literario que estaba casi reducido en la posguerra al Café Gijón.
Ya para terminar habría que decir que la pluma de Pardo como el cuchillo argentino de Radiografía de la Pampa “cercena hasta la columna vertebral, que es la proeza en el arte del degüello”; así de García Nieto, muerto hace poco, y que le dieron el premio Cervantes, poco antes de fenecer, dice: “pesaron los versos // de José García Nieto // treinta kilos, peso bruto // cuatro gramos, peso neto.” De don Eusebio García Luengo, mi amigo, dice que era “vago mandibular” y que aunque estaba separado de su mujer la actriz Amparo Reyes iba de vez en cuando a “echarle barrocos polvos”. De Cela dice que ra un “pesetero y snow como el solo”, añadiendo que Blanco Tobío lo había definido como un “Jaimito con ínfulas de Hemingway”.
Y para subrayar que Cela aparentaba ser otra cosa, escribe el diálogo que una vez tuvo con él en una casa de putas:
Cela.- ¿Pero que haces tú aquí, Jesusín, yo te hacía maricón?
Pardo.- No, no lo soy, pero no lo digas por ahí.
Cela.- Vaya, te vas pareciendo a mi.