viernes, 30 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 25

25.
Tras del Huracán Viene la Calma de la Muerte


-¡Zorra, mas que zorra!

Estos y otros insultos le decían a la moza que acababa de abrir la puerta de su casa. Miraba perpleja y asustada al grupo de mujeres, pañuelo negro en la cabeza, vecinas todas, que se habían congregado frente a ella.

-Pero... ¿qué he hecho? por que me...

-No te hagas la inocente, mal bicho- interrumpió la madre de Rustem que parecía encabezarlas.

-Juro, por Alá el Misericordioso, que no sé de que me acusáis.

-¡Será descarada! Has dejado abandonado y herido al que te traía en caballo; eso es de mala mujer.

-¡A saber lo que hizo sola por el campo a esas horas!

-¡Y metida en un soto; que varios la vieron!

-¡Y salir con un hombre... !

-¡Puta!... ¡¿No la veis!?... ¡Si es una puta!... ¡Que se marche del pueblo!

-¡Eso, eso! ¡Márchate!

-Pero si yo salí corriendo a avisar...

-¡Mentirosa! ¡Echémosla!

-¡Hay que apedrearla! ¡Solo verla... da asco!

Una lluvia de piedras caía sobre la infeliz moza, hiriéndola. Una de ellas en la frente y tan dolorosa que la obligó a refugiarse en casa. Empero, no por eso terminaron las pedradas, arrecieron en pared, puertas y ventanas. Luego, se hizo el silencio. Y cuando creía que todo se había acabado, oyó ruido en la puerta como si quisieran entrar. Miró por una ventana que tenía los cristales rotos y vio que, efectivamente, estaban intentando derribar la puerta:

-¡Hay que lapidarla! -alguien gritaba.

Se vio perdida, muerta y no encontró otra salvación que huir; huir por el corral, en la parte de atrás; y huir lo más lejos posible.

Anduvo corriendo, hasta que el cuerpo dijo basta, siempre con el grupo de vecinas enfurecidas en su mente. De cuando en cuando, volvía la cabeza por si venían persiguiéndola.

-¡¿Qué he hecho yo, Alá Piadoso?! ¡¿Por que me insultaban?!

Lloraba y corría.

Se tropezó y cayó dándose de bruces en la tierra. Fue como si todo el planeta se hubiera convertido en un mazazo y le hubiera golpeado. Se tocó la frente, la tenía toda cubierta de tierra al pegársele a la sangre de la herida. Y le dolía. Le dolía mucho. Le dolía todo: el cuerpo y el alma.

Se arrastró hasta un árbol que ahí cerca se veía. Apoyó su espalda en el tronco para descansar. Miró sus ramas. Era un almendro y estaba cuajado de flores. La tierra comenzaba a verdear con fuerza, con alegría, con ganas de vivir, de hacerse un hueco en la explosión primaveral.

Volvió a mirar las flores del almendro: un jilguero o ruiseñor cantaba; parecía embriagado de alegría, de amor, en medio de las flores; y se miró a ella: ensangrentado el vestido, herida, amenazada, huida... Se le fueron cerrando los ojos.

Cuando de nuevo abrió los ojos estaba anocheciendo. El dolor de cabeza seguía golpeándole; y ahora las sienes le latían con fuerza. Y seguía golpeándole el recuerdo.

Se levantó. Un camino se abría entre la cerca de una finca y el resto del campo. Echó a andar por él. Tras una revuelta, creyó ver, al fondo, un pueblo nebuloso: sería el humo que se elevaba recto de las chimeneas. No veía bien y lo achacó a la hora en la que estaba. ¡Qué cansada se sentía!

-Parece que estoy borracha.

Y la frase le hizo sonreír. Se tocó la frente. La tenía ardiendo y sangraba. Los labios resecos se le pegaban y los humedeció con la lengua. Tenía mucha sed. Si bebiera un poco de agua se pondría bien. Siguió andando. Al poco rato vio el brillo plateado de una charca. La luna se reflejaba en ella.

-¡Agua! - exclamó.

Y se encamino hacia ella dando traspiés. Se resbaló, cayendo y casi jincando la cabeza en el agua. Estaba dura, parecía hielo pero acercó los labios. Sintió un gran alivio y se tumbó todo lo largo que era, musitando:

-"Rustem, Rustem, amor mío, ¿qué es lo que te he hecho"...


Omar Khayyam había pasado una mala noche. Cuando se despertó quedó sorprendido por el día luminoso que nacía. Y comenzó a dar voces:


-¡Venga, despertaos!... ¡despertaos, durmientes!... ¡es la hora!... ¿No veis que la aurora arrojó, ya, con fuerza, la piedra al piélago nocturno, ahuyentando a los astros y a los heraldos negros de la noche, noche torturadora de los pobres; y el Rojo y Valiente Cazador de Sombras prendió en un haz de luz, cegando la torre tenebrosa del silencio?

miércoles, 28 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 24

24.
Caballo y Mujer Galopando con Ritmo de Romance

Rustem fue a saltar el arroyo, como ya explicamos en otro seguimiento de Omar, con el caballo una noche enlunada de primavera. Mientras el caballo salta sujeta él a su amada. La luna tiembla de gozo y la moza grita de miedo. El caballo se estremece y falla su cabalgar. La mujer se salva empujada por el hombre. Rustem queda debajo. El caballo se levanta y la mujer, al ver su hombre inmóvil, echa a correr.

El queda allí desangrándose. El caballo fiel acompaña su desangrar.

Vuelto en si, ordena al caballo que comunique su caso, su percance.

La madre que está durmiendo, oye su cabalgar.

Ya se levanta del lecho. Pide socorro. Acuden presto amigos y familiares y siguiendo a su caballo lo hallan con mucha sangre derramada. Lo llevan pronto a curar. Por el camino pregunta qué fue de su amiga. Alguien dice haberla visto correr el campo a través.

Ella, en efecto, corrió, corrió, corrió... corrió a campo traviesa. Quiere avisar a los conocidos de todo lo sucedido. Pero la luna se esconde tras de las nubes y oculta todo el camino. Ella se para asustada.

Cuando la luna regresa ve cuatro sombras acercándose. El corazón le brinca en el pecho. No son gente de fiar. Y, muy asustada, vuelve a correr. Azuzando vienen las sombras y ella se esconde en el arbolar. Tras un momento de silencio una voz llega a su oído. Un mozo se halla en el soto. Y la llama a su lugar. Ella lo conoce y acude, grande es su confiar. Las sombras muy cerca están. Él las enfrenta y se marchan. Ella se arroja en sus brazos y, aterrorizada, lo premia hasta gozar.

Mas tarde recuerda a Rustem y retorna, enloquecida, a su lugar. Solo un charco de sangre halla. El arroyo, sin embargo, seguía su sonoro caminar.

Ella regresa al pueblo. Ojos acechando están.

A la mañana siguiente todos hablan de traición: y la insultan, la apedrean y tiene que abandonar el lugar de sus ancestros...

Él mozo acudió al arbolar y en recuerdo de ese deleite fugaz, mandó plantar un almendro. Del almendro nació zarza mala, zarza infecunda, sin mora en el ramaje.

El día que Rustem vuelve sin pierna ya, a la vera del arroyo su madre corrió a plantar un cerezo, que se transformó en pino albar.

Rustem luchó por la vida.

Ella vagando el camino va.

Él vivió con sus amigos.

Ella muere en un muladar.

El lugar donde murió unas violetas nacieron para guardar su recuerdo y ocultar un orgasmo tan fugaz.

Y dice Omar Khayyam:

--En la tierra donde, hoy, nace una radiante y explosiva rosa roja, antaño vertióse la sangre de un príncipe. Y el color del lunar que adorna, embelleciendo, la cara de un efebo, muy bien pudiera proceder del pétalo de esa violeta que florece a la vera del muladar hediondo. Las corolas del jacinto que por doquier crecen en parques o jardines donde se aman los jóvenes nacieron de unas frentes que, un día, fueron tersas y brillantes.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 23


23. Un Padre Levitando

Erase una vez de noche. Y un padre que tenía tres hijos se fue, muy contento, cuando ellos se fueron de fiesta, a acostarse, pues ellos se llevaban bien y eran buenas personas. Solo le inquietaba, un poco, el hecho de no verlos trabajar con más ahínco. Pero ya se corregirían. Y se durmió. Pero, fuera por esa inquietud o por lo que fuese, a las cinco de la mañana se despertó muy intranquilo:

--¿Estarán ya acostados?... ¿Les habrá pasado algo?...

Corrió a la habitación del mayor: había venido ya y estaba durmiendo; se acercó a la otra: el mediano acababa de llegar y además le informó de que el más pequeño también estaba bien, divirtiéndose, y que pronto regresaría.

Ya, tranquilo y sosegado, volvió a la cama y se durmió. Pero, ay, soñó que a su hijo más pequeño lo traían, herido, a casa y se levantó dando voces:

--¡Hijo!, ¡hijo!, ¡hijo mío! ¡¿Qué te han...?!

Se cortó en seco pues, en la habitación, su hijo, medio dormido, le decía:

--¡¿Qué!?, ¡¿Qué!?, ¡¿Qué!?... ¡¿Qué!?

--Nada, hijo, nada. Duérmete. Cosas mías.

El padre se sentó en una silla del salón. Encendió un cigarro puro. Pensaba que, en pocas horas, había ido pasando de la alegría a la tristeza, del sosiego a la intranquilidad, sin saber quién infundía esos estados de ánimo tan continuados y seguidos.

Tenía la sensación de ser como una pelota que los pelotaris lanzan a derecha e izquierda, o de abajo a arriba; pero él, como la pelota, nada pregunta al que la arroja.

Sufría en esos momentos una depresión de caballo y el corazón le latía desbocado.

En semejante situación estaba, cuando se vio desdoblado: estaba en la silla fumando y al mismo tiempo se contemplaba, desde fuera, como un extraño, preguntando: '¿quién es?', '¿qué hace aquí?', '¿quién lo ha traído?'...

El que lo haya traído, sabrá las razones: Él no. Y nadie más las sabía. Tan solo, ese personaje imaginado por algunos... Si es que existe que muchos lo niegan y otros tienen serias dudas... Ese ser quimérico, fabuloso, podría saberlo... Los demás, lo ignoran todo, aunque pregunten constantemente.

Entonces aparece, de improviso, Omar Khayyam que intranquiliza más al padre diciéndole que algo parecido le pasó a él, a Omar Khayyam, el otro día: vio en la plaza a un niño como si estuviera acorralado por otros. Y lo zarandeaban de un lado para otro.

Omar se acercó a preguntar la razón de la riña: unos daban una explicación inexplicable, sin dejar de tirar hacia un lado y lo acusaban de algo; los otros lo desmentían, arrastrándolo hacia el lado contrario defendiéndolo. Como no quedó nada claro, preguntó al niño en cuestión:

--Yo no sé. Acabo de llegar y soy huérfano. Pero me hacen daño...

Y colorín colorado... este cuento... levitando... se ha acabado

martes, 27 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 22

Tumba de Omar Khayyam
22.
Una de las veces, de las muchas veces, que he estado en un alfar -me interesa muchísimo el trabajo de los alfareros y varios de ellos son amigos míos- quedé impresionado nada más llegar: los cientos de platos, vasos, ánforas, copas, botijos, cántaros... me miraron colocados junto a la pared de la derecha; de pronto se pusieron a dar vueltas y vueltas alrededor de mí; de tal manera que me vi obligado a apoyar mi mano en la pared de la izquierda para no caerme mareado; lo achaqué a que había bebido unos cuantos vasos de vino.

El alfarero me cogió de la mano y me dejó en su asiento. Coloqué el pie, en el pedal del torno, las manos en la arcilla que el alfarero estaba trabajando y me puse a modelar. Miré las figuras alineadas y se pusieron a charlar conmigo. Me pareció normal. Y, como si estuviera en la tertulia de la taberna o de la bodega con los amigos, conversé con ellas. Era una sensación, dentro de lo inverosímil que pueda parecer, para mí, muy natural. Como si los espíritus de los ancestros hubieran penetrado sus formas.

Aunque no recuerdo con exactitud todas y cada una de las palabras, vinieron a decirme mas o menos: Omar Khayyam, tú, que tanto aprecias el trabajo artístico de los alfareros y lo demuestras, además, ahora, sentado ahí y modelando con el torno, contéstanos a estas preguntas (serían muchas más pero las que recuerdo son estas):

--¿Quién es el alfarero?... ¿Quién el vendedor?... ¿Quién el comprador?...

Ha pasado mucho tiempo desde aquel día. Sé que se debió a los vapores del vino. Empero, cuando entro en el alfar tengo la sensación de que cada una de las figuras es alguien a quien conocí en algún lugar...

lunes, 26 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 21


21.

En un día gris, encapotado, que amenaza lluvia, le llaman diciéndole que su madre se ha sentido indispuesta. Por el camino le aclaran que se mareó de repente. Que no debe ser muy importante. Aunque el médico no las tiene todas consigo. Pero... que como es tan joven, a pesar de la gravedad, lo superará. Que evacuaba bastante sangre...

Hay mucha gente arrimada a la casa. Aunque lo sospechaba, en ese momento confirma que ha fallecido. No le cabe la menor duda.
Se ha puesto a llover mucho... En el cementerio la fosa se ha encharcado. Él, con sus propias manos, tiene que vaciar el fondo del hoyo. Pero sigue lloviendo y manando de un lateral del agujero. Con lágrimas en los ojos y apretando los dientes pide unas piedras para colocarlas en el fondo de la tumba pues, aunque muerta... ¡pobre madre!... si la enterraran así... como en un pozo... lleno de agua...

Y dice Omar Khayyam:

--Si ha sido, como dicen algunos, el Supremo Hacedor, el que creó los seres, ¿por qué -pregunto- por qué... tan cabal, profunda y definitivamente tiene que destruirlos? Si acaso -digo- si acaso... ellos fueren feos e imperfectos, ¿quién -sigo preguntando- quién... puede tener la culpa? O si, tal vez, resultaren buenos y hermosos, es un decir, -pero lo digo- ¿para qué... aniquilarlos?...

viernes, 23 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 20


20.

El ave depredadora
Contrastando con el silencio de la casa, solo interrumpido por el sonido de la loza en la cocina, el jardín bulle de alegría; no es la algarabía de la mañana, cuando se quiebran las sombras de la noche con sus trinos desbordantes, casi lujuriosos, no; es una algazara matizada, tenue, menos estridente, como recogida en sí misma.

Pero, ¿por qué?: A esa hora del mediodía el sol corre a latigazos ardientes a todo aquel que se atreve a plantarle cara, a hinchar el pecho y desafiarlo; por lo que cada cual, recogido en su morada, fuera del peligro del fuego, a su modo, expresa su alegría de vivir, siempre con cierto temor al dios todopoderoso del cielo.

Omar Khayyam abre la puerta de su casa. Tiene una jarra de vino en su mano derecha. Una vaharada de aire caliente lo saluda hiriéndole la cara. Mira a la izquierda: a las macetas de geranios que, a esa hora, lucen sus colores, un poco apagados; y a la derecha: aparecen búcaros con claveles, bocas de dragón, espadañas, clavellinas...; el agua de la alberca, que está enfrente, en el medio, es lo único que parece no tener miedo al sol; y además suena, bulliciosa, cuando entra en la alberca por entre unas rocas. A esa hora acuden a beber, por miles, los insectos, sobretodo abejas y avispas.

Más allá del pórtico, que da entrada al jardín, un camino, empedrado, se ensombrece, placenteramente, con un túnel formado por las ramas de los árboles que crecen a ambos lados y que se juntan, entrelazándose, en la altura; por el centro del camino, un canalillo fluye el agua hacia los adentros del jardín procedente de la alberca.

Se acerca a ella. Deja con cuidado su jarra en el borde. Hunde las manos en el agua fresca y cristalina. Se enjuaga la cara intentando espabilar su modorra. Tras beber un trago de vino, con paso cansino, traspasa el pórtico adentrándose en el jardín.

Trinan o simplemente murmuran los pájaros en la enramada; y cuando sus pasos se acercan callan por un momento.

Llegado a su rincón favorito, cubierto, por completo, por las ramas y las hojas de las parras, se sienta en el centro, dentro de una cabaña, construida con sarmientos entrelazados; desde allí observa el paisaje sin que puedan verlo a él; no le importa que lo vean, pero prefiere observar sin ser visto.

¡Qué gozo, qué placer! Ni frío, ni calor: el clima perfecto para vivir eternamente.

Sobre el vergel una nube llora. Los pájaros arrecian en sus trinos; luego enmudecen.

Abajo, a la derecha, frente a un edificio de fachada cubierta de arabescos, con arco ojival cubriéndola casi por completo y dominada por el color verde azulado, medita un imán chiíta mirando, al parecer, el agua de la alberca de su jardín, de manzanos y pinos cubierto, sin que le importe la lluvia.

En primer plano, por el centro del paisaje, las casas se esconden bajo el arbolado; y al fondo, sobre las laderas de las montañas, los pueblo gatean, envueltos en una alfombra de remiendos multiverdes.

En una era, los campesinos desafían la lluvia aventando la paja del grano.

Deja de llover. Todo es perfecto. Suspira. Los ojos semientornados. Hasta su oído llega el sordo rumor del revoloteo de miles de insectos. Las mariposas vuelan de flor a rama. Son un placer para los ojos. Unos pajarillos comen a algunas. Otras asustadas se marchan volando. Todo es casi perfecto.

El ruiseñor en el granado canta tras la lluvia. Bellísimo. Luego calla. Omar Khayyam bebe otro trago de vino. E invita al ruiseñor, que está muy inquieto, a beber con él. Y como si le hubiera oído, renueva su canto, generosamente embriagado, a las pálidas rosas. La voz se le quiebra. El espectador contempla impotente como se lo come un cernícalo.

El hombre se levanta y con la jarra en la mano dice enfurecido dirigiéndose a todos los seres vivos que le rodean:

--"Y vosotros, bebed también, bebed sin parar, beber sin tacha; y cantad... cantad... cantad... ¡cantad, malditos, cantad como locos, desbordaos, cegaos de placer!: la vida sin vino no tiene valor".

Y lanza la jarra, llorando, en dirección al ave depredadora.

jueves, 22 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 19








19.

La desgracia de Rustem




Caminaba cojeando. El rostro triste. Iba, claro está, a la taberna, donde lo esperaban sus amigos con Omar Khayyam a la cabeza.
El trayecto desde su casa, aunque corto, era un suplicio; y no por el dolor de la pierna que no tenía, que le dolía; ni por la sustituta, la de palo, la ortopédica, que se estaba acostumbrando a llevarla; no, por eso, no; le torturaban, psicológicamente, los vecinos, desde las puertas de sus casas, con sus frases conmiserativas de ánimo; quienes con alguna que otra excepción no lo hacían a mala fe; pero, a él, le dolían muchísimo, recordándole su desgracia.
--¡Animo! Y olvida ya a esa zorra, Rustem.
Djam, sentado a la puerta de su casa, siempre le decía lo mismo y seguía comiendo sin cesar pistachos. Lo de los pistachos era sin duda una máscara de indiferencia. La frase a él le salía de dentro, de muy adentro, de sus vísceras; recordaba, bien lo sabía, que cuando llegó de la guerra, con una mano adelante y otra atrás, la mujer lo abandonó.
Un caso similar al suyo, al de Rustem, ya que Humai, la novia de éste, se fue distanciándose hasta que lo dejó, yéndose con otro a partir del día que lo vio curado y sin pierna. Maldita fiesta. No se le olvida.
De modo que deseaba llegar, cuanto antes, a la esquina y doblarla: entonces enfilaba una calleja, al fondo de la cual se hallaba la taberna, con sus amigos sentados en la terraza en torno a una mesa; pero no podía avanzar más deprisa; y, antes, tenía que pasar delante de la casa del que había su rival y que con veneno en sus palabras decía:
--Un Rustem es siempre un Rustem, hasta que muere.
Y añadía, por lo bajo, como cuchicheando con los que estaban siempre a su alrededor:
--¡Pobre hombre! El otro día intentaba subir a la yegua con su pata de palo y... era lastimoso verle.
Pero no tan bajo que él no pudiera oírle. Lo saludó. Hubiera deseado matarle... Recordaba él, sí, sus esfuerzos por subirse a la grupa de su yegua; y cómo lo había conseguido con lágrimas en sus ojos; en su yegua, la misma que, al saltar aquel arroyo, de noche, viniendo de la fiesta de la aldea vecina, se había caído encima de su pierna; se la rompió; y, además, le hizo una herida. Allí estuvo bastante tiempo, cerca del agua, hasta que acudieron a socorrerle mozos del pueblo que venían andando de la misma fiesta. A los pocos días se le gangrenó teniéndosela que cortar. Y ella… ¡la muy zorra!...
Llega humedecidos los ojos a la taberna. Y con picor en los dedos del pie de la pierna que no tiene.
--¡Tiene cojones! ¡Picarme! ¡Y algo que no existe! -exclama derramando alguna lágrima.
Los amigos lo saludan y Omar Khayyam le dice:
--Otra vez ese cabrón... ¡Hay que joderse!




Y prosigue:




--Rustem, no dejes nunca, no consientas jamás, que te asalten las desdichas; y para ello... ¡tabernero!... ¡una copa del mejor vino que tengas!... ¡doncel o albillo!... ¡de malvasía, tetacabra o moscatel!... ¡para acorazar a este amigo!... ¡para blindarlo ante el más que posible ataque!... ¡una copa, pero solo como principio!... ¡luego vendrá la inundación! - se ríen.




--¡Tonto, mas que tonto!, ¡venga un abrazo en nombre de todos!... ¡ah!... ¿cuántas veces, hemos de decirte, que no eres tu, ni, por lo tanto, tampoco somos nosotros, precisamente, los oros, que esconden, con mucho cuidado, bajo tierra, para encontrarlos luego?

miércoles, 21 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 18


18.
Hace... ¿cuánto sería?... no recuerdo la fecha exacta, pero poco tiempo... al ir, como todos los días, yo, Omar Khayyam, a la taberna, el tiempo cambió de repente, cerniéndose sobre todo el pueblo una niebla espesa. Como me gusta pasear entre la niebla, varié la ruta con el fin de lograr algunos minutos de tiempo disfrutando de ella.

Me puse a caminar y a cantar. De cuando en cuando, respiraba hondo, no sé, como para que la niebla impregnara todo mi ser, por fuera y por dentro; me inclinaba y recogía una flor que acercaba a mi nariz y a mis labios... ¡es tan suave el roce!

Era otoño y la temperatura muy agradable. Me senté bajo un árbol. Frente a mi, una tapia dejaba asomar las ramas de un granado o tal vez de un acerolo... La niebla eleva la ambigüedad y no se aprecia bien. Sin saber por qué sentí ganas de saltar la tapia y adentrarme en el huerto para caminar, envuelto y acariciado por la niebla, bajo los árboles frutales. Me incorporé y, avanzando hacia la tapia, alargué el brazo para asirme a un saliente de ella y traspasarla, pero no hallé más que aire. Seguí unos pasos más y la tapia se alejaba. Corrí desesperadamente, desenfrenadamente, como un orate. De pronto me paré. Miré a mí alrededor. Seguía cubierto por la niebla. Instintivamente me incliné hacía la tierra para recoger otra flor y se encontró mi mano con una arena fina que resbala entre mis dedos como aceite o como agua, no sé, y me pregunté quien soy, que hago aquí, de dónde vengo y hacia dónde me dirijo y a qué.

Es angustioso el olvido. Como inercia sigo corriendo con la esperanza de que en el trayecto se arreglen mis problemas; esa falta de memoria era todo un problema, qué digo problema, más, un problemón que es un problema superlativo como todo el mundo sabe.

Por cierto, avanzo muy poco y me caigo muy a menudo. Me doy cuenta que estoy en el desierto. Hace mucho calor. ¡Uf, es asfixiaste! Sudo, como si cada poro de mi piel fuera un venero. Ansío un fuente de agua clara. O de vino fresco. Y, claro, tengo sed, mucha sed.

A mí alrededor arena y más arena, montones de arena, montañas de arena fina y ondulada como curvas seductoras de un cuerpo de mujer y del mismo color; y me estremezco; mi sed aumenta... pero, hasta donde abarca la vista, dunas y más dunas... Es desesperante, angustioso. Me ahogo de sed y, curiosamente, de placer y...


--De pronto surgió, ante mí, un ángel reluciente que despeja la niebla. Llevaba un ánfora en la mano, y me la alargó queriendo que probase su contenido. Supe entonces, sin que me dijera nada, que era vino. Y también, en ese momento, me volvió la memoria. Supe quien era yo. ¡Soy Omar Khayyam!, grité. Con la alegría infinita del reencuentro se redobló mi sed. Alargué mi mano y ... me desperté.



martes, 20 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 17




17.
Aunque parezca mentira pasé la tarde con ella ambos debatiéndonos entre el Placer y la Virginidad. Y es que, a estas alturas, hay quien medita sobre la religión por placer.
Yo, Omar Khayyam, en aquel momento, también.
Y hay quien oscila, quien se mueve, quien se balancea, angustiosamente, como en un péndulo, entre Certeza en Duda.
Como el onagro que se veía, ahí, al fondo del paisaje, por entre las celosías del seto, debatirse penosamente entre hambre y sed; lo hacía entre unas jugosas hierbas y el agua del río; las hierbas crecían en lo alto de un lindón y, el onagro, empezaba a trepar hacia ellas para comérselas, y luego de dudar, retrocedía; el agua del río, cuyo margen tenía una cierta pendiente hasta el cauce e inclinándose, con la intención de bajar, abandonaba su empeño de beber; así una y otra vez: de hierbas a agua y de agua a hierbas y vuelta a empezar.
Así yo, en una tarde calurosa de verano, a la sombra del emparrado, de racimos de uvas lleno, junta a mi amada, desnudos ambos, me acercaba y la acariciaba, luego me separaba.
Pasábamos la tarde, con placer infinito, entre el deseo y la contención, juntándonos y separándonos; reteniendo el hambre y la sed.
De vez en cuando mirábamos hacia la ribera del río, viendo al burro sin haber zanjado su problema y nos reíamos.
Otra vez, era yo solo quien fingía olvidar a mi amada para que mi corazón se calmara; pero era mas violenta entonces mi pasión; y no pudiéndolo resistir acercaba mis labios y mi lengua a sus labios mayores y menores que latían sin control; luego ella violentamente lamía mi glande y todo mi cuerpo se estremecía; así una y otra vez juntándonos y alejándonos.
Solo Chamil o Yamil (*), y el amor udrí (*), no nuestra impotencia, nos abstenía.
Empero al cabo de un buen rato, como si un ave del desierto latigara con sus alas nuestro corazón, comenzábamos a suspirar con violencia y con dolor.
Estábamos dejándonos la vida en el intento de darnos placer y al mismo tiempo conservar la Virginidad.

--Hay quien medita sobre la religión con gusto.
Hay otros que vacilan entre Certeza o Duda.
Mas surgirá un heraldo que, de pronto, les grite:
¡Estúpidos! La senda no es ésta ni aquella.

Y, como saliendo de ningún lugar concreto, sino del espacio infinito, se oyó, de pronto, a un heraldo que gritaba:

--¡Estúpidos! ¡Mas que estúpidos! Todos esos son falsos dilemas.

De la celosía nos venía una brisa refrescante y suave. El burro dirimió su problema introduciéndose violentamente en el río a beber. Nos abrazamos, riéndonos, con ansiedad, como si en ello nos fuera la vida y...


(*)Chamil o Yamil fue un conocido poeta de la época omeya, cuyo nombre ha pasado a la historia literaria unido al de su amada, Buzayna. Fueron una de las parejas de amantes que encarnaron el amor udrí.
(*)Amor udrí. (Arabia, siglo IX). Practicado por la tribu de los Banu Udra o Hijos de la Virginidad, quienes, en pro de la perpetuación del deseo, renunciaban a todo contacto físico.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 16


16.
De cuando en cuando, como un fogonazo a su conciencia, le viene a Omar Khayyam el recuerdo del platero, expulsado de su gremio, implorando a los cielos con lágrima tan estremecedora o más que el llanto ancestral de un chiíta; y entonces, solo entonces, desde su palacio expresa a su amiga del alma, un deseo que no se le ocurre decir a los demás:


--Querida mía, si fuera posible que el Destino nos dejase disponer del triste plan del mundo a nuestro antojo, querríamos, sin duda alguna, ¡buum!, dinamitarlo, explotarlo, reducirlo a pedazos, como aquellos rebeldes zang, esclavos que trabajaban de sol a sol en las zonas pantanosas dirigidos por Alí b Muhammad, al-Burqui.


--Lo haríamos de nuevo y acorde con los deseos de los que se han movido en torno a las llameantes banderas de la rebelión a lo larga de la historia; desde Kawe, el herrero, con su mandil de cuero por bandera, pasando por Hamdam Qarmat, que poco después de ser ahogada en sangre la rebelión de los esclavos negros zang, ya enarbolaba la bandera de la justicia y de la igualdad entre Kufa y Wabit; hasta desembocar en mi amigo, bueno, mi amigo de antaño, el hoy considerado, por los cristianos, Viejo de la Montaña, en Alamut. Por cierto, que sus ideas le vienen de Hamdam Qarmat, pues al triunfar en Daylam le prepararon el terrero.

lunes, 19 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 15


15.
Alza la vista del libro y mira al campo: las viñas, el bosque, las laderas de las montañas y al fondo, las sierras; todo tiene el color que anuncia el otoño: algunas hojas caídas, pocas, y el color anaranjado pero con muchos matices y no en todos los sitios: acá domina el amarillo, allá el amarillo limón, mas allá rojo; en todas partes se va adueñando el naranja; en las viñas abunda el morado de la uva tinta.
Los rayos de sol chocando con las hojas movidas por la brisa despiden destellos multicolores que aureolan el bosque; en los prados la hierba amarillea y, ya, asomando, brilla, la fugaz otoñada. Algún que otro pico aparece nevado y excepcionales vendimiadores, los más temerosos quizás, se dirigen con sus carros a las viñas. Todo anuncia la vendimia.
Retorna la mirada al libro. Antes de hundirse en su lectura recuerda desordenadamente el destino de algunos reyes: Amín que muere a manos de Mainun; Dahhak encadenado sobre el Monte Demawand; Nondhar nada mas hecho con el poder se encierra en sus habitaciones a comer y beber como un cerdo, sin preocuparse mas que de atesorar oro y más oro; el territorio convertido en paraíso de ladrones y bandidos; y a él, claro, lo matan; a Mardevig lo ciegan para deponerlo más tarde...
Pensando en su amada y embriagado por el ambiente se dice:


--Unas gotas de vino del color del rubí, del color de las guindas, del color de la esmeralda o de cualquier otro color; un pedazo de pan, un buen libro de versos y tú, tú... tú, mi querida amiga, en un solitario lugar, como este, son más valiosos, para mí, mucho más, donde va a parar, que los reinos de todos los sultanes.

viernes, 16 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Otro salto en el camino: Robai de Khayyam en dos idiomas



Quando l'ebbro Usignolò trovò la via del Giardino.
E ridente trovò il volto della Rosa e la coppa de Vino.
Venne e in misterioso bisbiglio mi disse all'orecchio:
"Considera bene: la vita trascorsa mai piú, mai piú non si trova"

(Del libro “Rubáiyát of Omar Khayyam in 30 languages”)

(¿Cuando el ebrio Ruiseñor encontró el camino del Jardín
y alegre descubrió el rostro de la Rosa y de la copa de Vino,
como un misterioso murmullo se le acercó, diciéndole al oído:
"Medita bien: la vida no vuelve jamás, nunca jamás"?)

(Traducción hecha con un diccionario por eso está con interrogación)

jueves, 15 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam


Omar se refugió, después del entierro, en la biblioteca de su palacio, otra vez a vueltas con el significado de la vida.

Se sentó. Enfrente tenía las estanterías donde había colocado sus poetas favoritos. En el canto podía leer sus nombre. Cogió uno. Al azar. Sabía, no obstante, que en los libros no estaba el secreto de la vida. Eso lo tenía claro. Si algo sabía de la vida, era que ella era movimiento, y fluía y cambiaba... Y en los libros eso no se daba... Le gustaba... le gustaba... leer los libros de los poetas al sentirse como reflejado en lo que decían... Y, a pesar de la quietud que emanaba de ellos, algún hálito de vida había... bueno, mejor dicho... una reflexión congelada del tiempo vivido por el poeta.

Abrió el libro que había cogido: <<"... pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, // ni mayor pesadumbre que la vida consciente. // ... Ser, y no ser nada, y ser sin rumbo cierto, // ... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, // ...y la carne que tienta con sus frescos racimos // y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, // y no saber a dónde vamos, // ni de dónde venimos..."(*)>>

Estuvo leyendo un rato. Luego se levantó y se fue a la bodega. El vino procedía de unas viñas donde se encontraban, de vez en cuando, huesos de seres humanos. Decían que, antiguamente, en esas tierras, se había dado una gran batalla y la carnicería fue atroz. Allí mismo enterraron a los muertos en combate.

Abrió la espita. Llenó una jarra y se sirvió una copa.

Al sentir, como él sentía, el anhelo de encontrar el secreto de la vida, posó con suavidad sus labios en el borde de la copa de vino modelada por su amigo, el alfarero, con arcilla del terreno de sus viñas. Una voz, que parecía surgir de dentro mismo de la copa, susurrole:

--"En tanto que vivas, bebe, que los muertos nunca vuelven, nunca; me has oído: no vuelven nunca de ese otro mundo que nos predican los meapilas".

Entonces, recordó a aquel sabio que estaba en la taberna, meditabundo, delante de una jarra de vino; y con el respeto que dan los sabios y los ancianos se acercó a él y le interpeló de la siguiente manera: 'Maestro, ¿que me puede decir, si no es mucha molestia, de aquellos amigos que se ha ido de nuestro lado?'

Y no se le olvida que lo miró con lástima, a él, que tenía toda la vida por delante, y le dijo: 'Siéntate y bebe conmigo, joven inquieto y sensible, que muchos, muchísimos, incontables... han muerto (o los han matado), pero ninguno a vuelto para contarlo'

Y bebiendo se encamina, a su rincón favorito en el jardín

(*) Rubén Darío: 'Cantos de vida y esperanza'.

miércoles, 14 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam



El sol en su cetro, y en su centro. Y la mar, en calma chicha. Y no necesita ella remos para sacar chispitas. Le basta con el sol y el suave movimiento de las olas.
Hoy va a contemplar a la madre; a esa vieja madre, con sus largos años a la espalda; la madre pobre, humilde, antigua y señorial, rejuveneciéndose solo con la esperanza de que llegue, pronto y bien, de allende los mares.
Remos lentos y melodiosos, goteando estrellas fugitivas, avanzan al encuentro de la nave. Espera ver pronto su semblante -que siempre era risueño- en medio de la charla y la floración de los pañuelos.
Y, por lo demás, solo pide ese instante de dicha, ese instante de calma, para su sufrimiento. Sufrimiento, quizás, absolutamente libre de esperanzas.
Pero hoy brilla rojo, generosamente rojo, el sol. El sol rojo del Irán de Omar Khayyam.
La esperanza enrojece también generosamente. La esperanza siempre enrojece... hasta el último momento. Por lo que espera verla pronto aparecer, floreciendo entre la muchedumbre de sonrisas y pañuelos, para darle un fuerte abrazo y desgastarla a besos.
Remos lentos y melodiosos, generando estrellas rutilantes en huida perpetua, avanzan a su encuentro.
Asoma en lo alto de la cubierta.
La bajan del barco. Lentamente. Con muchísimo cuidado.
Todos la ven: confirmada su hermosura.
Reafirmada la belleza de su cara oscura... pura... pálida...
Y helada... tras el cristal del ataúd.

Omar Khayyam, que ha acudido al entierro de la dama, reflexiona:

--La vida, definitivamente, es como un tablero de ajedrez, donde el Hado, quien, como todo el muno sabe, es siempre imprevisible, nos mueve cual simples peones, dándonos mates y más mates, por lo general, con penas.

--Pero es que, además, para más inri, en cuanto da por terminado el juego, nos saca de un puntapie, sin mas contemplaciones, del tablero de la vida; arrojándonos, a todos, sin excepción alguna, al cajón, al cofre, al baúl... de la Nada.

Omar se refugió, después del entierro, en la biblioteca de su palacio, otra vez a vueltas con el significado de la vida.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 12




12.
Salen en fila india tiesos, serios, circunspectos, pagados de sí mismos y de su saber. Un poco engreidos y un si es no es... cansados, eso si, de no hacer nada, sino de discutir acerca del sexo de los ángeles...

¡Bueno, qué exageración por mi parte! también discuten, de guinda a brevas, de alguna que otra cosa importante.
Se sientan en la taberna. Apenas hablan. Les sirven vino blanco. Lo prueban a sorbitos cortos. Se miran. Intercambian algunas palabras. El vino es bueno y lo reconocen. Llegan, luego, numerosos platillos con diversas tapas. Que comen con aparente desgana... al principio. El vino se agota. Uno de ellos grita: ¡¡Más vino!! Y se ríen.
La conversación se anima. Las voces se elevan.

Omar Khayyam suscita la discusión sobre los astros. Los sabios, -los ha contado, son sesenta y dos- discuten, se acaloran, se contradicen, ora negro, ora blanco... ¡Qué paridas defienden!

Khayyam piensa para sí:

--¡Ay, Vino, Vino! ¡Ardoa de los Vascuences! Tu logras siempre, pero siempre, que se enreden, que se líen, que se embrollen, con fervorosa y encarnizada lógica palabrería... ¡quién lo iba a decir hace un momento con lo finos, serios y fríos que érais o sois!... los setenta y dos sabios... que sin cesar discuten en las academias... academias que un poeta calificó de "horribles blasfemias"...

--¡Ay, Vino, Blanco o Tinto! ¡Ardoa Beltza o Txuri de los Vascos! eres el alquimista, el mago, el taumaturgo, que trasmutas en anhelante oro el pesado plomo de nuestras cotidianas, grises y, muchas veces, amargas existencias.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 11


11.
Del taller de un platero, sale, maldiciendo y llorando, un hombre: maldiciendo al dueño que lo ha dejado sin trabajo; y llorando por su mujer y por sus hijos a los que no podrá alimentar hasta que no encuentre un nuevo trabajo; eso si lo encuentra, que están los tiempos difíciles. Cae de rodillas llorando, con lágrimas tan conmovedoras o más que las del llanto ancestral de un chiíta, e implorando a los cielos.

Omar Khayyam que por acaso pasaba por allí, y sin ninguna consideración (muy propio de su mal carácter) al lamento del trabajador; a ese llanto, para Khayyam estéril, le dijo:


--A esa bóveda estrellada, azulada e inmensa, a la que llamamos firmamento o cielo, bajo la cual vivimos y morimos los hombres y las mujeres, no intentes levantar tus ojos, llorosos e implorantes.

¿Para qué vas a hacer ese mínimo esfuerzo muscular?...

No lo dudes, pero ni por un momento, que ella gira y gira impotente (la impotencia es similar a la tuya y a la mía) por todo el universo.


De giros y de impotencias piensan y discuten, a veces, los sesenta y un sabios. Pero a ellos les sobra el tiempo y no tienen que trabajar para ganar el sustento diario como el pobre platero.

martes, 13 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 10


10.
Se hallan reunidos, en torno a una mesa, ante unas jarras de vino, en un rincón de la taberna el alfarero, Rustem, Al-Jalil y un platero al que acaban de despedir del trabajo. Son los amigos de Omar Khayyam. Algún día los retrataremos. Rostros tristes, serios, taciturnos, como sumidos en hondas y graves preocupaciones. Llega Omar Khayyam. Fuera, el sol hace del día una promesa radiante. Y la temperatura, suave, anticipa el otoño. Y, fuera también, en la terraza, debajo de una parra, otros feligreses como ellos, en otra mesa beben y ríen de lo lindo. Dentro el tabernero se afana tras el mostrador. De repente uno de ellos exclama:


--¡Tabernero! ¡Otra ronda de vino!


--¡Ya es hora! Hoy, amigos, vuestra mesa parece un velatorio. ¡Caray! No sé que os pasa.

Mientras esperan al tabernero uno de ellos, quizás Omar Khayyam, no se le ve bien, les dice a sus camaradas:


--Algunos de nuestros buenos, leales y fieles amigos se han ido marchado. Se los llevó la Muerte, con su guadaña, cuando ellos menos lo esperaban. Y nosotros, claro, tampoco la esperábamos. Solíamos reunirnos aquí, a charlar, a cantar, a beber; a beber y a cantar y a charlar; aquí, como todos sabéis, en esta taberna. Pero oídme bien, Amigos Borrachos, tan solo cayeron una o dos rondas, una o dos rondas nada mas, antes que nosotros, así que los recordaremos bebiendo a su salud.

lunes, 12 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 9


9.
A Omar Khayyam le llegan noticias, preocupantes, de su antiguo amigo, Hassam el Sabbah, al que luego han apodado los cristianos, El Viejo de la Montaña; y que lucha encarnizadamente en pro de la pureza del Islam. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Parece que fue ayer, cuando estudiaban en Naishapur y junto con Nizam al Mulk, los tres amigos, firmaban un pacto de sangre, solemne y sincero, de ayuda mutua!
Preocupado, desde su palacio contempla, abajo, el ajetreo de la calle más cercana; levanta la vista y, un poco mas allá, al fondo, en el mercado, las voces de las vendedoras, pregonan sus mercaderías; y en varios lugares, bien situados, los santones, unos sinceros y otros simples embaucadores de incautos, predican en la plaza, ante un numeroso corro de gente, en nombre de Alá el Misericordioso...
--¡Ay, querido amigo!... también yo, lo mismo que tú, lo mismo que otros, sembré la semilla de la sabiduría, y me he sacrificado, esperando día y noche, sin apenas un minuto de descanso para que germinase... Empero yo cosecharé estas innegables verdades: que de algún lugar ignoto, y sin querer, llegué como el viento y... que a algún lugar desconocido, y sin que cobije el más absoluto deseo, me iré como el agua.
Y, decidido a que las elubraciones no lo aplasten, no le coman la moral, sale a reunirse con los amigos a la taberna.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 8


8.
Desde los más remotos tiempos, el reino de las tinieblas, la oscuridad, la noche, ha entenebrecido la vida del ser humano; incluso, muchas veces, ha sido odiada por los hombres que, queriendo vivir eternamente, saben, y el reino tenebroso de la negritud se lo demuestra, que morirán sin remedio. Aunque mejor dicho, es por la razón de los hombres, que al final entienden al sueño como unas horas pasadas sin vida, horas negras, horas robadas a la luz, al jolgorio arcoirisado de las flores, al vino, mientras tanto la vida se les escapa a pasos de gigante.
Al amanecer, cuando la luz ha vencido brillantemente (nunca mejor dicho) a las tinieblas, Omar Khayyam se levanta, saluda al alba, que ya se le anuncia por oriente, henchido de alegría y dirigiéndose a su acompañante dice:
--¡Oh mi hermosa amada!: para empezar a olvidar las amarguras de las sombras, canta; pero solo para mi, no necesitamos auditorio ni aplausos y escancia vino en mi copa de arcilla. Recuerda que el transcurrir del Tiempo ha entoñado para siempre cien mil reinos de Djem y kais bajo la tierra.


José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 7


7.
Venía de muy lejos... como si acabara de nacer. Se acercaba a paso rápido. Y, a cada zancada, se le veía crecer y acumular años en su rostro. ¡Envejecía por momentos!

Desde la taberna parecían esperarlo. Tenían que decirle algo al caminante. Se paró un momento ante el umbral. Iba a seguir su marcha, cuando, desde dentro de la taberna, le invitaron; Omar Khayyam, con la copa en la mano, dirigiéndose a él, dijo:

--Amigo, pasa, siéntate y descansa, bebe, saboreándolo, el vino en esta copa de arcilla y, creemos..., no, creemos no, estamos seguros de que gozarás de una felicidad que Mahmud no conoció. Escucha, atentamente, los melodiosos laúdes de los amantes: son los verdaderos salmos de David. No te preocupes por el pasado ni te entenebrezca el futuro. Que tu pensar no se alongue mas allá de estos placenteros instantes. He aquí, sin añadidos, ni remiendos, sin palabras fraudulentas, el secreto de la paz.

domingo, 11 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 6


6.
Se lanzó del nido. Y voló. Era la primera vez. Llegó hasta el primer arbusto. Se posó y descansó. Un poco nada mas. Luego, se aventuró hasta un árbol que estaba a mayor distancia. Cuando llegó a él, celebró su triunfo cantando; y desde ese mismo instante no paró de volar y de cantar. Los trinos le salieron... primero a borbotones, después a raudales. Estaba ebrio de alegría. Celebraba la vida nueva. Mas tarde, embriagado por demás, encontró el camino del jardín. Adentrose, aun más, en la floresta, descubriendo el rostro encarnado y perfumado de la rosa, el arcoirisado aroma de las flores, que dan origen al vino, a la jarra de Vino donde bañar sus alas... Mientras tanto, se le fue acercando, con paso imperceptible, un misterioso murmullo que, al oído, le dijo:


--"Pajarito, pajarito, piénsatelo bien: mira que la vida no retorna jamás; óyeme, atiéndeme, te lo digo muy en serio: no vuelve jamás".


Una Excepción al Seguimiento de O. Khayyam


No se envanezca Frost
de los 1.000 dólares por verso
ni de sus cenas con el Presidente,
que el joven al-Usbuni, llegado ayer de Málaga,
cobró 100 doblas por un elogio
y durmió luego con la reina.

Fernando Quiñones
(Crónicas de al-Andalús)

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 5


5.
Después de darle vueltas y mas vueltas al por qué de mi estancia aquí, en la tierra, o en otro lugar, o en ningún sitio, he concluido con esta pregunta existencialmente angustiosa de Omar Khayyam:


--¿Y... yo qué le voy a hacer... qué culpa tengo yo... si me traen así porque sí... desde un lugar cualquiera del mundo... de aquí para allá, de allá para aquí... igual que un recadero, como un monaguillo, sin pulsar, jamás, mi opinión o mi libre albedrío?...


¡Y si, en lugar de rayos y diluvios, fuegos e inundaciones, el cielo, al menos, nos quisiera enviar, chaparrones de buen vino; porque es necesario el vino para ahogar miedos, temores o zozobras, o recuerdos que, horadando, la mente nos lacera!

viernes, 9 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 4


4.
¡Amigos!, ¡alimentadme con vino, con vino tinto de momento!, ¡haced lo posible para que sea bueno!, ¡que se transforme en suave y rutilante rubí el ámbar luminoso de mi rostro!; pues así, con esa aureola, mi paseo, mis paseos, serán como un baluarte inexpugnable, contra el que se estrellarán todas las flechas venenosas del egoísmo, de la vileza, de la cerrazón...; en resumen: toda la podredumbre del mundo.

¡Ah!... y que cuando muera se me lave con vino, frotándome bien, para que llegue su aroma hasta el último resquicio, hasta el mas escondido vericueto de mi cuerpo; así, con esta vaharada que saldrá por todos los poros de mi cuerpo, ni se acercarán a rezarme todos esos seudomísticos, meapilas e hipócritas que tanto hacen sufrir al inocente...; permanecerá, por lo cual, puro, el barro de mi cuerpo, para modelar, una vez más, otra copa de vino.

¡Ah!, por último, y ya no os molesto mas, que no se os olvide además, que sea construido mi ataúd, con tablas de madera... pero madera de las cepas de la vid.


José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 3


3.
Tu y yo, -suponemos que alguno más- para qué negarlo, desconocemos el Misterio -quizá por ignorancia- que encierra lo eterno; pero con todo y con eso -no sabemos por qué- quizá por intuición, o soñación, o imaginación; o por esa soñada imaginación intuitiva... no nos gusta nada, no vamos a negar lo evidente; hemos tocado la piel de lo que a nosotros nos parece que debería ser la puerta del Misterio, con la potencia de nuestra pobre o rica imaginación, y nos ha parecido un pozo oscuro sin fondo y lleno de cadáveres, como fosas o zanjas de los campos de concentración nazis. Eso sí, creemos saber -de ilusión también se vive-, que detrás de ese Secretísimo Velo, sin duda alguna, algo de tí y de mí, se debe de haber dicho.
Cuando éste velo se descorra, en un negro fogonazo de tétrico y gélido silencio, entonces, tú y yo, comprenderemos, por desgracia y de repente, como Sócrates, que no sabíamos nada, que todo, absolutamente todo, lo ignorábamos.
Lo que he dicho se refiere sólo a ese, más que dudoso, Mundo Ignoto y no a las pequeñas cosas de la tierra como el Vino...

jueves, 8 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 2


2.
Amigo mío... si estabas inspirado, en trance de esbozar un plan, algún camino, o, aunque solo fuera una estrecha vereda, para tu vida; si querías luego plasmarlo por escrito con todo lujo de detalles, puedes hacerlo, tienes cerebro, inteligencia no té falta y tu imaginación puede hacerte volar llevándote hasta los mas esplendorosos, abundantes y placenteros reinos de Djam o de Jauja; ahora bien, si quieres un consejo -claro, puedes tomarlo o no, eso tu verás- no forjes proyecto alguno para el día de mañana y no te lo digo en bromas, sino muy en serio. ¿Sabes acaso, con una mínima certeza, siquiera, si podrás concluir la frase que empezaste hace un momento?... No, no lo sabes.
Mira, atiéndeme bien, mañana, -¡o mucho antes, quizás!-, estaremos, tu y yo, tan lejos, tan lejos, tan lejos... de esta terrena caravana, como aquellos que se fueron, hace mas de siete mil años, hacia el Misterio.

miércoles, 7 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam (1)



Siguiendo el hilo
de las Rubayatas de Omar Khayyam

(Rubaiyat of Omar Khayyam)



1.
Amigo, que vagas por ahí, inquieto, dudando de todo, sin rumbo, sin manantial y sin oriente; si, por fin, encuentras una vereda, una senda, algún camino, me alegraría mucho que fuera el de la bodega o el de la taberna; si te fías de mi, digo, no debes aspirar a otra cosa que no sea la de disfrutar de este instante fugitivo que es la vida, charlando y bebiendo con los camaradas y amigos, esos tragos de buen vino, servidos en copas de arcilla, copas que el alfarero ha modelado con sumo respeto, al saber, como sabía, que la masa que tenía entre sus manos había sido antes, en otro tiempo, sin duda, un ser humano, como él o como tu o como yo, que antaño caminaba desconcertado por los intrincados vericuetos del mundo; luego, digo, dirígete a hacer el amor con la mujer querida, que te está esperando anhelante ya hace tiempo; y termina el día escuchando con deleite la otra sustancia, divina como el vino, que es la música.

Con la copa en la mano y la bota cargada a la espalda colmada de ese néctar divino, bebe, bebe y canta, querido; después recógete y acuéstate en el silencio, por los siglos de los siglos, amén.

Pero antes...

lunes, 5 de marzo de 2007

Se llama Daniel Aldaya


Tenía que ocurrir. Estaba cantado. Algún día alguien escribiría en el lenguaje de los Sms. Aquí está. Se llama Daniel Aldaya. Es pamplonika. Os dejamos una muestra:

Kriño,
ben sabs
q no alknzo la altura
d l adosado cn vistas al mar,
xo prometo
adosarm xa siempre
a tu metro setnta d ojos oceanicos

Cariño,
bien sabes
que no alcanzo la altura
de un adosado con vistas al mar,
pero prometo
adosarme para siempre
a tu metro setenta de ojos oceánicos.

Tierra en los ojos


Tierra en los ojos

Pensaron los príncipes: "el virtuoso no merece compasión, sino que le arrojen tierra en los ojos”; pero los muy zorros se callaron como mudos

--Como a muerto me echasteis tierra en los ojos, cuando la aurora, aun en ciernes, perfumaba ya, no obstante, desde los árboles fragantes

Le echaron tierra en los ojos y lo rodearon de silencio, pero, en las tinieblas cegadoras, los deseos estallaron en él como violentísimo grisú

Le echaron tierra en los ojos y se callaron, pero las flores de la madre, como vampiros iracundos...

chuparon con furor, con rabia, las venas de la noche, hasta extinguirla en una explosión arcoirisada

--Como a muerto me echasteis tierra en los ojos... Para que no me extraviara en complicaciones fructuosas --me dijisteis.

--Cuando era una maravilla ver la dádiva alegre de las manzanas dulces para los hambrientos pájaros de la enramada

--¡Imbécil! -pensaron los príncipes- No merece compasión, sino que le arrojen tierra en los ojos, por aliarse y admirarse de la luz y los colores

Pero, por si acaso, se callaron; eso si, como muertos...

jueves, 1 de marzo de 2007

Lo contaron una tarde


Lo contaron una tarde

Es lo que una tarde, ilusión de una bodega, nos contaron las ráfagas del viento en las tascas del exilio:

Unos se rinden y de esos... ni se habla; otros... se resisten; permaneciendo siempre presentes en la memoria nuestra

Se resisten a llenar con ecos, el sitio vacío del amor; algunas de las cosas de este mundo, dicen, son vanas y mas falsas que reata de mulas: escuela de lisonjas y de engaños.

Sus corazones libres no pueden responder con ecos al canto, amoroso y virginal, de los pájaros del alba: le parece un ultraje.

Tienen rotas las paces, deshechos sus amores y caminarán en soledad hasta encontrar un bosque ameno donde cobijarse...

Principio, no obstante, de migraciones, navegando muchas veces, viento en popa de naufragios, hacia las bodegas del exilio.