17.
Aunque parezca mentira pasé la tarde con ella ambos debatiéndonos entre el Placer y la Virginidad. Y es que, a estas alturas, hay quien medita sobre la religión por placer.
Yo, Omar Khayyam, en aquel momento, también.
Y hay quien oscila, quien se mueve, quien se balancea, angustiosamente, como en un péndulo, entre Certeza en Duda.
Como el onagro que se veía, ahí, al fondo del paisaje, por entre las celosías del seto, debatirse penosamente entre hambre y sed; lo hacía entre unas jugosas hierbas y el agua del río; las hierbas crecían en lo alto de un lindón y, el onagro, empezaba a trepar hacia ellas para comérselas, y luego de dudar, retrocedía; el agua del río, cuyo margen tenía una cierta pendiente hasta el cauce e inclinándose, con la intención de bajar, abandonaba su empeño de beber; así una y otra vez: de hierbas a agua y de agua a hierbas y vuelta a empezar.
Así yo, en una tarde calurosa de verano, a la sombra del emparrado, de racimos de uvas lleno, junta a mi amada, desnudos ambos, me acercaba y la acariciaba, luego me separaba.
Pasábamos la tarde, con placer infinito, entre el deseo y la contención, juntándonos y separándonos; reteniendo el hambre y la sed.
De vez en cuando mirábamos hacia la ribera del río, viendo al burro sin haber zanjado su problema y nos reíamos.
Otra vez, era yo solo quien fingía olvidar a mi amada para que mi corazón se calmara; pero era mas violenta entonces mi pasión; y no pudiéndolo resistir acercaba mis labios y mi lengua a sus labios mayores y menores que latían sin control; luego ella violentamente lamía mi glande y todo mi cuerpo se estremecía; así una y otra vez juntándonos y alejándonos.
Solo Chamil o Yamil (*), y el amor udrí (*), no nuestra impotencia, nos abstenía.
Empero al cabo de un buen rato, como si un ave del desierto latigara con sus alas nuestro corazón, comenzábamos a suspirar con violencia y con dolor.
Estábamos dejándonos la vida en el intento de darnos placer y al mismo tiempo conservar la Virginidad.
--Hay quien medita sobre la religión con gusto.
Hay otros que vacilan entre Certeza o Duda.
Mas surgirá un heraldo que, de pronto, les grite:
¡Estúpidos! La senda no es ésta ni aquella.
Y, como saliendo de ningún lugar concreto, sino del espacio infinito, se oyó, de pronto, a un heraldo que gritaba:
--¡Estúpidos! ¡Mas que estúpidos! Todos esos son falsos dilemas.
Aunque parezca mentira pasé la tarde con ella ambos debatiéndonos entre el Placer y la Virginidad. Y es que, a estas alturas, hay quien medita sobre la religión por placer.
Yo, Omar Khayyam, en aquel momento, también.
Y hay quien oscila, quien se mueve, quien se balancea, angustiosamente, como en un péndulo, entre Certeza en Duda.
Como el onagro que se veía, ahí, al fondo del paisaje, por entre las celosías del seto, debatirse penosamente entre hambre y sed; lo hacía entre unas jugosas hierbas y el agua del río; las hierbas crecían en lo alto de un lindón y, el onagro, empezaba a trepar hacia ellas para comérselas, y luego de dudar, retrocedía; el agua del río, cuyo margen tenía una cierta pendiente hasta el cauce e inclinándose, con la intención de bajar, abandonaba su empeño de beber; así una y otra vez: de hierbas a agua y de agua a hierbas y vuelta a empezar.
Así yo, en una tarde calurosa de verano, a la sombra del emparrado, de racimos de uvas lleno, junta a mi amada, desnudos ambos, me acercaba y la acariciaba, luego me separaba.
Pasábamos la tarde, con placer infinito, entre el deseo y la contención, juntándonos y separándonos; reteniendo el hambre y la sed.
De vez en cuando mirábamos hacia la ribera del río, viendo al burro sin haber zanjado su problema y nos reíamos.
Otra vez, era yo solo quien fingía olvidar a mi amada para que mi corazón se calmara; pero era mas violenta entonces mi pasión; y no pudiéndolo resistir acercaba mis labios y mi lengua a sus labios mayores y menores que latían sin control; luego ella violentamente lamía mi glande y todo mi cuerpo se estremecía; así una y otra vez juntándonos y alejándonos.
Solo Chamil o Yamil (*), y el amor udrí (*), no nuestra impotencia, nos abstenía.
Empero al cabo de un buen rato, como si un ave del desierto latigara con sus alas nuestro corazón, comenzábamos a suspirar con violencia y con dolor.
Estábamos dejándonos la vida en el intento de darnos placer y al mismo tiempo conservar la Virginidad.
--Hay quien medita sobre la religión con gusto.
Hay otros que vacilan entre Certeza o Duda.
Mas surgirá un heraldo que, de pronto, les grite:
¡Estúpidos! La senda no es ésta ni aquella.
Y, como saliendo de ningún lugar concreto, sino del espacio infinito, se oyó, de pronto, a un heraldo que gritaba:
--¡Estúpidos! ¡Mas que estúpidos! Todos esos son falsos dilemas.
De la celosía nos venía una brisa refrescante y suave. El burro dirimió su problema introduciéndose violentamente en el río a beber. Nos abrazamos, riéndonos, con ansiedad, como si en ello nos fuera la vida y...
(*)Chamil o Yamil fue un conocido poeta de la época omeya, cuyo nombre ha pasado a la historia literaria unido al de su amada, Buzayna. Fueron una de las parejas de amantes que encarnaron el amor udrí.
(*)Amor udrí. (Arabia, siglo IX). Practicado por la tribu de los Banu Udra o Hijos de la Virginidad, quienes, en pro de la perpetuación del deseo, renunciaban a todo contacto físico.
(*)Amor udrí. (Arabia, siglo IX). Practicado por la tribu de los Banu Udra o Hijos de la Virginidad, quienes, en pro de la perpetuación del deseo, renunciaban a todo contacto físico.